Víctor Velázquez

 

Sumario: 1. Desde el presente  – 2. Primeras noticias – 3. La tierra, don Lucas y los otros – 4. Tres personajes – 5. El tiempo bucólico – 6. Una canción emblemática – 7. Oro blanco, manchas negras – 8. La Fiesta Grande – 9. Epílogo.

 

 1. Desde el presente

 

Una de las casas fundadoras de Cebollatí

Palabra originaria del idioma guaraní, Cebollatí significa “río de las lombrices”, para algunos lingüistas, y “río de las cebollas”, en opinión de otros. Cerca de la desembocadura de ese serpenteante río regional en la laguna Merín, en el pago de los Texeira (Techera) y a impulsos de uno de ellos, nació – allá por 1910, o tal vez antes, que el dato es impreciso – el pueblo Cebollatí, hoy villa. De eso trata esta historia.

Villa Cebollatí – localidad rochense pero, al igual que Lascano, muy atreintaitresinada – es un típico ejemplo de lo lento que pasa el tiempo en el interior uruguayo. Tan lento como el vaivén de las balsas que la comunican por el río Cebollatí con el vecino pueblo General Enrique Martínez (La Charqueada), en Treinta y Tres.

Otrora tierra de contrabandistas (los famosos “cargueros” a lomo de caballo, utilizando todos los vados o picadas posibles), sus aledaños vieron surgir allá por 1930 las primeras arroceras del departamento de Rocha. Desde entonces y de forma gradual, el cultivo del arroz ha ido marcando la dinámica socioeconómica del “pueblo” como algunos se empeñan -aún hoy día- en categorizar a la población ubicada en el extremo Norte del departamento.

Cebollatí ha sido el pago de los “taiperos”, obreros del arrozal que tras cortar a pala gruesos panes de tierra daban conformación con ellos a las “taipas” de las chacras. La canción del aduanero-poeta Rondán Martínez y Jesús Perdomo los evoca en su sencilla y ruda epopeya diaria.

Según el Censo Nacional de Población del 22 de mayo de 1996, a Cebollatí le faltaron diez personas para llegar al millar y medio de habitantes, y nada hace pensar que la realidad haya variado mucho, quince años después. Según los otros datos censales del siglo XX (en 1908 el pueblo como tal no existía), en 1963 tenía 1.273 habitantes; en 1975, 1.459; y en 1985 había retrocedido a 1.115.

Para los lugareños, la precariedad de los caminos de la zona es un verdadero sufrimiento, que comparten con el visitante. Como comparten la rica vegetación autóctona ubicada en las márgenes del río que da nombre a la localidad.

El estado de la Ruta 15, “Javier Barrios Amorín”, al Norte de su empalme con la 19, es decir en el tramo final de treinta kilómetros hasta llegar a la villa, se ha transformado en un verdadero “talón de Aquiles” para la población y la producción de la zona, básicamente arrocera, como quedara dicho, pero también ganadera. Carretera (o “carretero” como tenemos por costumbre decir en Rocha) de tosca, apenas mejorada por Vialidad Nacional o empresas privadas contratadas, sufre los efectos de las periódicas inundaciones que se dan en un área dominada por esteros y bañados.

La cercana Laguna Merín, además de marcar el límite territorial con Brasil y traer a la memoria colectiva del poblado reminiscencias de un lejano vaporcito que surcaba sus aguas en tiempos del transporte de cabotaje, ha agregado, en los últimos años, la belleza natural del tranquilo balneario Saglia, oficialmente inaugurado en el tramo final de la segunda administración del intendente municipal colorado Adauto Puñales.

Como importante centro agrícola que es, Cebollatí provee de servicios y mano de obra a toda la zona. Al igual que en el caso de Lascano, los continuos cimbronazos que padece la comercialización del arroz – sobre todo en materia de precios externos, en un país como Uruguay que destina en el entorno del 90 por ciento de su producción a la exportación – repercuten sobre la calidad de vida de la gente de la villa, que presenta pronunciados bolsones de pobreza. Como contraste de lo anterior, existen en Cebollatí y alrededores familias con muy buen estándar de vida.

Localidad fundada a principios del siglo XX por don Lucas Techera (la plaza pública lleva el nombre de su madre, doña Carmen Labella), y oficializada como pueblo por ley del 28 de octubre de 1919, en sus cercanías vivió durante décadas -hasta su muerte- el súbdito italiano Bernardo Ganduglia, edecán de Giusseppe Garibaldi, el llamado “héroe de dos mundos”. Ha sido también Cebollatí la tierra de “Macó”, mítico botero del río; de Cicerón Barrios Sosa, periodista y escritor; de Gervasio D’ Ottone, guitarrista de los buenos con vocación de docente; de Julio “Tato” García Peña, pintor de paisajes de polícroma madurez; de Marga Sosa de Aguirre; de la orquesta “Kristales”, allá por la década de 1970; de las “Voces del Cebollatí”, talentosos cultores del canto popular que, al igual que “Kristales”, dejaron registros discográficos; de Estela Sosa, poetisa y comunicadora; de Ramón Moreno, siempre llorado, trágicamente muerto de hantavirus, en medio de ese cotidiano vivir del hombre y su hábitat, a veces doloroso. Y de “Pancho”, solitario animador de tantos Carnavales lugareños. Fue en Cebollatí, también, donde ejerció el magisterio en sus tiempos mozos Ángel María Luna, cuyas vivencias de ese tiempo quedaron registradas en el libro “Pitanga y río”, luego reeditado como “Memorias de un maestro rural”. Era aquella la triste época del “Chileno”, falso “doctor” sin escrúpulos que vivía de la credulidad de la gente. En Cebollatí aún se recuerdan las mentas de don Oscar Teófilo Vidal, “un juez de película” al decir de Julio Dornel, y de don Francisco Serna, el comisario que “enderezó el pueblo”, en alusión a su lucha contra la violencia institucionalizada de otros tiempos. Pudo ser Cebollatí, tal vez, tierra de promisión, si se hubiera hecho realidad el insistente pronóstico del Padre Améndola, quien aseguraba que había petróleo en el Puntal de Gabito.

