Narración de un guerrillero de la Revolución de 1904

MIGUEL GUTIÉRREZ PÁEZ

Miguel Gutiérrez en su casa de campo de Garzón

Miguel Gutiérrez en su casa de campo de Garzón

El siguiente relato se lo realizó al Arq. Nilo Mendoza Schneckenburger su tío Don Miguel Gutiérrez Páez, soldado saravista rochense de la Revolución de 1904.

La razón que le proporcionó entonces fue su afán de que la pasión no desvirtuara los hechos que don Miguel – en función de haberlos vivido como protagonista – conocía muy bien.

Fue publicado el relato por el diario capitalino “El Plata” en sus ediciones del 23 y 24 de julio de 1956. El autor de la publicación fue Don Adolfo Tejera (diputado entonces por el departamento de Florida y luego Ministro del Interior del gobierno blanco de 1959).

La publicación se hizo en función que en un libro publicado por Nepomuceno Saravia (hijo del General Aparicio Saravia) con datos extraídos del archivo del General Saravia, hace mención de estos hechos, con algunas inexactitudes según refería Don Miguel. El diario “El Plata” era dirigido por el Dr. Juan Andrés Ramírez, abuelo del posterior Vice Presidente de la República, el Dr. Gonzalo Aguirre Ramírez.

Don Miguel Gutiérrez militó en filas del antiguo Nacionalismo Independiente, uno de cuyos líderes fue el Dr Javier Barrios Amorín, ilustre rochense.

Gutiérrez participó durante toda la revuelta de 1904 y dejó vívidas impresiones de ello.

A continuación referimos su relato referente a la batalla de Paso del Parque del Daymán que significó un duro revés para los revolucionarios el dos de marzo de ese año.

El día 1 las Divisiones revolucionarias estaban al sur del Río Daymán.

Acampamos a eso de las 9 de la mañana se dijo que nos deteníamos a esperar la incorporación al Ejército Revolucionario del Coronel Gregorio Lamas.

Churrasqueamos y algunos fuimos a las caballadas a agarrar baguales para amansar. Estábamos en eso cuando nos llegó la noticia de que la gente estaba a caballo y a punto de marchar.

Nosotros estábamos bajo el comando del Coronel Enrique Yarza. Habíamos andado más o menos una legua cuando le llegó a nuestro jefe, (mediante la intervención del Comandante Antonio Galarza, de la División de Treinta y Tres), la orden dada por el Coronel Francisco Saravia y el Comandante Fructuoso del Puerto, de que volviéramos al campamento que acabábamos de abandonar, y que durmiéramos allí y que pernoctáramos en formación y con el caballo de la rienda.

A las 3 de la mañana levantamos el campamento y recorrimos el mismo camino que recorrimos el día anterior. En el recorrido pasamos junto al Parque y las Carretas estaban desuncidas.

Hicimos alto en una colina pedregosa. Ya era día claro pero una densa niebla nos impedía ver a distancia.

Estábamos allí, detenidos, cuando el Comandante Santiago de Anca, dijo: -´Muchachos: El enemigo no se ve. Enciendan fuego y tomen mate.´ Dicho esto siguió con el Coronel Yarza rumbo a la Pulpería de un tal Gutiérrez.

Con la seguridad de las palabras que uno de los Jefes nos daba, fuimos a buscar una oveja para carnear y comer. Luego comprendí, que en nuestras andanzas buscando el animal, habíamos estado muy cerca del enemigo. Pero nada vi por la niebla.

Estábamos carneando cuando llegó Luis Cheroni, ayudante del Coronel Yarza, y nos trasmitió la orden de que enseguida nos aprestáramos para la pelea, pues a nuestro Jefe Divisionario y al General los habían sacado a balazos de la Pulpería de Gutiérrez.

Montamos, y salimos a media rienda. A poco nos encontramos con Ramón Saravia, Ayudante del General Saravia, que traía la misma orden y la misma noticia que Cheroni.

