Por Julio Dornel
SUMARIO: 1. Recuerdos del forjador – 2. La muerte del cedro – 3. “Tú y esta tierra huraña de Santa Teresa” –  4. San Miguel y Baltasar Brum

 

1. Recuerdos del forjador

Es inútil buscar un parangón en el panorama turístico de nuestro país. Nada podrá compararse con los atractivos naturales que integran el complejo de la histórica Fortaleza de Santa Teresa y el Fuerte de San Miguel con sus respectivos parques.

La Fortaleza fue durante muchos años una vigorosa concepción  militar de la dominación ibérica, ubicada en la zona lacustre del noroeste sobre el Atlántico y recuperada por el gobierno uruguayo cuando el abandono y el olvido parecían ser definitivos. Convertida en museo nacional, se embelleció en forma paralela el área circundante con un hermoso parque, lo que le confiere a la región los atractivos excepcionales de una naturaleza primitiva. Se han complementado en forma armoniosa, las bellezas naturales y las maravillas creadas por el hombre en el transcurso de las primeras décadas del siglo pasado. Los puntos de mayor interés para los turistas están situados en la Fortaleza, el Parque, la Pajarera, el Chorro, la Administración, el Invernáculo y el Sombráculo. Es posible que los turistas que visitan anualmente el Parque de Santa Teresa o los viajeros que se desplazan por la ruta 9 hacia la frontera, no conozcan los detalles que llevaron a Don Horacio Arredondo a forjar este complejo turístico en torno a una fortaleza desolada. Por este motivo comenzamos la nota transcribiendo un comentario del libro “Nuestros Parques” en oportunidad de desempeñar don Horacio el cargo de Presidente de la Comisión Honoraria Administradora:

El origen de la idea de hacer un parque en torno a la colonial fortaleza de Santa Teresa, fue tan natural como sencillo.

Cuando al  correr del año 1917 llegué al lugar en automóvil después de tres días de viaje desde Montevideo, circulando por caminos imposibles, recuerdo aún ahora que el ferrocarril sólo llegaba a La Sierra, junto a La Barra del Solís Grande y la carretera al poblado de Mosquitos, hoy Francisco Soca, en jurisdicción de Canelones. De la Angostura hasta el más precario poblado de Gervasio – hoy Coronilla – los campos estaban sin alambrado en su mayoría y a esa situación de campo abierto lo justificaba la aridez de la zona, plena de arena depositada por siglos, por los vientos procedentes del océano sobre un subsuelo más ingrato aún de arcilla impermeable al agua. Y es así que se me presentó a la vista, en medio de este panorama desolador, la pétrea silueta de la construcción militar, con sus muros de sillería en perfecto estado, salvo detalles sin importancia mayor, con las construcciones interiores en partes destruidas o desaparecidas, con sus dos entradas sin portones, su plaza de armas plena de arbustos nativos, a cuyo amparo y el de los merlones y espaldones de sus cinco baluartes, el ganado por las noches, espontánea y prudentemente, se recogía poniéndose al precario resguardo de los vientos y de las lluvias, que hoy como antes azotaban la región de vez en cuando. Este cuadro sombrío impresionaba y hablaba de manera elocuente del abandono de los hombres hacia esa reliquia histórica y arqueológica y más desoladora impresión se recibía al constatar que la vasta extensión de arena voladora que sin solución de continuidad se extendía al noreste, este y sur, llegaba hasta los muros.

De esta manera finaliza el propio Arredondo su comentario periodístico:

Y a la vista de este espectáculo desolador, es que se me ocurrió  la triple idea de escribir su historia, de reconstruirla y de efectuar la consolidación de los médanos, fijándolos con plantaciones forestales apropiadas. Y lo logré, al principio solo con mi ahincada propensión a las realizaciones cuanto más difíciles más firmemente sostenidas y luego con la colaboración de tres compatriotas eminentes- Baltasar Brum, Alejandro Gallinal y Alfredo Baldomir- que me apoyaron  sin limitaciones de clase alguna, contrastando con la actitud de otros, desde luego en jerarquía moral y de las otras totalmente inferiores. Y es así que comparto con ellos la inmensa satisfacción de haber entregado a la patria una obra integralmente realizada.