Aunque hoy esté reducida a su mínima expresión, la industria metalúrgica supo ser muy fuerte en Cebollatí, años atrás. Dentro de ella destacó la Metalúrgica Criolla del Este, de Espinosa, a quien corresponde recordar por su aporte al progreso de la zona.

En su condición de productor rural fue vecino de Cebollatí, especialmente en los años oscuros de la dictadura, el doctor Jorge Batlle Ibáñez, quien luego fuera presidente de la República, en el período 2000-2005.

Fue en Cebollatí donde se dio, entrando al invierno de 1980, uno de los pocos casos conocidos de “encuentro cercano del tercer tipo”, cuando el vecino Julio Pereyra Cabrera afirmó convencido haber sido visitado por una pareja de extraterrestres, lo que movilizó hacia el poblado a la prensa nacional y corresponsales extranjeros.

Y fue en Cebollatí, también en 1980, donde MEVIR, la ejemplar obra de don Alberto Gallinal Heber, marcara presencia por primera vez en el departamento de Rocha. Precisamente esa suerte de palomar que semejan las casitas blancas identificadas con el hornerito – de aquel y de un posterior segundo Plan – recibe al viajero, junto al Estadio Municipal “Jaime Serralta” y un cartel rutero que identifica a la villa como “Capital del Arroz”. El proclamado título puede ser pretencioso, pero nadie duda que se ajusta a la realidad del medio y su interrelación con el cultivo.

En forma cíclica, las inundaciones llenan de preocupación a los pobladores y aíslan la localidad por agua y por tierra.

Una empresa de transporte interdepartamental une la localidad con Montevideo, a través de dos turnos diarios. En realidad, si bien la línea es Montevideo-Cebollatí, los ómnibus llegan hasta Lascano y allí el pasaje que viene de la capital y sigue hacia la villa trasborda a un micro, a efectos de que los vehículos grandes (y costosos) no sufran las consecuencias de una ruta casi siempre en mal estado, según lo ya apuntado.

 

2. Primeras noticias

 

Vecinos con la balsa de La Quemada al fondo sobre el Río Cebollatí (aprox. 1960)

En 1910, el semanario “El Lascanense” consignaba: “La formación del nuevo pueblo Cebollatí, sobre la margen derecha del río homónimo, llamó nuestra atención (…), notando su magnífica posición que reúne todas las condiciones necesarias para un lugar poblado, abundancia de material combustible, excelentes tierras para el cultivo y un inmejorable puerto denominado ‘La Coronilla’, donde llegan las embarcaciones cargadas de mercaderías procedentes del Brasil.

   Este pueblo en formación, situado sobre una hermosa cuchilla a 800 metros del río, consta de 25 manzanas con 12 solares cada una, y está llamado a ser de un gran porvenir por la facilidad de la vía fluvial que lo pone en constante comunicación con las ciudades situadas al Sur del Brasil.

   Su propietario-fundador, señor Lucas Techera, nos ha asegurado tener vendidos más de 50 solares, los que en su mayoría han sido poblados”.

Con fecha 21 de diciembre de 1912, la misma publicación señalaba: “Sobre la margen derecha del Río Cebollatí se levanta de una manera prodigiosa un núcleo de casas que (…) nos ha impresionado agradablemente y que ya es conocido por la denominación de ‘Pueblo Cebollatí’.

   Hace apenas dos años (…) tuvimos ocasión de visitarlo, apenas se había terminado la mensura y delineación de manzanas, y ya notamos que sus calles y plaza reunían la anchura y extensión señalada para las modernas poblaciones, pero aún así mismo, y teniendo en cuenta las condiciones ventajosas que ofrece el terreno; la proximidad del río; la abundancia de maderas de construcción y leña que existe en sus montes, uno de los más importantes de la República; el puerto de embarque, que permite anclar en él los buques y vapores mercantes que hacen la carrera a los diferentes puertos de la provincia (sic) de Río Grande; (…) a pesar, decimos, de conocer todo esto, nunca creíamos que en tan corto tiempo tomase las proporciones de desarrollo y aumento que hoy tiene.

   Cuenta el futuro pueblo con no menos de 500 habitantes, y su edificación, si bien sencilla, es muy compacta.

   A la vista del plano levantado por el agrimensor don Eduardo Joanicó, encontramos señalados los solares vendidos y edificados, y alcanzan los primeros a ciento cincuenta y los segundos a cien.

   Existen seis casas de comercio, un matadero, dos cafés, dos barberías, un horno de ladrillos, dos carpinterías y herrerías, estando ya terminándose una casa para fonda, billar y café.