Seguimos al galope hasta que el Comandante Yarza (hijo del Coronel Yarza y Jefe de su escolta), ordenó echar pie a tierra y tenderse en línea de pelea. Aún no eran las 9 de la mañana.

La niebla seguía siendo espesa, tanto que en un primer momento confundimos con gente nuestra a fuerzas de una avanzada gubernista. (El Comandante Yarza también se equivocó, y nos dijo: ´No tiren, que son compañeros´)

Tan cerca de ellos estábamos, que ellos mismos nos gritaron, (haciendo

coro de lo que seguramente habían oído: ´No tiren, que somos compañeros´.

Pero en ese instante, se filtró un rayo de sol, al tiempo que uno de los soldados levantó la cabeza (pues venían pegados al suelo), y alcancé a verle una golilla colorada.

Hicimos entonces, algunas descargas, y se formalizó la lucha. Pero no pudimos resistir el fuego, pues nuestra guerrilla era muy débil y mal organizada (como lo fue toda nuestra fuerza durante esa pelea). A pesar de todo nos rehicimos y llevamos otra carga haciendo volver a una guerrilla enemiga.

A uno de los soldados gubernistas se le escapó el caballo, y el hombre corrió abandonando el poncho. Yo le tiré tres descargas, a una distancia de 30 o 40 metros, y el hombre, desmontado se alejó corriendo.

El poncho, me hacía mucha falta… Yo había perdido el mío hacía varios días, y andaba muerto de frío. Pero no me animé a buscar ese poncho, que veía tan cerca, pues las balas silbaban a nuestro alrededor y la prenda estaba muy al descubierto, en el medio de la calle. Además empezaron a llegar los batallones enemigos en forma escalonada. Solo se veía gente enemiga por todos lados.

No obstante llevamos una nueva carga, entrando en pelea, Marcio Velázquez (hijo de Don Ismael Velázquez, Presidente del Comité de Guerra que había en Yaguarón). Velázquez, ardiendo de coraje, entraba en la lucha sin armas de fuego, cuando Marcos Techera (muerto luego en Tupambaé) lo retuvo.- Le gritó: ´Usted no puede pelear sin armas…. Dé vuelta.´

Velázquez atendió la atinada observación, y dio vuelta.

Veníamos peleando en retirada. Cerca de donde yo estaba tirando, oí el grito de un compañero, de apellido Borchete. Dijo: ´¡Estoy herido y mi caballo también!´ y empezó a quedarse. Luis Cheroni, lo sacó en ancas en su caballo bayo.

Allí cayeron los Comandantes de la División Nº 1, Modesto Coito y Zacarías Vaz (y 2 hijos de éste) y Santiago de Anca. Cayeron muchos más cerca mío, entre ellos un muchacho de apellido Vila.

En la retirada nos atrincheramos en una manguera de piedra. Pero poco pudimos resistir aquel fuego mortífero.

Como dije al principio, las Divisiones entraban sin organización, lo mismo que los Escuadrones porque todo fue muy sorpresivo y carecíamos de protección en la batalla.

Cuando abandonamos la manguera de piedra en que nos guarecimos venía entrando de refresco la División Nº 11 mandada por el Coronel Mariano Saravia. Algunos nos gritaron, con ironía: ´¿Van disparando?´ Pero ellos no tardaron mucho en hacer lo mismo.

Cuando se había iniciado la pelea el Comandante Antonio Mena, andaba cumpliendo una Comisión, pero al sentir las descargas volvió. Y casi se mete en filas enemigas. Entró en lucha con su Escuadrón, y en momentos que ordenaba la retirada, a su hijo lo hirieron de un balazo que le entró por el oído, con orificio de salida casi que en la sien. Entraron unos soldados para sacarlo y Mena les gritó: ´Déjenlo que está muerto.´- agregando – ´Por un soldado muerto, no vamos a perder 3 o 4.´

El herido, que por un milagro no había perdido el conocimiento, al oír a su padre, levantó una mano, para demostrar que aún vivía. Entonces Mena personalmente cargó y levantó a su hijo tan gravemente herido.