En el transcurso de los siglos suelen aparecer hombres singulares que por distintas razones, embellecen con obras y realizaciones distintos lugares de la tierra. La preocupación y la dedicación  de don Horacio Arredondo por la creación de esta obra que integran los parques nacionales de Santa Teresa y San Miguel  y la restauración de los fuertes, merece un sitio destacado en la historia del Uruguay. Al margen de la obra mencionada y a la cual dedicó la mayor parte de su vida, enalteció al país con sus virtudes cívicas y su cultura superior. El empeño y la visión de este hombre excepcional hicieron posible esta realidad que realza permanentemente el nivel turístico de este departamento.

2. La muerte del cedro

En uno de los capítulos del libro “Santa Teresa de Rocha”, Víctor Martínez relata magistralmente una caminata realizada con Horacio Arredondo el 10 de julio de 1935:

Habíamos salido temprano de la Fortaleza, para recorrer aquél barrancal por cuyas piedras corren las aguas entre los débiles troncos de los aromos plantados por ti.  Andábamos a pie y aspirábamos la  fragancia penetrante de la flor de las acacias. Tú examinabas el conjunto de árboles, te inclinabas sobre un tallo, sobre otro; parecía que te obstinabas en penetrar en la secreta vida de las raíces y me revelabas en forma bien perceptible, cómo esa masa  arbórea incipiente daría con el correr de los años, realce y vida al barranco y como aquél trecho de tierra baldío entre la arboleda, se convertiría formado ya el monte, en un arco de luz al mar cercano y al cielo distante. Pero de pronto, mientras avanzabas despacio, enmudeciste y detuviste el paso frente al despojo de un cedro muerto. Miré el pequeño árbol muerto y luego volví los ojos hacia ti. Apenas musitaste… ´y no me dijeron nada´. Fue más bien un balbuceo. Y permaneciste allí junto a las ramas color de sepia de aquel cedro muerto, con el dolor concentrado y silencioso de una despedida definitiva. Estos árboles son tu posesión y tu cárcel. Tu vida está concentrada en estas limitaciones verdes. Nunca más podrás salir de sus lindes, porque los demás horizontes del mundo no tienen sentido cabal para ti. Yo sé que quisieras abrigar la certidumbre anticipada de reposar para siempre, llegada la hora, junto a estos árboles queridos. ¡Y qué bien reposarías Horacio Arredondo al pié de una acacia florida!

Las palabras de Marta Arredondo, la hija de don Horacio, durante el homenaje realizado en el corazón mismo de Santa Teresa, estaban aportando nuevos elementos que pudieran destacar la obra realizada durante muchos años, para poner la histórica Fortaleza al servicio del turismo nacional e internacional. Señalaba Marta en una parte de la nota, que su padre solo pudo ver algo de lo realizado, “y si bien no pasamos momentos muy difíciles fue porque en aquellos años era muy natural enfrentar aquellas dificultades que hoy a la distancia pueden llamarnos la atención. No había transportes y para venir desde Montevideo, demorábamos tres días. En algunas oportunidades viajábamos en ferrocarril hasta Rocha y luego en auto hasta la Fortaleza, superando los inconvenientes del camino y algunos ´peludos´ espantosos, por culpa de los cuales en algunas oportunidades tuvimos que regresar en diligencia hasta Castillos, porque las lluvias o los extensos arenales no permitían que los automóviles pudieran llegar a la Fortaleza. Cuando comenzaron las plantaciones de árboles lo primero que hizo mi padre fue alambrar el predio para evitar que los animales comieran los arbolitos. De esta manera tanto los pinos como el pasto que iba creciendo fueron fijando las arenas y facilitando la construcción del Parque en una zona muy despoblada, con estancias vecinas que comenzaron a colaborar con mi padre, ofreciendo personal y aportando lo poco que tenían.

Nos manejábamos fundamentalmente con las diligencias, que eran unos carromatos de color negro con hule en los costados y ventanas de mica, asientos de madera con un almohadón. Para nosotros no era un sacrificio realizar estos viajes interminables, sino que era todo muy natural y hasta lo disfrutábamos de alguna manera. Han pasado tantos años que hoy cuando deposité las flores donde descansa mi padre se me cayeron las lágrimas y evocamos a la distancia al personal que lo acompañó en esta empresa. Mi padre logró algo que resultó fundamental para llevar adelante esta empresa: conseguir que los trabajadores amaran el parque en formación como si fuera suyo. Hoy al recordar tantos nombres siento una gran emoción por lo que ellos representaron para mi padre y el parque y porque también me protegían permanentemente, puesto que yo era una niña.