   Hay una gran cantidad de casas de material, en su mayor parte revocadas y blanqueadas, sobresaliendo la que ocupa la Comisaría de Policía, recientemente trasladada a aquel lugar, sirviendo también de alojamiento a un piquete de Infantería que consta de doce plazas al mando de un alférez -fuerza del Batallón número 14 destacado en Rocha-, que tiene la misión de vigilar la Barra de Cebollatí y Lago Merín, puntos importantes para el desembarco de contrabandos que se introducen del Brasil por aquellos apartados lugares.

   Funciona una Escuela Pública, a la cual asisten diariamente unos treinta alumnos, teniendo en matrícula unos setenta (…). El propietario-fundador activa los trabajos a fin de obtener la autorización oficial para la fundación del pueblo y su declaratoria”.

   Tiempo después, “Diario de Rocha” arrojó algo de luz sobre el por qué del surgimiento de este pueblo: “Pocas personas conocen la razón de la fundación del Pueblo Cebollatí.

   Nuestro inolvidable doctor Julián Graña, en conversación con el distinguido señor Lucas Techera, insinuóle la idea de fundar un pueblo, que sería un acto de humanidad, pues daría medio de tener donde vivir a muchas familias que residían en las estancias de aquel contorno pero que por las exigencias naturales de la subdivisión territorial y del cambio que los adelantos traen a la administración de esos establecimientos, se verían privados de albergue.

   El señor Techera, que a humanitario no pide ventaja a nadie, acogió la idea, y de ahí nació aquel pueblo que, como lo suponía el malogrado Graña, proporcionó vivienda a muchas familias que, con su corto capital, no habrían podido ir a grandes poblaciones, y más cuando haciéndolo perderían el medio de vida que les da el trabajo en aquellos establecimientos, que no pueden dar morada para sus familias, pero sí trabajo, que es medio de vida, a sus componentes.

   Hoy está muy aumentado el pueblo y a la vez embellecido, porque hacendados de aquel medio, buscando la sociabilidad tan necesaria al ser humano, han poblado y viven allí”.

Aquel incansable caminador del país que fue el español Orestes Araújo, en la edición ampliada – correspondiente a 1912 – de su “Diccionario Geográfico del Uruguay”, establecía: “Cebollatí, Núcleo de población – Rocha. Caserío que ocupa gran extensión. Está delineado y amanzanado. Sus anchas calles ocupan el lomo de la cuchilla que se extiende hasta el arroyo de Las Sepulturas. Tiene ya buenos edificios, siendo el más notable el de la escuela pública, con capacidad para 100 alumnos. Es tal el impulso que ha tomado en estos dos últimos años, que la propiedad subdividida ha triplicado su valor. Sobre el río de igual nombre tiene el Puerto de La Coronilla (…) Sus espesos bosques proporcionan más de 60 variedades de recomendables maderas. (…) Tiene unas 70 viviendas. Las tierras circunvecinas son muy aptas para cultivar maíz”.

 

3. La tierra, don Lucas y los otros

 

En uno de sus ponderables libros evocativos, Mario Corbo de León consigna valiosa información: “Cebollatí sueña en el río. Canta con sus pájaros y se endulza en pitangas. Es el bastión de los Texeira o Techera. Lucas padre, de origen brasilero, se casó con Camila Labella, de igual estirpe. De esta unión nacieron siete hijos, siendo uno de ellos Lucas, fundador del pueblo. A la muerte de su cónyuge, acaecida el 17 de diciembre de 1877, doña Camila hereda la mitad de sus bienes. Según escritura número 377, de 1889, firmada por el escribano Miguel Sopeña, la madre enajena a favor de su hijo Lucas, 2.876 hectáreas con 5.307 metros cuadrados, ubicados en la entonces tercera sección, Partido de Cebollatí.

   El 19 de junio de 1878, el escribano público Juan R. Barrios expide la hijuela para Camila Labella, siendo alcalde de la Villa de Rocha Bernabé Alegre. Las primeras (fracciones) de campo fueron vendidas por Lucas Techera (hijo), a Santana Terra y Manuel Sosa. El primer plano del pueblo lo hizo el agrimensor Eduardo Joanicó Olid. En ese año se vendieron los primeros solares para asiento del pueblo. El solar número 1 de la manzana 20, sobre calle Chuy, lo adquirió Salustiano Cristaldo. Remigio Odella los solares 8 y 9 de la manzana 6; solar 3 de la manzana 22 (fue vendido) a Clotilde Mansilla de Correa; solar 1, manzana 25, Francisco José Olivera; Joaquín Correa Mirapalheta, solares 8 y 9, manzana 17. Luego siguen en la lista Ferreira, Juan Muníz, Francisco Larrosa, Juan Alem, Máximo Rodríguez, Jacinta Machado, Juan Izaguirre, Silverio Olivera, Francisca Fernández, Pedro Rodríguez, Manuela Ramos de Álvarez, Juan Barrios, Miguel y Gregorio Dávila, Miguel Bareño, Julio Segovia, Felipe Ferreira, Baltasar Sessa, Dolores Sanabria, Dionisio Cabrera.