Está demás señalar el coraje insuperable de éste Jefe, así como el de todos los que llevan su apellido.

Al caer al Paso me junté con Félix Garaza, de la División Nº 4, comandada por el Coronel Juan José Muñoz. Garaza traía un muerto atravesado adelante de su cabalgadura. Me gritó: ´¿Conoces a éste?´ ´No´ le contesté. Es Veloy Acuña, me dijo. Y allí lo dejó caer en una zanjita.

Me llevaron donde estaba el Comandante Lino Cabrera. Me señaló un negro, y me dijo: ´Éste es el baqueano que lo va a conducir.´; y el negro le contestó: ´Yo no voy..’ ´¡Que no vas a ir!´ le contestó de mal talante don Lino. Y dirigiéndose a mí, me dijo: ´Échelo por delante y marche. Si a eso de las 5 de la tarde no está en Paso Perico, es porqué lo ha perdido adrede, y usted sabe que tiene que hacer con él.´

Marché enseguida, precedido por el negro, al que habían sacado de la Estancia Cerro Verde, propiedad de un Sr. Riet. Me dieron como acompañantes, a un galleguito guapo con las armas, de nombre Santiago Regueira; al pardo Teófilo de Armas; a Alberto Ginares y a uno de apellido Feijóo.

Habíamos andado una legua (más o menos), cuando Ginares me dijo:-Traigo el caballo en malas condiciones-. ´Dé vuelta – le ordené – Para pasar trabajo más adelante, es mejor no seguir.´ Y así lo hizo.

Los demás, seguimos a trote chasquero y a eso de las 5, llegamos al Paso de Perico Moreno. Lo supe por que llegué a una Estancia situada a una pocas cuadras del lugar y me dijeron que allí era.

Pregunté entonces por la División de Nepomuceno Saravia: ´Ayer a esta hora cruzó el Paso´, me respondieron.

El Paso tenía mucha agua y una corriente fuerte.´¡Vamos a tirarnos!´ -dije a los compañeros.- ´¿Usted se va a tirar?´ dijo Feijóo. ´Seguramente. – le contesté – Hemos venido con una misión y debemos cumplirla. Cumplir o morir, es nuestro deber. Yo no estoy para peligrar la vida, en cosas como esta…´ dijo y se apartó.

Nos tiramos al río y pasamos bien.

Ya venía la noche. Los caballos estaban algo cansados.

Desde una altura divisamos una casa y llegamos a ella. Era una casa de Comercio. Me atendió el dueño (me parece que su apellido era Romero, no me acuerdo bien) y cuando le pregunté por las fuerzas de Nepomuceno Saravia, me contestó: ´Hoy, a las 9 de la mañana levantó el campamento de ahí abajo – y señaló el lugar.- Ahí está el pancerío de las ovejas que carneó, hace poco. Ha mandado una comisión, a sacar caballos.´ Y me indicó la dirección en que andaban.

Era de noche. Entonces mandé a de Armas y a Regueiro a que los alcanzaran y le pidieran caballos, pues íbamos en una misión urgente ante su Jefe. Salieron, tomaron contacto con ellos y volvieron con 4 caballos de refresco.

De Armas, Regueiro y el baqueano montaron en tordillos. El mío, era un manchado rabicano. Seguimos a media rienda y no me acuerdo a qué horas de la noche alcancé las primeras guardias de la División. Algunos integrantes de la guardia, me acompañaron hasta el campamento de Nepomuceno. Al llegar, nos hicieron hacer alto, a fin de reconocernos.

Pedí que me llamaran al Jefe, pues venía con un mensaje “grave y urgente” para él.

Lo llamaron, se levantó y salió.