3. “Tú y esta tierra huraña de Santa Teresa”

Obra de Martínez donde se cuentan las peripecias de Arredondo y la reconstrucción de Santa Teresa y San Miguel

Obra de Martínez donde se cuentan las peripecias de Arredondo y la reconstrucción de Santa Teresa y San Miguel

Para culminar la nota y conocer la personalidad de don Horacio Arredondo nada mejor que ofrecer el prólogo del libro “Santa Teresa de Rocha”, del escritor Miguel Víctor Martínez publicado en 1936 y donde hace referencia al trabajo realizado en esta fortificación. “Este libro es para ti, Horacio Arredondo. El destino que he querido darle no importa, es una ofrenda de gratitud a cambio de tanto beneficio recibido. La gratitud que yo guardo para ti escapa a los límites de estas páginas, porque proviene de un fervor cuyo más alto mérito radica en haber nutrido mi espíritu frente a la naturaleza salvaje, con sensaciones insospechadas y profundas a la vez. Tú y esta tierra huraña de Santa Teresa, están definitivamente consustancia­das. No es posible mirar estos paisajes, sin que lo más acendrado de tu alma se trasluzca en las piedras del fuerte, en los bañados y en las dunas que lo circundan. Hace 20 años que cruzaste por primera vez la Angostura, en una jornada penosa, desde San Carlos a la Fortaleza. Fue tu primer viaje y fue también tu primera angustia. Las de­predaciones habían dejado su huella brutal en la severa reliquia histórica, olvidada por los hombres civilizados. Del grave portal de entrada solo quedaban los fuertes goznes herrumbrosos, los sólidos bastiones y los sillares labrados se abrían en anchas y profundas grietas por donde se estiraban los fuertes brazos de los árboles silvestres. Dentro del Fuerte, entre la espina de la cruz se recogía de noche el ganado chúcaro y las dunas en continuado avance envolvente, subían ya por los flancos del cerrezuelo en cuya mayor elevación se asienta el gran pentágono de piedra. Era una cosa perdida y olvidada esta fortaleza cuando tendiste el arco de tu voluntad sobre sus muros para arrebatarla de la mutilación. Y han pasado cuatro lustros. La reliquia perfila ahora en el aire, sus cinco ángulos salientes con sus baluartes poderosos y sus garitas. Destaca sobre la colina sus amplios muros guarnecidos de almenas, sobre los cuales la luz de las horas aplica tonos broncíneos, acres, azules y dorados. Tú detuviste esa fuerza de rocas, traídas por la fuerza del mar y ahora el viajero que por primera vez cruza por esta zona logra divisar a la distancia, desde la vuelta de aquel cerro que se levanta frente a la estancia de Rivero, la línea adusta del Fuerte. Sin embargo no limitaste tu esfuerzo a la restauración de la Fortaleza. Sentiste otra inquietud. Quisiste que sobre esta tierra áspera, encerrada entre el mar y los bañados, se levantase también cerca de la monumental obra de piedra, el verde fresco de las plantaciones. Y levantaste más de un millón de árboles. Nadie podrá medir con exactitud tu esfuerzo en los diseños preliminares de este inmenso parque en formación. Nadie logrará abarcar la síntesis de tus grandes entusiasmos y también de tus grandes dolores en el ajuste de ésta obra exclusivamente tuya, cuya imponente belleza definitiva no alcanzarán a ver tus pupilas, porque la vida humana corre más a prisa que este lento crecer vegetal, sobre arenas ya fertilizadas y fijas. He aquí los pinos, que levantan sus copitas como candelabros sobre las arenas; he aquí los eucaliptos que dan un verde más claro y las acacias con sus pequeñas borlas de oro, trepándose sobre las cuchillas; y he aquí los tiernos robles y los cedros plateados al abrigo de las ráfagas marinas.

Como podemos apreciar el escritor Martínez va describiendo cronológicamente el trabajo realizado por Don Horacio Arredondo para recuperar la histórica fortaleza.