   Más tarde se incorporaron Juan y Pascual Rodas, Juan Tapia, los Soria, Manuel Shaban, los Jara, Bertone, los Silva, Brun, Matilde Barrios, Juliana Sosa, Pintos, Dominga Fernández, Ítalo Rodríguez, Luciana Fernández, García, Casas, Moreno, Larronda y los Juvencio. En la industria blanca del arroz, hubieron de incursionar los primeros empresarios. Algunos nombres que fomentaron el progreso en el mundo de las taipas, son: Gómez y Sorozábal, Jaime Serralta, Aníbal Saglia, (Arnoldo) Sepúlveda, Hugo Stung, SAMU y Murdoch, entre otros. La floreciente industria dio lugar a una importante (empresa), que hoy es orgullo de la producción uruguaya. Hispano Gómez y Laulhé constituyen una sólida base en el área productiva de Cebollatí.

   Lucas Techera, el fundador del pueblo, se casó con Carolina Álvarez, habiendo vivido en Cebollatí y en Treinta y Tres. De este matrimonio nacieron veintiún hijos, de los que sobrevivieron dieciséis”.

 

4. Tres personajes

 

4.1. “Macó”

Fue en la `Estancia Vieja´, allá junto al Cebollatí caudaloso, donde nació `Macó´. Apenas caminaba cuando ya se acercaba al río a contemplar la corriente que se afanaba por llegar a la Laguna Merín. Las lisas jugaban a reflejarse en el sol, describiendo parábolas de cristal. El negrito crecía en medio de esa naturaleza salvaje, aprendiendo de los hombres y de las bestias el misterio del vivir. Deambulaba por montes y cañadas mientras sus músculos se hacían recios, sus bíceps tomaban la consistencia del acero y sus pies crecían, crecían hasta hacerse desmesuradamente grandes. (…) `Macó´ llegaba a la barranca y se zambullía desde la parte más alta. El agua clara, teñida de verde por el reflejo del follaje, acariciaba su cuerpo negro, brillante, fuerte como cerno de coronilla. (…)  Era `Macó´ el hombre imprescindible; el medio de locomoción y transporte imprescindible su bote descolorido, grandote, pesado y con manchas de alquitrán.

   Vivía así, si por vivir se entiende comer y cubrir su cuerpo con ropas más o menos rudimentarias y hasta poder tomar algunos buches de caña los domingos. Pero era feliz, porque un corazón sencillo comprende que la felicidad es también cosa sencilla: un trozo de carne asada, mate, algún trago, rescoldo de espinillos y rumor del río bajo su bote; de ese río que se hace lengua para lamer blandamente los cantos rodados de la incipiente playa.

   No lo dejaban descansar. A veces, no había llegado de un viaje, cuando andaban buscándolo para otro. Días enteros remando. Pero contento, en su medio, alegre por cumplir un destino”. (Cicerón Barrios Sosa, Mundo Uruguayo)

 

4.2. “El Chileno”.

Es apodado ‘El Chileno’ y dice ser médico graduado en Inglaterra, con destacada actuación en Chile, Argentina, Brasil y otros lugares más. Es un hombre correcto en su palabra y en su porte; parece un personaje de novela, singularísimo; las preguntas las responde sin mirar de frente; habla mucho; hace historias de sus intervenciones como cirujano, como ginecólogo, como neurólogo; habla siempre de sí mismo; viste generalmente de pantalón blanco y saco azul.

   Empieza a trabajar. La gente acude a consultarlo. Yo volví a ser sólo maestro y por suerte, pero siempre he desconfiado de los hombres que no miran de frente. Lo cierto es que tenemos doctor. Recorre el pueblo con un maletín en el que lleva no solamente instrumental, sino también remedios que él mismo suministra y cobra. Por eso, la botica de don Tadeo se ve afectada con la presencia del médico que acaba de llegar.

   Yo, por mi parte, hago mis comentarios con el doctor Fernández. En una ocasión me dijo: ‘Acuérdese…éste, no es médico; posiblemente haya llegado a ser enfermero en algún barco; está engañando miserablemente al pueblo y lo peor del caso sería que cometiera algún asesinato, porque me enteré que anda haciendo intervenciones a domicilio. Eso sería lo lamentable. Este no es médico. Acuérdese de lo que le estoy diciendo…’.

   ‘El Chileno’ sigue atendiendo y haciendo la historia de su vida anterior: ‘He llegado acá con el sólo propósito de descansar; esto es apacible y para un profesional que se ha entregado íntegramente como yo, una estada en esta localidad, puede ser muy saludable’.

   La gente lo oye con atención religiosa y sigue consultándolo.

   No hace muchos días, llegó de las Costas de San Luis don Máximo Rodríguez a ver al ‘Chileno’ por un problema de boca; tenía una gran inflamación y un dolor insoportable. Lo atendió, le dio unos calmantes y le indicó buches; al otro día le extrajo dos muelas.

   ‘Usted está curado, mi buen amigo: váyase tranquilo y son doce pesos, porque tuve que hacer un raspaje al hueso’.

   Marchó para su establecimiento don Máximo. A los cinco días, moría a consecuencia de una septicemia en el Hospital de Lascano.

   ‘¿No le dije? Es un criminal…’, fue el comentario de paso del doctor Fernández.

Hubo denuncia por ejercicio ilegal de la Medicina, fue preso y cuando salió en libertad, volvió a Cebollatí como si hubiera ido a la Cárcel de Rocha a pasar un período de vacaciones.

   El pueblo sigue consultándolo y él continúa con su ‘medicina’ y su ‘cirugía’ ambulantes.

   Ahora soy yo, maestro, el centro de las preguntas respecto al ‘Chileno’.

   Los bandos están divididos y seriamente enemistados. Aquí está planteada una lucha. Si la remisión a la Cárcel por ejercicio ilegal de la Medicina no habla a las claras, ¿qué puedo hacer yo? Las consultas siguen. Atiende a una niña, Pastora Silva, de nueve años preciosos, discípula de mi Escuela, recién llegada de La Charqueada. ¡No me puedo apartar de su mirada!

   Sufría de los riñones; pero según me había dicho el doctor Ipharraguerre no era motivo de alarma y con el tratamiento que él le había indicado, cedería fácilmente el mal. Pero ‘El Chileno’ cambia la medicación; le aplica tres inyecciones y finalmente le hace un sondaje. Se agravó Pastora y en menos de una semana murió en Treinta y Tres.

Nueva denuncia por ejercicio ilegal, ahora a cargo de los médicos de aquella ciudad, y marcha ‘El Chileno’ a la Cárcel.

   Entonces sí, ya al pueblo llegan noticias de que en Pirarajá, Mariscala y otros parajes hizo lo mismo, y que lo mandaron preso, y que tiene costumbre de hablar mal de la gente, y que saca a relucir asuntos íntimos de las familias, cuando éstas dejan de consultarlo.

   Pero vuelve otra vez al campo de sus andanzas. Pretende justificarse ante algunos, que lo oyen con miedo; habla del comisario y de su familia, trata de ‘pobres medicuchos’ a los que lo han denunciado. (…)

   Otro acontecimiento hace sacudir al pueblo: ha llegado una orden de prisión para ‘El Chileno’. Dos denuncias, una de Treinta y Tres y otra de Lascano, hacen que el hombre marche hacia un nuevo procesamiento. Se desatan los comentarios. Ahora ya se habla en voz alta; las opiniones, como siempre, se dividen; de cada rancho asoma un curioso y el comisario Ganduglia, sereno y socarrón, lo enfrenta con un: ‘Doctor, tengo una orden de prenderlo y hacerlo conducir a Rocha; no tengo más remedio; debo acatar’.

   ‘¡Canallas!’, es la respuesta.

   Cuando ya la noticia recorre ávidamente el pueblo, cuando el convencimiento se apodera del ánimo de la gente, cuando sólo se espera que la policía saque al ‘Chileno’ de su casa y lo conduzca a la Comisaría, el doctor Fernández se me acerca y me dice: ‘Ahora, a éste, que tiene tantos alias, habrá que agregarle otro para sintetizar a todas: Punguista internacional destripador’.

   Son las tres y media de la tarde. Sobre un caballo doradillo, teniendo como laderos al subcomisario y a un cabo, marcha atravesando el pueblo, rumbo al camino de Lascano, el ‘doctor Chileno’. Va altivo, con arrogancia, dejando escapar a uno y otro lado: ‘Adiós, pueblo inmundo; pueblo de bandidos y contrabandistas; farsantes, estafadores de las conciencias; pueblo desgraciado y envilecido; la prostitución, el robo y la miseria, son tus atributos’.

   Así se va ‘El Chileno’ del pueblo Cebollatí; sabe que no volverá más, que lo espera nuevamente, y quizás por mucho tiempo, una celda en la cárcel.

   Ya por el camino, se pierde su figura y se está borrando, ya también, entre una nube de polvo, su nombre y su recuerdo”. (Extraído de “Pitanga y río”, de Ángel María Luna).

 

4.3. El juez Vidal

Oscar Teófilo Vidal fue durante muchos años el juez de Paz de Cebollatí, pero con jurisdicción en muchas leguas a la redonda, ejerciendo el visto bueno en todo casamiento, nacimiento o defunción que se registrara por aquellos pagos. (…) Bonachón, servicial y buen vecino, don (Oscar) Teofilo se había ganado en buena ley el respeto de los pocos habitantes de la población que al impulso del arroz iba creciendo sobre la margen derecha del río Cebollatí. 

   Por supuesto que (aquellos) jueces (…) en los pueblos del interior representaban la última palabra en materia de fallos judiciales. Las audiencias por lo general se realizaban sin testigos ni abogados. Se culpaba y condenaba de acuerdo al buen criterio del juez, que manejaba a su antojo los Códigos correspondientes. Nada de sobrecargar los Tribunales con procesos complicados que pudieran derivar en nuevas instancias. Tampoco existían Consejos de Conciliación que pudieran demorar las investigaciones con pequeñas divergencias. La decisión judicial era inapelable, y pese a la seriedad otorgada por el representante de la Ley, se registraban situaciones humorísticas que (se recuerdan) en homenaje a un vecino que cumplió con la difícil tarea de impartir justicia, en una zona apartada del departamento.

   Con una formación profesional limitada a una vida transitada en la cuenca de la Laguna Merín, don Oscar Teófilo Vidal representó la ley como máxima autoridad en una población que supo respetarlo por su condición de vecino servicial y generoso. Durante muchos años se desempeñó como juez de Paz en una zona casi rural, donde comenzaban a surgir los primeros establecimientos arroceros. Tiempos difíciles para arbitrar la ley, poniendo a prueba su capacidad en el ejercicio de asegurar las garantías ciudadanas. Pero al margen del cumplimiento de su cargo, don (Oscar) Teófilo debía participar en toda actividad que estuviera relacionada con el desarrollo del pueblo, integrando la Comisión Fomento de la Escuela, del Club Social, de la Liga de Fútbol o de la Policlínica. (…) Hombre de letras, don (Oscar) Teófilo había estampado en la tapa (de un) cuaderno (…) una frase propia o ajena (nunca lo supimos) señalando que ‘la Justicia es igual para todos, y ahí es donde comienza la injusticia’”. (Julio Dornel, Informe Uruguay)

 

5. El tiempo bucólico

 

En los años del tiempo bucólico, Izaguirre era el encargado de un pozo y molino que – desde la plaza Labella – abastecían de agua al pueblo. Para el consumo humano y para uso de las lavanderas, que algunas allí mismo hacían su trabajo. O en el río, en la “Vuelta del Durazno”.

Cuentan que en aquel tiempo, en Cebollatí, todos los muchachos eran buenos nadadores. Es que mientras sus madres lavaban “para los señores” del pueblo, ellos cruzaban de una a otra orilla, braceando.

En relación al agua, bastante después vino la instalación de postes surtidores en las esquinas. Más deficitario aún resultaba el servicio de alumbrado público, el que se limitaba a un solitario farol de mantilla a queroseno, ubicado en el centro de la plaza.

Un buen día, Gómez y Fernández llevaron al pueblo la energía a través de un generador, instalando una heladera con motor diesel, mientras Serralta tenía otra, aunque ésta funcionaba a queroseno. También correspondió a Jaime Serralta la habilitación de la primera Agencia ANCAP, con un surtidor de bencina a manija. Cuando comenzaron a aparecer – tímida y lentamente – los primeros vehículos, tractores y algunas máquinas agrícolas, a partir del entonces incipiente cultivo arrocero, Dardo Barrios abrió la primera casa de repuestos.

Cuando Juan Manuel Barrios le vendió a Aníbal Saglia campos de su propiedad en el lugar conocido como Puntal de Gabito, donó una antigua casona, ubicada frente al edificio que en aquel tiempo ocupaba la Comisaría, con destino a sede del Club Social. Ahí habían funcionado antes la Escuela y una Policlínica.

Al principio, los bailes se hacían con la iluminación de faroles. Con anterioridad a la fundación del Club Social, las reuniones bailables eran en la pensión del “Canario” Hernández y “en lo de los Tapia”, donde había existido un bar.

Según las mentas de lugareños memoriosos, a eso de la 1 de la madrugada se paraba la fiesta, se regaba el piso, se le ponía queroseno a los faroles y… ¡siga el baile! Generalmente, la música la ponía la orquesta del bandoneonista “Rito” Berrueta, vecino del cercano pueblo de La Charqueada, casado con una hija de don Silvino Álvarez, jefe de la oficina del Correo.

El 1 de febrero de 1946, Orfilio Álvarez inició una línea regular de ómnibus entre Lascano y pueblo Cebollatí “por un nuevo carretero”. Se aludía así al actual trazado de la Ruta 15, cuya ejecución fue incluida por tramos en el histórico Decreto-Ley del 25 de abril de 1942, que vertebró de carreteras el departamento de Rocha.

En esos años, el viaje desde Cebollatí a la ciudad de Treinta y Tres era una sucesión de etapas, en un periplo de varias horas, por el río, caminos y ruta. Primero había que pasar la mítica Balsa de Paso La Quemada, la misma que, construida por la empresa “Lopetegui, Bilbao y Lopetegui”, prestara servicios hasta 1933 en Paso Averías, aguas arriba del Cebollatí, en el límite entre los departamentos de Minas (hoy Lavalleja) y Rocha. Luego, en carruaje se llegaba a Estancia “La Gloria”, desde donde se seguía, ahora sí en ómnibus, hasta la capital olimareña. Un dato pintoresco: este ómnibus entraba por todas las arroceras existentes en el trayecto, ya que en cada una de ellas había verdaderos centros poblados formados por los obreros de las plantaciones y sus familias.

A Lascano – antes de aquel 1946 – se llegaba, “por el carretero viejo”, en un automóvil que transportaba pasajeros desde Cebollatí. Para seguir a Rocha era necesario trasbordar al ómnibus de línea, primero del “Gordo” Gómez y luego de los hermanos Julio y Nicanor González Quintana.

En los primeros años, fueron balseros en “La Quemada”, Viojo (que además era peluquero y alcalde, todo en forma simultánea) y Numa García. La telefonista del pueblo era “Mangacha” Segovia y los viajeros podían hospedarse en las fondas de Apaulaza, el ya citado “Canario” Hernández (luego de Marieta, su hija) y “Perucho” Rodríguez.

Además de quienes atendían desde Lascano (Enrique Ipharraguerre, Artemio Machado y otros) y desde La Charqueada (Faccio y otros), los primeros médicos radicados en el pueblo fueron los doctores Fernández, Manzur y Juan Abdala (quien también fue pionero del arroz, de acuerdo a lo consignado por Aníbal Barrios Pintos en el año 1948). El “sacamuelas” – visitante asiduo del pueblo, donde permanecía temporadas – era Ignacio Garaza, de feliz memoria. Ítalo Rodríguez, desde su “botica”, en su condición de “idóneo en farmacia”, completaba el cuadro asistencial, haciendo inyectables y atendiendo emergencias.

Cebollatí tuvo el cine de Joaquín Silva, equipado con un grupo electrógeno, proyectándose películas en su mayoría de procedencia argentina, por un hecho tan simple como elocuente: eran pocos los que sabían leer y por tanto no funcionaban los filmes con leyendas sobreimpresas. La educación estaba restringida a la Escuela Nº 55, tan antigua como el pueblo mismo. Los primeros adolescentes que emigraron hacia la ciudad de Treinta y Tres, para seguir estudios secundarios, fueron Lause Shaban y Cicerón Barrios Sosa.

Las caravanas de gitanos, el Parque de Barrios que llegaba cada tanto desde Lascano y los circos, ponían en el pueblo notas de curiosidad, diversión y alegría. Sobre todo los circos, cuya irrupción en la localidad era festejada por todo el vecindario, de manera especial los niños. En cada Carnaval, hicieron época las murgas del negro “Sebito” y “Pancho”, eterna máscara suelta de las noches de febrero y marzo.

Los contrabandistas de “carguero” supieron de décadas apretando alambrados. Conocían como nadie el río, la laguna, el monte, las picadas, y en la complicidad de la noche “pararon la olla” desde la informalidad, siempre a riesgo de perderlo todo, incluso la vida. Caña, yerba, tabaco, azúcar, fariña, ticholos y poco más. Eso alcanzaba, porque eso constituía el consumo básico de aquella gente sencilla y agalluda. Entre ellos tuvo justa fama una mujer, “la China” Sosa, de a caballo y revólver a la cintura.

El arroz se cortaba a hoz y las taipas se hacían a mano y se pagaban por metro. Se han recogido testimonios de cuando las chacras se “apestaban” por hongos y capín, llevaban una mujer entrada en años, con el cometido de “vencerlas”.

 

 

La nueva balsa sobre el Cebollatí hoy día

6. Una canción emblemática

 

Cuenta el profesor Jesús Perdomo: “La historia de la canción ‘El Taipero’ es muy curiosa. Situémonos entre 1964 y 1965. Yo no tenía ni idea de lo que era un taipero y el autor de la letra menos que menos. Había venido de Salto; si le preguntaban de naranjas, puede ser, pero de arroz nada.

   En aquel tiempo nosotros teníamos un conjunto que se llamaba ‘Los Orejanos’ y que tenía sede en 18 de Julio (San Miguel). Cuarenta y tantos años atrás el repertorio que había era todo argentino. Entonces empezamos a dar pelea por cantar temas de acá y, como todavía había poco material, decidimos largarnos a componer. Parecía una audacia pero había que probar.

   Así las cosas, un día apareció un guardiacivil, como se les llamaba entonces, de nombre Julio Dornel, que estaba destacado en una zona arrocera (Cebollatí), sugiriendo que hiciéramos algo sobre el tema de los peones arroceros. Ninguno de nosotros sabía nada del tema, por lo que el hombre se comprometió a conseguirnos datos.

   Llegado el material, unos apuntes ayuda-memoria, fue genial porque generalmente se hace la letra y después se le acopla la música, y acá no. Resulta que un compañero guitarrista, el ‘Meleca’ Méndez como le llamábamos, tenía un ‘punteíto’; a mi me gustaba ese ‘campaneo’ en la guitarra y sobre eso armé una melodía. Después había que hacerle la letra. Rondán Martínez era un excelente poeta, con varios Premios Nacionales en haber, pero no tenía oído musical para captar eso. Entonces tuve que hacerle un plano, que todavía conservo junto a los apuntes de Dornel, con signos especiales. A partir de ahí fuimos probando, probando, hasta hacer esa letra y, cuando estuvo pronta, con la música, empezamos los ensayos, los ajustes, se aceptaron sugerencias de los compañeros del conjunto, entre ellos Wanderley Techera, hasta que salió ‘El Taipero’. Y lo empezamos a cantar”.

Y llegó hasta la garganta de Zitarrosa y de ahí al mundo.

 

 

7. Oro blanco, manchas negras

 

Sin desconocer su papel civilizador, el cultivo del arroz tuvo sus puntos oscuros. La situación de los peones de los arrozales supo retrotraer a zonas como la de Cebollatí a épocas de verdadera semi-esclavitud.

De ahí la importancia de las movilizaciones obreras, fuertemente resistidas por las patronales. Un claro ejemplo resultó la huelga del año 1956.

En “La rebelión de los cañeros”, Mauricio Rosencof apuntó: “Diez años atrás (1956), los sembrados del Cebollatí y las arroceras del Olimar no fueron cosechadas. Una huelga explosiva estalló en La Charqueada, en Rincón de Ramírez, en pueblo Cebollatí. El sindicato había sido organizado por un militante socialista, el obrero metalúrgico Orosmín Leguizamón. Reclamaban ley de 8 horas, pago en dinero y no en bonos de cartón, viviendas. Se alzaron del barro de las taipas que los aprisionaba con sanguijuelas y reumatismo, y bajaron a Montevideo a reclamar una ley. (…) La ley fue aprobada, pero los huelguistas fueron despedidos y comenzó a circular la lista  negra. Braceros de la frontera, desocupados crónicos, fueron traídos en camiones para realizar el trabajo de los militantes. No sabían de organización, ni de sindicato, ni de lucha. Tenían hambre y necesitaban trabajo. Así murió el Sindicato Único de Arroceros (…): los que hicieron la huelga tuvieron que emigrar en busca de trabajo. Los que quedaron, estaban marcados por aquella experiencia frustrada”.

A su turno, en el volumen 3 de “Memoria-El camino de la violencia uruguaya (1940-1973)”, César di Candia consignó: “A principios de los años sesenta, muy pocas personas conocían las durísimas condiciones en que debían trabajar (los trabajadores del arroz). Algunos las sospechaban sin atreverse a indagar demasiado, pero la mayoría de la población las ignoraba o prefería desconocerlas. Las condiciones de miseria y explotación superaban todos los límites de la explotación del hombre. (…) las centrales sindicales no intervenían, los salarios eran bajísimos, las leyes sociales no se aplicaban, los hombres trabajaban en las peores condiciones imaginables y los salarios eran cobrados con vales que podían ser canjeados por alimentos, vestimenta, alcohol o yerba, a precios más elevados que los normales, en una cantina regenteada por la propia empresa, que así ganaba por dos vías diferentes. Los peones de las arroceras (…) dormían en mínimas aripucas de paja abiertas a ambos costados, padecían reumatismo temprano y su promedio de vida era bastante más bajo que el de los habitantes del resto del territorio nacional”.

El “oro blanco” tenía serias manchas negras, que justificaban plenamente la dolida queja de la canción:

 

 

                              “Vida triste es esa

                              la del arrozal

                              unos pocos pesos

                              para malgastar.

 

                              De contrabando los peones

                              se vienen desde el Brasil

                              buscando en Cebollatí el arrozal.

                              Los terrones

                              dan coplas y dan canciones

                              de patria amarga y sufrida

                              dolor del hombre la herida

                              que alivia un poco la caña,

                              de sol a sol, dura hazaña

                              que nos consume la vida.”

 

 

8. La Fiesta Grande

 

En 1950 se revolucionó el pueblo, y no era para menos: por primera vez, aquella gente sencilla recibía la visita de un presidente de la República en ejercicio. Entre los reclamos hechos entonces a Luis Batlle Berres estuvo el del servicio de alumbrado público eléctrico.

El 18 de mayo de 1966 hubo fiesta grande en Cebollatí: por fin se inauguraba dicho servicio, como en aquella ocasión, tantas veces pedido. Dejemos que la crónica periodística del ya citado “El Lascanense” nos retrotraiga en el tiempo: “El 18 de mayo fue un día memorable para el vecindario de pueblo Cebollatí, que ese día recibió la inauguración de la corriente eléctrica que venía reclamando desde hace más de treinta años.

   A mediodía fue servido un suculento almuerzo criollo, del que participaron unas mil personas, durante el cual quedó en evidencia no sólo una perfecta organización sino la atención de la Comisión de Homenajes, entre los que vimos destacarse a los señores Juan Gómez, `Chico´ Sorozábal, Numa García, Elbio Rodríguez. (…) A la hora 19 se realizó el acto central en la plaza, en la que todo el pueblo estuvo congregado para presenciar tan brillante acontecimiento, que se inició con la llegada de las delegaciones, de la `Reina de la Luz´, señorita Mary Sonia Terra, y de los niños de la Escuela, que fueron recibidos con aplausos y por los acordes de la Banda Municipal de Lascano.

   Después de escucharse el Himno Nacional, que ejecutó la Banda y corearon los escolares, se inició la parte oratoria, previo encendido de la luz por parte del consejero nacional doctor Héctor Lorenzo y Lozada (hijo) y de la `Reina de la Luz´, abriendo el acto el presidente del Concejo Local, señor Rubel Barrios, siguiéndole el vicepresidente del Concejo Departamental, escribano Analio Amonte; los diputados Nasim Ache Echart y Carlos Julio Pereyra; el presidente de UTE, capitán Carlos Garat; y finalmente el consejero nacional doctor Héctor Lorenzo y Lozada (hijo); los cuales recibieron cálidos aplausos por la justeza de sus términos y los elevados conceptos expresados sobre el progreso y el porvenir venturoso que a la zona de Cebollatí le espera con este gran paso que ha dado con la habilitación de la energía eléctrica.

   Terminado el acto inaugural, delegaciones e invitados fueron obsequiados con un extraordinario lunch efectuado en la Escuela, donde se pudo apreciar, una vez más, la gentileza y las atenciones con que fueron cumplimentados los asistentes, que en gran cantidad participaron de tan grata fiesta social”.

 

Cartón para votar en concurso de belleza (“El Lascanense” – agosto, 1933)

 

9. Epílogo

 

La otra iluminación, la de gas de mercurio, llegó algo más de 14 años después, el 7 de agosto de 1980. Entretanto, la educación se había expandido con la llegada del Liceo, en 1976; lo mismo que la salud, con la Policlínica de Salud Pública, un poco antes.

Lo demás es historia reciente, y por tanto más conocida.

Tiempo vendrá en que dediquemos una edición entera de nuestra Revista Histórica Rochense a las localidades del departamento de Rocha, tal cual es el proyecto del Consejo Editor. Cuando él llegue, podremos dar cabida a toda la valiosa información que sobre Cebollatí hemos logrado reunir, imposible de incluir aquí por razones de espacio.

Tags: ,