Allí, afuera de la carpa de campaña, cumplí las orden recibida, trasmitiéndole el mensaje.

Le dije, que por orden del General, inmediatamente que recibiera mis noticias, que ensillara y contramarchara a trote y galope rumbo a Arerunguá, pues el Ejército había sido derrotado, y hasta el Parque nos habían quitado.

´¿Nos quitaron el Parque?´ me preguntó, incrédulo y mirándome fijo.

´ Sí. – le dije – Nos quitaron el parque.´ Estábamos sentados fuera de su carpa.

Si Muniz sabe que usted está a un flanco del Perico Moreno, nos va a atajar, le dije.

´¿Cómo pasaremos? Debemos pasar´, me contestó.

Dio las órdenes necesarias y marchamos. A la salida del sol, nos aproximamos al Paso.

Antes de llegar, nos encontramos con unos troperos de la Estancia Paso del Potrero, de Joaquín Pereyra Machado. Estos le informaron a Nepomuceno, que el General, había levantado campamento cerca de las 12 de la noche, de las cercanías del Paso.

Cruzamos el Paso, sin novedad. Y yo lo acompañé casi que hasta las 12 del mediodía, en la columna.

Después le manifesté: ´Si no me necesita, me adelantaré para alcanzar al Ejército e incorporarme a mi División. Pero antes, autorizaré al baquiano para que se vaya.´

´Puede hacer eso´ me contestó. Y así lo hice.

Galopeé seguido y serían las 5 de la tarde, cuando llegué al seno de mis compañeros en el arroyo Las Cañas. Allí me enteré que habían dado sepultura a Marcio Velázquez.

El Ejército siguió la marcha y empezó a llover a cántaros. Marchamos toda la noche. Serían las 3 de la mañana, cuando nos detuvimos un rato. Teníamos frío y hambre. Un borrego flaco que tenía a mi alcance fue agarrado por mí y atravesado en la cabecera de mi recado.

Lo alcé con el propósito de carnearlo cuando acampáramos. Pero no acampábamos nunca, y yo seguía con el animal por delante.

Aproveché un alto en el camino para matarlo, cuerearlo y asarlo (en un “jueguito” matrero), pero no alcanzó para nada, pues para faena semejante nunca faltan colaboradores.

Se renovó la marcha. Seguía lloviendo sin parar. En el ejército había una gran desmoralización, producida por la derrota y el cansancio.- Marchábamos mojados y duros de frío y muchos ni poncho tenían. Entre estos estaba yo.

Con hambre, con frío y empapados hasta los huesos y encima, derrotados. Nadie hablaba una palabra. No se oía ni un clarín. Las ordenes de marcha se trasmitían de grupo a grupo. Algunas Divisiones no durmieron desde el 1º al 4 de marzo.- Creo que en ese respecto las que más sufrieron fueron las Nº 1, la 4, la 6, la 10 y la 12. Mandaba esta última el Coronel Cayetano Gutiérrez. Sufrió más todavía por que venía a la retaguardia, antes de la batalla, y contenía a un enemigo formidable, que no le daba tregua. No recuerdo bien, si alguna otra División, estaba en las mismas condiciones que la que he citado.

Creo que todas estas fuerzas del Ejército tenían la misma orden que tuvimos nosotros, de dormir con el caballo por la rienda y con las armas prontas.

Quiero decir algunas palabras más sobre el desastroso estado espiritual del Ejército.

Después de pasar aquel tremendo temporal vinieron los días lindos. El Ejército comenzó a rearmarse moralmente y a organizarse en plena marcha. Las Columnas marchaban paralelas, en casi contacto de una línea con otra. Brillaba el sol, cuando de repente, la banda lisa de la 4ª División del Coronel Juan José Muñoz rompió aquel pesado silencio con sus notas vibrantes. Las demás Divisiones tocaron sus alegres clarines.

Parecía un contrapunto. Todos se contagiaban de la alegría que renacía. Los hombres hablaban en voz alta y reían. En pocas horas, los terribles dolores vividos, se borraban, no de la memoria, pero sí del espíritu.

Así como el contagio de la desmoralización dominó aquel aguerrido Ejército, también la alegría y la esperanza de nuevas jornadas victoriosas lo envolvió en poco tiempo.

En toda aquella dolorosa etapa, aquél hombre extraordinario que era el General Saravia, no descansó en su esfuerzo para devolver al espíritu de sus soldados, la tranquilidad y la seguridad de horas mejores en el futuro.

Jamás se le notó un desfallecimiento ni una duda. Era rápido en la resolución y enérgico en la ejecución. Afrontó con valor singular todos los grandes peligros, y sus palabras daban estímulo a los débiles y daban más fuerzas a los fuertes.

Creo que éste relato (que se ajusta estrictamente a la verdad de lo que vi y actué), rectifica alguna referencia contenida en el libro a que me refiero al principio de mi relato.

Fui YO y no De Armas quién le trasmitió a Nepomuceno la orden del General. Fue conmigo que Nepomuceno habló fuera de su carpa de campaña.- No es verdad que me haya dicho: ´Usted está mintiendo´, como él afirma.

Si me hubiera dicho tal cosa, le hubiera contestado como se merecía.

Poco favor se hace un Jefe, cuando recibe una comunicación del General (a través de un subalterno), y le contesta de tal manera. Asimismo, no es cierto que lloviera cuando recibió el chasque. Eso lo sé bien, porqué YO no tenía poncho, como ya lo dije.

Entre el 26 de febrero (fecha en que la correntada del Queguay me lo llevó), hasta el 3 de mayo (fecha de la entrada a Rocha), anduve sin tener con que taparme.

Y sobre la entrada a Rocha, quiero decir alguna cosa.

Entramos bajo el mando del Comandante Isidoro Noblía, pues el Coronel Yarza se quedó con su División, en campos de don Manuel Rivero. Yo escuché, cuando el Coronel Yarza le dijo a Noblía: ´Comandante, si en Rocha no tiene que tirar un tiro, no lo tire. Sáquele las armas a la gente que las tenga y déjelos tranquilos.

Una legua antes de llegar a Rocha un guardia nos tiró un tiro, pero fue de alegría. Fuimos por la Plaza 25 de Agosto y en el camino unas lavanderas nos dijeron que 3 enemigos habían pasado el puente. Le trasmití la noticia al Mayor Alejandro Gamboa, quien me ordenó dejarlos y avanzar hacia la Plaza. Y así lo hicimos.

Al pasar por la casa donde vivía la señora Cecilia Yarza de Ubach (hija del Coronel Yarza), la misma estaba en la puerta, sosteniendo en sus manos una divisa, bordada con letras doradas las santas palabras ´Todo por la Patria´.

La divisa era para su padre. Como su padre no entró en la ciudad me la regaló a mí. Todavía la conservo.

Cuando llegamos a la Plaza Independencia (muy cerca estaba una Comisaría), y allí no había nadie, porqué habían huido a tiempo. Yo tomé la Comisaría. Al salir apurado el Comisario, había perdido en la puerta, la capa. El Escribiente, Victoriano Gabito Banat (de quién era y soy amigo), dejó el sobretodo. Lo conocí y se lo envié a casa de su madre.

Tiene el libro, otros aspectos desagradables para un buen blanco, como referencias a Jefes que fueron a las revoluciones a ofrendarlo todo y cuya memoria nos debe ser sagrada. Atacarlos después de muertos, no demuestra en el autor del ataque, un espíritu superior.

Yo los conocí muy bien y puedo afirmar que por sus actos y su desinterés, merecen el bien de la Patria y el recuerdo agradecido de todos los buenos ciudadanos del País.”

Miguel Gutiérrez

 

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