4. 1920: San Miguel y Baltasar Brum

El Presidente Brum y su comitiva sobre las entonces ruinas de San Miguel

El Presidente Brum y su comitiva sobre las entonces ruinas de San Miguel

Es posible que alguna de las reliquias más importantes de nuestro pasado histórico se encuentren entre las sierras petrificadas que circundan la pequeña población de 18 de Julio, a 10 kilómetros de la ciudad de Chuy. Sin embargo, pocos saben que la reconstrucción del Fuerte San Miguel, sus museos y el Parador, fueron realizados en piedra por artesanos locales bajo la dirección de Don Gregorio García. Demostraron de esta manera, con esfuerzo y capacidad creadora, que se podía mantener el estado natural de su geografía y recuperar valiosas reliquias que integran en la actualidad los museos locales. Vive en 18 de Julio una curiosa comunidad que al decir del maestro Alexander Cardoso, “todavía camina despacio para no hacer ruido”. En todos sus rincones, se observan vestigios históricos que representan un documento cultural de aquella época. En el silencio del monte nativo que se extiende al cerro Picudo, y en las paredes petrificadas del Fuerte, es fácil imaginar la existencia de una cultura que se niega a desaparecer. El misterioso atractivo que ejercen las raíces de ese pasado, nos hacen disfrutar del relato, notas periodísticas y viejas fotografías que nos acercan los vecinos. Nadie duda en la actualidad que las históricas fortalezas y sus respectivos parques, representan una de las mayores iniciativas que puso en marcha el gobierno del presidente Baltasar Brum, teniendo entre sus colaboradores más cercanos a Horacio Arredondo, el Gral. Arq. Alfredo Baldomir y a los Arq. Fernando Capurro y Alfredo Campos.

Reconstrucción de San Miguel

Reconstrucción de San Miguel

Años más tarde el periodista José Pereyra González (“El Día”) señalaba que “existen detalles poco conocidos sobre el origen de la reconstrucción del Fuerte de San Miguel. Si tuviéramos que establecer una fecha, nos ubicaríamos en diciembre de 1920, cuando varios carruajes y gauchos a caballo llegaron al almacén de ramos generales de la firma Leopoldo Fernández y Gallego, en la pequeña aldea de San Miguel. La noticia llegó de inmediato al caserío por un peón de la zona, que tras subir y bajar las sierras, iba anunciando de rancho en rancho que estaba llegando el presidente de la República. La noticia conmocionó a los vecinos, quienes se dirigieron de inmediato al lugar señalado, encontrándose con el presidente Baltasar Brum en persona, cruzando con su comitiva el arroyo San Miguel en una pequeña embarcación”. Señalaba el periodista Pereyra González que la modestia y la juventud del presidente “conmovió la fibra más cruda de los paisanos. Lo rodearon de inmediato, sorprendiéndose de que el presidente acariciara con ternura a los gurises y que a ellos le tendiera la mano. Les dijo en primer término que procedía de Santa Teresa, a la que había visitado para observar las ruinas y que estaba dispuesto a promover su reconstrucción. También les reveló su propósito para crear un gran parque en sus inmediaciones. ´Aquí se halla a mi lado, quien será el ejecutor de la obra; el señor Horacio Arredondo. Ahora quiero ver lo que resta del Fuerte San Miguel, sobre el cual me han dado escasas referencias´. Rechazó el caballo que le ofrecieron y subió caminando la empinada cuesta acompañado de su comitiva presidencial y pobladores del rancherío. “El eminente ciudadano debió estremecerse ante el cuadro desolador que se presentaba. Los higuerones se habían adueñado de los muros y las dependencias del Fuerte – hecho todo en piedra – y solo algunas partes permanecían de pie, pues al margen de aquellos arbustos, los yuyos y los animales habían contribuido a su destrucción. Fue en esos momentos que el presidente Brum pronunció su firme determinación; ´El Fuerte será reconstruido tal cual lo edificaron los audaces soldados que centurias atrás lo levantaron´”. Complementando lo dicho por el presidente, Don Horacio Arredondo señaló: “¿Qué le parece presidente, si también formamos un parque, donde solamente tengan cabida, la flora y la fauna nativa, incluso vacunos y ovinos primitivos, de manera que sean testigos de nuestra evolución ganadera?”.

Lo demás es conocido, y si bien las obras obedecían a las iniciativas del presidente Brum, tuvieron como formidable gestor y ejecutor a Don Horacio Arredondo.

Otra vista de la citada reconstrucción

Otra vista de la citada reconstrucción

Tags: