José Ramón Luna Pradere

 

“La Pedrera, diciembre 6 de 2001

 

Querido Pin:

No con pocas dificultades – ya que nunca lo hago – empiezo a hilvanar recuerdos de hace más de 65 años, pues cuando empezamos nuestro veraneos en el Polonio, fue allá por 1936.

Ese año, en la Semana de Carnaval, estuvimos en el ranchito largo de varias piezas al correr; zinc por fuera y todo madera por dentro, de don Jacinto Pereyra. Este era un hombre realmente extraordinario, un verdadero caballero; “cuidador de los lobos” le decíamos nosotros; pues había sido jefe de las matanzas cuando la explotación la hacían las compañías inglesas. Ya se habían dejado por entonces, pero aún no existía el SOYP[1]; pero seguía cuidando todo: lobos, embarcaciones (las “balleneras” de 12 remos llamadas “Sara” y “Juanita), calderas, digestores de grasa y las demás instalaciones con total dedicación, celo y esmero; siempre con la esperanza de que volvieran las “faenas invernales”, cosa que recién ocurrió muchos años después, con la creación del organismo estatal, pero ya don Jacinto estaba viejo para aquellas tareas que hacía antes.

Como algo colateral te digo que, según decía don Jacinto, los ingleses aprovechaban todo – no solo el cuero como después lo hicimos nosotros -, absolutamente todo: cuero, grasa, huesos y ¡colmillos! Con mi hermana la “Negra” nos quedábamos horas enteras escuchando sus cuentos sobre las faenas, las peripecias y fríos que pasaban aquellos temerarios, los riesgos del mar y los causados por los propios animales que “si abrían punta” salían a la carrera atropellando y pasando por encima a los faeneros; o cuando con su boca le sacaban el “garrote” al hombre – un palo de casi un metro de largo, generalmente con un pesado anillo de hierro cerca de la punta, de una madera dura de monte que llamaban “mulita negra” – y movían la cabeza de un lado al otro, tirándolo muy lejos con toda fuerza.

Bueno, ¿cómo y por qué fuimos a dar allá? Muy sencillo: veraneábamos como siempre en La Pedrera, pero un día, uno o dos años antes, hicimos – organizada por “Guito”- desde allí …¡una excursión por el día! (¡con aquellos caminos!) y tanto nosotros como nuestros padres quedamos maravillados de aquel lejano y solitario lugar, del cual sólo veíamos desde La Pedrera, el destello de su faro…

Sólo existían en aquel entonces la casa de Don Jacinto, los galpones de la antigua factoría y el faro con sus instalaciones de radiofaro y torre de antena – hermosa, de hierro, que allá a los lejos te hacía recordar la Eiffel -. Había, entre la casa de Don Jacinto – ubicada en la playa norte y el puertito – y el Faro en la punta del Cabo, una pequeña construcción de dos piecitas que era de la Aduana. Sólo había sido habitada y utilizada en épocas de faena para hacer los despachos de salida. A ese ranchito solía ir a pasar Carnaval o Turismo, Pedro con Mercedes.

Allá en el lado Sur, casi donde comienza la playa que llamaban “Cerro del Polonio” estaban sólo dos ranchos, que luego en el  ´36, compraron el Dr. Pertusso y mi padre, a un señor Ramón Fernández.

Y nada más había entonces, sólo esas construcciones, el Polonio era esa punta maravillosa de terrenos empastados con gramilla de hoja ancha y apio silvestre, rodeada por un lado del mar con sus islas y sus restingas y por otras enormes dunas de arena tan grandes y tan altas que ni desde la torre del faro podías ver tierra o montes de árboles por detrás (tengo fotos que demuestran esto, igual que el video en una toma hecha desde el faro).

Luego de esa excursión por el día comimos a la sombra de los únicos árboles que había al lado de la casa de Don Jacinto y le hacían abrigo a su pequeña quinta (aún hoy algunos existen).

Mi padre, que era muy amigo del Dr. Pertusso, le comentó de ese lugar y de la remota posibilidad de tener algo allá para tomarse “verdaderas” vacaciones. A Pertusso le encantó la idea y en oportunidad de la Semana de Carnaval del ´36, fuimos al ranchito de don Jacinto y de doña Severa. Allí, charla va y charla viene, le pidieron que si el señor Fernández vendía sus poblaciones del Sur y sus arenas, les avisara; es más, le encargaron que tratara de hacerles negocio.

La comunicación con el Polonio era cada 15 días solo por el Correo que iba a caballo o en sulky, si el tiempo y las arenas lo permitían. Un día, a mediados de año, en pleno invierno llegó carta de don Jacinto diciendo que hablaran con Ramón Fernández en Valizas, que estaba dispuesto a vender las poblaciones del Cerro del Polonio y su sexta parte en las arenas que lo rodeaban. Allá marcharon con el único hombre que en invierno se atrevía a cruzar la “llanada de los Muzio” y luego las arenas del camino, don MarcilioSena, con su “Chevrolet 4” modelo 28, equipado con sus correspondientes “cadenas”, “parches” y ¡¡dos auxiliares!! Les acompañó en ese viaje don Ramón Delgado Espino (hermano de Héctor), amigo de Pertusso y de mi padre, hombre con campo en 19 de abril y conocedor de la zona de “Valizas”. Allá marcharon y concretaron el Dr. Pertusso y mi padre el negocio, quedando Fernández en ir hablando con sus hermanos y sobrinos para que les vendieran las 5/6 partes restantes en las arenas. Por octubre y noviembre del ´36, se concretaron negocios: mi padre compró a José María Fernández otra sexta parte; el Dr. Pertusso otra sexta parte a Juan Gualberto e Irma Garibaldi; otra sexta parte se la compraron mi padre y el Dr. a Saturnina Fernández; para Ramón Delgado otra sexta parte; por otra sexta parte entusiasmaron al Dr. José Florencio Restuccia Vera, muy amigo de Pertusso, para que la comprara y así lo hizo y la otra sexta parte, años después – ya iniciada la expropiación de la zona, en 1947-, la compró Pertusso a los sucesores de Paula Laura Fernández.

De esa forma ese grupo de amigos quedó con la propiedad de las 40 has. de arena y mi padre y Pertusso con una hectárea y media “con sus poblaciones” en el “Cerro del Polonio”, todo lindero con los arenales y el mar. No creas que fue una gran inversión porque en ese entonces las playas no tenían valor y las arenas no servían para los hombres de campo; así que los precios fueron relativamente bajos, vendieron tierras improductivas que según los paisanos del lugar ¡“sólo comían alambre”!

Casi enseguida empezaron las obras de reconstrucción de los ranchitos; se quincharon de nuevo a “cuatro aguas”, paredes de “duraznillo” revocadas con greda del lugar, puertas y ventanas nuevas, blanqueo y pintura. Todo eso costaba bastante pues el material era llevado desde Castillos hasta la Barra del Arroyo Valizas, allí lo cruzaban en bote, y luego en carro hasta el Polonio. Recuerdo que una de las cosas que más costó y más trabajo dio hacer, fueron las cámaras y el “pozo ciego” para el baño, que dicho sea de paso sólo utilizaban las mujeres, porque nosotros los gurises y los hombres teníamos nuestro baño “natural” (cada cual elegía el suyo) donde corriera el agua de mar, se llevara todo y fuera más cómodo para lavarte. Esos lugares nos quedaron marcados y creo que si hoy voy, reconozco el mío…

El camino desde Rocha era mucho más largo y con lugares casi intransitables en épocas de lluvias. En ese entonces no había carretera – no existía aún la ruta 10 –  ni puente sobre el arroyo de Valizas, éste se construyó después del ‘42 o ’43 y la carretera después del ‘45.

Al Rancho Grande, ya casi pronto, fuimos toda la Semana de Carnaval del ´37, pero desde el ´38 – como era lejos y difícil de llegar – veraneábamos todo el mes de enero, ¡desde el 2 hasta el 31! Luego nosotros íbamos a La Pedrera y los Pertusso a Costa Azul, hasta el comienzo de clases. Por supuesto mi padre venía a Rocha el lunes temprano, los miércoles de tardecita iba a La Pedrera; volvía a Rocha el jueves temprano y a mediodía del sábado otra vez a La Pedrera. El Dr. por su parte, viajaba casi todos los días a Costa Azul, cuando no tenía enfermos graves, iba en la tardecita y a la mañana temprano otra vez a Rocha.

Alfredo Olloniego y Joselo Luna en la piedra  que don Jacinto llamaba: “El Vigía”.  Vacaciones de julio de 1945.

Alfredo Olloniego y Joselo Luna en la piedra
que don Jacinto llamaba: “El Vigía”.
Vacaciones de julio de 1945.

A todo esto me imagino que te estarás preguntando: ¿Y uds., unos niños –  gurises de 10 y de 8 años (“Negra” y yo), “Tere” bebita y los de Pertusso, niños entonces, sólo los dos mayores (“Chungo” y Quintín) pero menores que nosotros – no se aburrían?

No, ¡que esperanza!, todos los días teníamos programas distintos. Por supuesto aprovechábamos la playa al máximo, juntábamos y seleccionábamos caracoles, estrellas y algún caballito de mar, hacíamos caminatas, jugábamos a la “paleta”, “rayuela”, fútbol, carreras, etc. Y juntaba cangrejos colorados en las piedras, cosa que ya había aprendido en La Pedrera y se los daba a los mayores para carnada de los aparejos. En el faro había familias y también tenían gurises con los que seguimos manteniendo amistad – aunque algunos ya no están… y con otros poco nos vemos – y ellos también venían a jugar con nosotros.

Allí empecé a cambiar el “piavero” de boya de corcho de botella y anzuelo de alfiler por caña tacuara fina, hilo de lino, boyas, boyines y anzuelos verdaderos…

Las mañanas o tardes – por supuesto después de la siesta -, íbamos de pesca “cazando” piojos de mar para carnada, allí saqué mis primeros pejerreyes y sargos de buen tamaño, los que me resultan inolvidables, aprendí a conocer los “pesqueros de caña”: “El Pozo de los Sargos”, “La Piedra Alta”, “La Canaleta del Faro”, “El Sur”, “El Pedregullo”, etc., y a sacar lombrices de mar con pala en el puertito del Norte, que resultaba ser una excelente carnada. En todos ellos, según el viento y el golpe de mar, nos pasábamos horas enteras…

En este momento recuerdo las galletas marinas de la panadería de Fernández, que llevábamos en cantidad y conservábamos celosamente, preservándolas de la humedad; ¡qué rico era comerlas al lado del mar en aquella soledad, a media mañana o a media tarde!

Cuando había viento Sur o Pampero, con mar muy fuerte, el programa era hacer la recorrida por todas las piedras, desde el Rancho hasta el puertito del Norte, y ver aquellas enormes olas chocar furiosamente contra las piedras y volar los copos de espuma como si fueran de nieve por encima de nosotros.

Cuando estaba nublado y fresco, no apto para ir a bañarnos, hacíamos excursiones al “médano blanco” (que hoy ya no existe lamentablemente), y por supuesto llevábamos los petizos cargados con provisiones: bebidas refrescantes para nosotros y algo espirituosas para los mayores, dulce, queso, moñitas que hacía Mamita y buñuelos como los de “Coca” – pero por supuesto no tan grandes e inflados-. Otras veces nos dirigíamos a “Punta del Diablo” (a la verdadera no al balneario que se conoce con ese nombre hoy), al “Cerro de la Buena Vista”, y alguna vez, a caballo y en carro a Aguas Dulces.

Al prolongar la estadía, de una semana a un mes, no habiendo en el Polonio ningún comercio, teníamos que llevar una enormidad de provisiones, y esos preparativos ya se empezaban a mediados de diciembre. Los surtidos bien acondicionados en cajones que nos mandaba Forapagliero, las bebidas que no faltaran para los mayores, – que no se quebraran las damajuanas de “grappa” y de vino – , los casilleros de cerveza y de agua “Salus” (muy poco o nada de whisky se tomaba en esa época). A mi padre y al Dr. les gustaba el “Fernet Branca” que al principio cortaban con grappa “Ancap”, y luego cuando tuvimos hielo, solo con un trozo, como hoy se toma el whisky. Cuando ya empezaban los preparativos de los surtidos nosotros disfrutábamos por adelantado, sabiendo que faltaba poco para las ansiadas vacaciones. Se hacían revisar por Gnazzolos faroles “Fabro”y Mamita celosamente limpiaba su lámpara “Aladino”, que acondicionaba casi te diría amorosamente, para que no se quebrara el tubo ni se rompiera la mantilla…

Tres pares de alpargatas para cada uno, ropa de playa y algo de abrigo y ¡zás! allá por el 30 de diciembre a la peluquería. El pelo bien cortito, una “americana” rabiosa a los varones y para las mujeres una “melenita a la garzón”.

Ya el surtido se había mandado antes en un camioncito hasta el Vivero de Valizas y de ahí en carreta con tres yuntas de bueyes, al Rancho. En el surtido el viejo le mandaba un aviso a Juan Pedro Molina para que le tuviese pronta una buena lechera  que también iría con nosotros al Polonio.

Por fin llegaba el día, en los primeros años Pertusso en su Ford 31 y nosotros en nuestro “Chevrolet 29” (“El Cachafaz”) y a las 5 de las mañana … ¡en marcha!; todo para cruzar temprano las “arenas” del camino y siempre que no tuviéramos algún “peludo” en la llanada y así no se calentaban demasiado los motores. Si no teníamos inconvenientes llegaban entre las 8 y 9 de la mañana al vivero; allí quedaba el Dr. Pertusso y nosotros seguíamos por el campo algo más, hasta lo de doña Ofelia (madre de Juan Pedro).

Unos en carro y otros a caballo comenzábamos todos juntos la travesía de los médanos hasta tomar la playa. Mamita que era muy buena jinete, siempre pedía “la bolada” para prender la “cuarta” al carro cuando la travesía se ponía muy pesada, y lo alivianábamos bajando algunos o todos los gurises que seguíamos a pie hasta tomar el firme en la playa. No te puedo decir la alegría que sentíamos cuando desde lo alto del “médano grande” veíamos el mar allá abajo y a lo lejos el “Cerro del Polonio” con su elegante y hermoso Faro en la puerta del Cabo. Es para mí una imagen que el tiempo no ha conseguido borrar y aún hoy la disfruto al pensar, en ver el azul del mar, la blancura reflejante de los médanos, el marrón de las piedras y del faro, todo en contraste con el verde de las gramillas donde jugaríamos fútbol, pastarían la vaca y los petizos que allí quedaban para que en ellos nosotros, la gurisada, hiciéramos paseos o mandados. Llegar a mediodía, tirar la ropa y marchar a la playa era todo uno, luego sí, a ayudar al arreglo de las cosas; se acomodaban el surtido y las provisiones, ropas, camas, etc.

Por supuesto, necesitábamos agua, para acarrearla teníamos un barril con ruedas y pértigo que prendíamos a uno de los petizos y allá, generalmente ya marchaba hasta la primer vertiente (agua que sale en forma permanente por debajo de los médanos, cristalina y perfectamente filtrada por la arena y completamente dulce). La vertiente primera nos quedaba a unas 12 cuadras caminando por la costa hacia el sur (todavíaexiste y han crecido allí algunos tamarises que hacen sombra)

Luego de algunos años en la subida de la playa y cerca del rancho se construyó una cachimba para tener el agua para limpieza y el baño cerca, pero no era de la misma calidad, tenía cierto olor y gusto a yuyo, mientras que la de la vertiente era totalmente insípida. Para cocinar y tomar – aparte de la “Salus” – utilizábamos la de la vertiente.

En esa época no existían los actuales y malditos contenedores, la carga de los barcos venía estibada y era común encontrar “tapas de bodega”, tablones de muy buena calidad, además de cajones con frutas, latas de aceite comestible, latas de pintura, etc. Luego de los temporales del sur del Pampero, salíamos a las “playadas” levantando y trayendo cinchadas todo aquello que nos fuera útil.

Con esos tablones conseguidos del mar formábamos en la vertiente una especie de bañera, cerrábamos un cuadrado grande, le sacábamos la arena y conseguíamos una profundidad de agua de unos 30/35 cms., claro, poco a poco se iba rellenando y otra vez a limpiarla… pero el agua era transparente, no muy fría por el sol y siempre corriendo, tal cual como si te bañaras en un moderno duchero.  Allí concurríamos por turnos y todos los días; eso era para el baño higiénico, después talco, perfume y ropa livianita. Los demás baños diarios eran en el mar y luego una enjuagada en la cachimba pero teniendo siempre la precaución de colocarnos aguas abajo para que no volviera al pozo. Éste estaría ubicado a unos 50 mts. del mar, tenía dos metros y poco de profundidad y daba agua dulce.

Joselo Luna, Alfredo Olloniego, Carlos Julio Rocca de Castro

Joselo Luna, Alfredo Olloniego, Carlos Julio Rocca de Castro

Ya algún tiempo después, dos años tal vez, desde Rocha nos mandaban hielo en grandes barras, acondicionadas en un cajón con aserrín preparado para ello. También frutas, verduras y correspondencia. La encargada de esto en Rocha era “Maja” y ¡muy bien cumplía su cometido! Esto todo bien arreglado llegaba al Vivero por el auto de Vigliola (un Packard 8 cilindros del  ´30 y 7 asientos) que todas la semanas hacía la línea Rocha-Valizas y desde allí en sulky al Polonio. Regresaba en la tarde y entonces por el mismo sulky mandábamos las cartas y pedidos para que “Maja” nos  mandara en el próximo viaje. Para nosotros era todo un acontecimiento desde que veíamos bajar el sulky a la playa allá lejos, pues nos traía novedades “frescas”.

Estas vivencias son de los primeros años, tal vez ‘38 o ’42, ya luego te imaginarás me sentía “mocito”, ya me gustaba “entreverarme” en la rueda de grandes, probé mis primeros cigarros y tragos de caña. Armaba mis cigarros con un tabaco que traían los contrabandistas de Brasil, marca “Boliviano” – de hebra finita y entre rubia-. Me enseñó como armar don Melitón, otro personaje al estilo de Don Jacinto, farero, cuñado del encargado, don Carlos Calimaris. Eximio pescador de aparejo y de “tarralla” (“terrafa” dicen otros abrasilerados), que era entendido en todo lo que se pusiese a hacer: albañilería, carpintería, pinturas, mecánica, etc. Por otra parte era un formidable artesano para fabricar boquillas para fumar, lo que hacía… ¡con los colmillos y dientes de los lobos! Con él aprendí a darles forma, a pulirlas y – lo más difícil – a hacerles la perforación. No había mechas finitas en el taller del faro, entonces utilizaba varillas de paraguas a las que afilaba en “punta de lanza”. Generalmente los colmillos son curvos, los dientes menos, entonces por el conducto largo se empezaba el trabajo. Se fijaba el colmillo o diente en una tabla agujereada y la mecha improvisada se pasaba por una lazada de piolín de lino atado en las puntas de un palito, como si fuera un arco de violín, y así dale que te dale, poco a poco iba penetrando. A cierta altura se despuntaba con una sierra el otro lado del diente o colmillo y se empezaba otra perforación para tratar allá por la mitad del diente de encontrarse con la que ya se había hecho. Una vez conseguida esta, ya tenía medio trabajo pronto; se limpiaba bien el conducto y se empezaba a dar la forma exterior, utilizando escofinas, una lima vieja afilada como rascador y todo lo que se pudiera imaginar. Ya conseguida la forma empezaba el pulido: primero lija o esmeril grueso; luego más fino y terminábamos con pulidor (“Lokol” o “Brasso”), que en el Faro había mucho para lustrar los bronces; por último y para dejarlos con brillo le pasábamos un trapo empapado en aceite de cocina. Era un trabajo largo y de paciencia, Melitón lo hacía en las guardias nocturnas del Faro (muchas veces lo acompañaba), alternándolo con el tejido de redes para “tarrallas”. Yo en todo el mes y con ayuda, conseguía hacerme una que a veces la terminaba en La Pedrera y otras veces dejaba otra empezada para el verano siguiente. Así hice 5 o 6 – se ve el progreso de la técnica desde la primera a la última – que ahora las tienen mis nietas; les puse una cintita y la usan como colgante. La más linda es una larga que hice, la última, nunca fumé en ella y la tengo de adorno en La Pedrera. Ese era un trabajo bien de gente de allí, muy pocos lo hacían pero era muy común que casi todos los fumadores usaran boquillas y ¿sabes por qué? Para no mojar el papel del cigarro mientras estaban dedicados a la pesca, lo tomaban de la boquilla y no del papel.

Con Melitón aprendí mucho: a reparar faroles tipo “Fabro” de todas las clases, “Primus”, y a soldarlos, bombas de agua tipo reloj y una cantidad de cosas más.

Otras de las cosas clásicas de nuestro veraneo de enero en el Polonio, era el festejo del cumpleaños de la “Negra” (el 17 de enero) que salvo sus 15 años que se festejaron en la casa nueva de La Pedrera, se festejaban allá de la siguiente manera: días antes Fermín Molina (“Minsito”) mandaba un carro con leña de monte y traía una ternera con su vaca madre, allí quedaban descansando y comiendo en los mejores pastizales.

El 16 se carneaba la ternera, se preparaban los asados con cuero y ya esa noche se comían las achuras, claro está, bien regadas; mientras durante el resto de la noche se iban cocinando los asados. Esa tarea la realizaba “Minsito” con gran maestría, ayudado por alguno de nosotros y el viejo don Domingo Rocha, todos los que oficiábamos de ayudantes de cocina o mandaderos. Terminados estos asados y comido los “interiores”, se dejaban otros para asarlos en la mañana y comerlos calientes el 17. De la ternera no sólo salían los asados y achuras sino que también “Minsito” hacía excelentes chorizos que comíamos durante varios días. Yo era el encargado de invitar a todo el Polonio, los del Faro y Radio Faro, los de la vieja lobería – ya en ese entonces a cargo del yerno de don Jacinto, don José Cruz -; en total, entre grandes y chicos, unas 20 personas o más. Desde Rocha venían a veces las tías. Ángel estuvo alguna vez creo que con “Pepe” Correa y el profesor Néstor Rosa, “Bibí” – que ya era novio de la “Negra” -, Ricardo y sus padres.

Acá hago un adelanto en años, unos pocos, pues ya tendría 15 o 16, y como la “Negra” y “Tere” habían ido a La Pedrera unos días antes para preparar algunos postres, tenía que traerlas, pues el 17 era “la fiesta del Polonio” y tenían que estar allí. Me mandaron el 16 a buscarlas, yo me “pelaba”, pues ya manejaba y el Viejo tenía el Ford ´37 que me encantaba y “me esperaba” en el galpón de doña Ofelia. Salí a media tarde a caballo con una tormenta amenazante, Mamita preocupada me dijo: “no te entretengas que viene muy feo”… ¡Ay querido!, ¡se formó una tormenta eléctrica con viento y lluvia apenas empecé a subir los médanos que me obligaba a cerrar los ojos! Me acordé que lo mejor era tirarse en el suelo y así debo haber estado unos 20 minutos o más, boca abajo, con el cojinillo tapándome la cabeza y con las riendas del caballo en la mano y rezando… ¿Qué te parece? ¡Lo que hace uno asustado! Cuando algo pasó, seguí hasta las casas y me metí con caballo y todo en el galpón. Como tormenta de verano pasó y cuando me sentí seguro ya que tenía que abrir dos porteras, tomé el auto y me fui a La Pedrera. Al otro día, un día hermoso, regresamos temprano para la fiesta. Como yo tengo terror a las tormentas eléctricas, realmente viví un momento de susto que tampoco el tiempo ha borrado.

¿Cómo nos alimentábamos? Vivíamos de comida en comida y de cuchifanda en cuchifanda. Esto empezaba generalmente en las primeras piedras de la playa, allí para después del baño, Mamita y la Sra del Dr nos llevaban “picadas” (queso, salchichón, aceitunas, galletas, etc.) y por supuesto las bebidas, para grandes y chicos. Luego de la enjuagada en la cachimba, al comedor (recuerdo a los Viejos bien fresquitos y “entalcados”, con sus pijamas impecables…) Siempre teníamos comidas distintas y excelentes, pues Esther – una hija de don Jacinto casada con Pioli (antiguo carrero y farero en esa época) – ayudada por su madre doña Severa, preparaba cosas exquisitas… y también el pan casero hecho todo los días en el horno redondo. Allí se alargaban las sobremesas, charla va, charla viene y luego, ya entrada la tarde, la concebidasiesta.

Provisiones de almacén teníamos todas. Verduras frescas nos traía la “lechera”, una señora que venía todas las mañanas desde la Barra a caballo y su padre día por medio, o cada dos días, nos traía una media res de oveja.

Los mariscos abundaban y comíamos muy seguido. En la canaleta del sur, juntábamos grandes y azules mejillones. De tanto en tanto me mandaban en la mañana, casi al salir el sol, a la Barra para traer: cangrejos sirí para carnada y camarones que sacaban en la noche, enredados en las redes con las que pretendían sacar pescado para llevar a Castillos y “no esa porquería que enreda todo” y “se pierde enseguida”. Como te imaginarás, no tenían forma de conservarlo por falta de cámaras de frío y el viaje a Castillos era en carro hasta Aguas Dulces y a veces no llegaban en buen estado. Por otra parte, en aquellos tiempos y aquella gente, no apreciaba lo que eran los camarones.

Recuerdo llegar a la barra antes de la 7 de la mañana y volver enseguida con dos bolsas a modo de maleta repletas de camarones y siríes. Allí me esperaban con el agua caliente y ¡zás!, algunos todavía moviéndose, al agua para cocerlos. Luego los extendían en una tabla para sacarlos, limpiar los que comeríamos y salar el resto para que duraran unos días. Era tanta la cantidad de camarones en esos años que los pescadores de la barra engordaban cerdos con ellos y a nosotros nos los regalaban.

Otras veces, juntábamos entre todos los berberechos, lo cual hacíamos como paseo, que comíamos en todas las formas posibles. Otras oportunidades, cerca del puertito, sacábamos almejas grandes. Pescado había una enormidad. Todos pescábamos, el Viejo y yo nos dedicábamos a la caña; sargos, pejerreyes y algunos meros. El Dr. y su hijo mayor (“Chungo”) al aparejo: corvinas, cazones, meros, chanchitos de mar, etc. Las corvinas eran enormes, 20 km y más, las comíamos muy seguido asadas a las brasas y bien adobadas. En esto de la pesca tengo una buena anécdota: el Dr. y el Viejo organizaron entre 6 u 8 lugareños, campeonato de caña y de aparejo. Los jurados eran ellos y el Dr. Roglia, que muy a menudo con su señora pasaba casi el mes con nosotros. Se pescaba dos horas en la mañana y tres en la tardecita para el torneo. Toda la captura se la llevaban a los jurados para llevar las planillas… No te imaginas las fuentes de pejerreyes y de sargos que sin limpiar – ya que era tanta la cantidad – que tirábamos con Mamita en el pesquero del Sur. Realmente, no podíamos con todo. A los peces grandes los preparaba y salaba Melitón; algunos comíamos nosotros y el resto él lo vendía en “Casa Rubio” de Castillos como “bacalao”.

Bueno; terminado el concurso, ya cerca de fines de enero, se otorgaban los premios: botellas de grappa, de caña, etc.

Una vez al viejo Coduri, ganador de un campeonato de pesca mayor, comisario de Rocha, jubilado y amigo de los Viejos, le dieron un terreno justo en el límite donde la línea hace un ángulo, a unas 10 cuadras o más del rancho, frente a la playa del Sur, para que allí levantara su ranchito y tener nuestros límites marcados. De ahí en adelante, Coduri, con su mujer e hijas (una de ellas se casó con Milton de los Santos) concurría en verano y en invierno al Polonio.

¿Qué más puedo contarte? Ahí verano a verano fui creciendo disfrutando enormemente de todo aquello. Allí por el año 44 o algo antes, encalló en la playa del Norte, llamada “De las calaveras”, un barco de bandera argentina, cargado de madera, el “Juan Traverso”, y era mi gran diversión ir a ver, los días que el mar estaba calmo y lo permitía, los trabajos de rescate. Estaba bien  sobre la orilla, a unos 30 mts pero apoyado en un lecho de piedras que le había abierto varios rumbos. Lo descargaron y casi flotaba solo y de golpe, un día creció bastante el mar y con poco oleaje, ya estaba casi sabiendo de la varadura con sus propias máquina y anclas colocadas mar adentro, y no se puede creer, ¡se quedaron sin combustible!

Allí quedó como tantos otros y para el invierno ya estaba totalmente roto. Te cuento esto del barco porque para mí era una diversión enorme observar los trabajos y bañarme cuando estaba manso, cerca del barco. Don Melitón trabajaba en el rescate y también en el alije, todo era por cuenta del seguro según decían, y parte de esa descarga y alije la hacía para él; así salían lonas, bombas de achique tipo reloj, algunas herramientas, etc…

El patrón del barco era un gallego y nos convidaba muy a menudo con mejillones con limón o patas de cangrejo acompañadas con vino blanco y cosas por el estilo.

Cuando en el buque no se hacía nada, con “Chungo” generalmente seguíamos caminando para la Punta del Diablo, el Cerro de la Buena Vista o la Barra. Llevábamos algo para ir comiendo y nos bañábamos en cuanto lugar lindo había, que te puedo asegurar son muchísimos. Volvíamos en la tardecita “muertos” al Polonio.

Ya ves Pin, no había tiempo para aburrirse, siempre todos los días y a todas horas teníamos algo para hacer. Me dirás, ¿y en las temporadas con lluvias? Bueno, entonces leíamos, jugábamos a las cartas, a la lotería, etc. Hacíamos tipo torneos y en eso pasábamos el tiempo. No existían aún las “Spika” pero llevábamos una radio grande de 6 volts y dos baterías que cargábamos por turno en los talleres del Radio Faro. Aún siento el peso de la batería en aquellas 6 cuadras y pico desde el rancho al faro y volver con la otra recién cargada. Ese trabajo generalmente lo hacíamos “Chungo” y yo, bajo la atenta mirada de los dos viejos, (acompañantes modelo, decíamos nosotros) que continuamente nos alentaban diciendo “vamos, ya falta menos, ya hicimos tanto…” y así nos iban acompañando, contándonos unos 120 pasos por cada cuadra. La radio sólo la utilizábamos para escuchar los dos informativos de “Difusora Rochense” – noticias personales, telegramas, etc. -, y a la una el de “Carve” y de noche algún partido de fútbol del Campeonato del Este, cuando jugaba Rocha.

Ya un tiempo después, siendo más “mocitos”, Don Jacinto nos armaba los sábados a las 7 de la tarde, antes de la cena, en el comedor del Hotelito algún bailecito con una “vitrola” “RCA Víctor”de mesa y los clásicos tangos del 40. Allí estábamos nosotros, los del faro y algunas muchachas parientes de ellos que pasaban días en el Polonio. Ya nosotros, también tuvimos actividad socialque si el domingo estaba feo y frío, repetíamos.

Tengo una graciosa anécdota de 1946. Yo ya estaba en Preparatorio, 1er. año, recién creado en Rocha y a la vez el Viejo me había puesto a trabajar en el Juzgado Letrado. Allá por diciembre del ´45, apareció en Costa Azul un trozo del tan preciado y valioso “ámbar gris” y se entabló un pleito entre el gerente del Banco República (Suc. Rocha) y el Receptor de Aduanas Práxedes Méndez, sobre la propiedad del hallazgo. Llegó la feria y nos fuimos al Polonio, yo pensando: “Si apareció en Costa Azul, lo más seguro es que salga en el Polonio, que es la zona que más cosas arroja el mar”; quiere decir que me fui con la ilusión de encontrar una fortuna. Bien, caminábamos un día por la playa con “Chungo”, yo siempre muy atento a lo que pudiera estar saliendo, y veo que el mar estaba arrojando a la orilla una enorme manta semejante a aquella pequeña porción que había visto en el juzgado. Entré al agua y me traje aquello a la orilla. ¡Ámbar gris! Allí mismo le hicimos una raya al medio para dividir nuestras partes y con enorme sacrificio la fuimos arrastrando por la orilla del agua hacia los ranchos. Pesaba unos 80 kg por lo menos y ¡el gramo valía más de un dólar! Tenía un olor espantoso, igual a la del juzgado y el mismo aspecto. Llegamos y le pedimos al viejo Rocha que lo cuidara, que tenía enorme valor, la entramos al rancho teniendo esa noche el viejo que dormir afuera, porque realmente el olor era insoportable. Le dije que se olvidara de su yegüita y carrito, que le compraríamos de regalo un camión de doble tracción, de esos que recién empezaban a llegar después de la guerra. Les contamos a los Viejos y les dije que me vendría a Rocha para hacer los trámites y ver en que seguía el pleito del Juzgado, pues lo de Costa Azul se había mandado analizar. Me fui en el petizo al camino, le pedí a un camionero de los que hacían la ruta que me acercara a Castillos; en la Estación Ancap le pedí a Luis Alberto Rocca que me diera plata, pues con el apuro había salido sin nada. Tenía la misma idea que yo pues me dijo: “En Costa Azul salió ámbar gris, es probable que uds. encuentren por el Polonio”. Yo nada le dije, apretaba mi frasquito de gomina “Brancato” donde había puesto un pedacito y casi me reía solo. Me tomé un ómnibus de aquellos amarillos de la línea de Rocha y ahí venía lleno de ilusiones. La gente comentaba del valioso hallazgo de Costa Azul, del pleito, de la fortuna que era, etc., y yo calladito, apretando mi frasquito en el bolsillo. Era feliz, se estaban confirmando mis presentimientos y esperanzas, y pensaba: “¡Y si estos supieran que con Chungo tenemos como 80 kg! ¡Que en mi bolsillo traigo una pequeña fortuna…!”. Bueno, llegué a Rocha ya en la tardecita, así que no pude averiguar nada en el Juzgado. Me fui a lo del tío “Guito”, que por su profesión podía saber algo. Sabía que el resultado del laboratorio de Montevideo aún no había llegado. Miró mi “muestra” y buscó en sus libros todo lo concerniente al “ámbar gris”. Todo coincidía: textura, color, olor, etc. ¡pero siempre se había encontrado en pequeñas cantidades, unos 300 grs. a los más! Por lo tanto me dijo: “Creo que eso fue encontrado en Costa Azul y tú en el Polonio, debe ser cualquier cosa, menos ámbar gris”. ¡Qué desilusión! Le encargué que cuando viniera el resultado del laboratorio de Montevideo, me lo hiciera saber. Al otro día por el mismo camino, ómnibus, camión y caballo, desilusionado, me volví al Polonio. Pobre otra vez, pero fui rico durante casi 12 horas. A los pocos días el Esc. Rubert, actuario del Juzgado, le dijo a “Guito” que había llegado el informe negativo del Instituto Técnico Forense, que eran trozos de manta de un tejido “venoso” que tienen las ballenas. Sacamos de lo del viejo Rocha aquella supuesta fortuna, la enterramos por allí cerca, y el viejo volvió a ocupar su rancho, quedándose con su carrito y yegua como antes.

Bueno Piu, esto se va alargando, tendría mucho más para contarte: las pescas embarcado en la chalana de Melitón, el cruce y bajada a la isla de lobos “La Rasa” con José Cruz, y ¡que sé yo!, cantidad de cosas, fueron muchos años y muy queridos, pero esto debe haber sido lo principal.

Accidentes: realmente ninguno de importancia, a no ser los propios de vacaciones, un raspón, una torcedura, un esguince, etc. Tragedias: mientras nosotros fuimos, ninguna por suerte. Moscas y mosquitos, aunque te parezca mentira, no habían; robos en aquella época allí, no habían, salvo alguna gallina o una rueda de chorizos después de las carneadas, pero siempre en familia y entre amigos…

No sé si esto te sirve para algo, pero he tratado de cumplir lo más acertadamente tu pedido. Ya me duele la mano pues hace años no escribía tanto.

Un beso y un abrazo

Joselo”

 

 

 

 

 

 

Aclaraciones:

 

“Pin” – sobrenombre del fallecido periodista Ángel María Luna, primo hermano del autor de la misiva

Jacinto Pereyra, su esposa doña Severa y su yerno José Cruz: pobladores originarios del Polonio

Melitón Álvarez: farero y pescador de campanillas, hombre muy hábil en diferentes oficios, muy amigo del autor, quién le llamaba “tío”

“Negra” y “Tere”: hermanas del autor

Pedro y Mercedes, “Coca”, “Maja”, Ángel y “Guito”: tíos del autor y éste último farmacéutico y laboratorista

Fermín Molina (“Minso” o “Minsito”) productor rural recientemente fallecido, ya nonagenario, de la zona de Valizas e íntimo amigo de las familias Luna y Pertusso.

Domingo Rocha: cuidador de nuestros ranchos en el Polonio y amigo de ambas familias

Gnazzo : Plomero, hojalatero, etc de Rocha

Próspero Rubert: actuario del Juzgado Letrado de Primera Instancia de Rocha

 

[1] Servicio Oceanográfico y de Pesca . Ente estatal hoy desaparecido

 

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