Jesús Perdomo
SUMARIO: 1. En redota – 2. El descubrimiento – 3. El primer caso – 4. La puerta se abre – 5. Ajedrez de tres – 6. Amigo Pedro Amigo – 7. La protección charrúa – 8. Aliados sospechosos – 9. La pillería de Artigas – 10. De sobresalto en sobresalto – 11. El desenlace
1. En redota
Parado en puntas de pie sobre la piedra más alta del cerro de la Cueva del Tigre, el vichador, tenso y concentrado, atisbaba hacia el oeste. Allá, los rayos del sol poniente alumbraban las palmeras del Paso Real de Castillos y, más allá, la sierra de la Carbonera, por donde debían venir los perseguidores.
Pero, ninguna silueta de jinetes se recortaba amenazadora en el contraluz…
– Ahijuna, los perdimos a esos porteños ´e porra … – festejó, aliviado, el vichador Rosendo Olivera, mientras, agitando los brazos, mandó señas tranquilizadoras hacia abajo.
Allí, en la ladera del cerro, por el viejo trillo de las carretas avanzaba rumbo al Este una penosa columna de unos doscientos jinetes. Los matungos iban matados, de paleta sumida, sudados y echando espuma por la boca. Los hombres llevaban la derrota grabada a fuego en los desgreñados rostros de ojos hundidos, en las rotosas pilchas, en las improvisadas vendas sanguinolentas, en el cansancio infinito de jinetes y caballos.
No era para menos. Venían de perder fiera batalla, después de un día completo de pelea, donde dejaron más de 30 compañeros muertos, 130 prisioneros y toda la caballada de refresco en poder del enemigo.
Fue en el Valle de Marmarajá, cercanías del Aiguá… Después, la huida a mata-caballos por más de veinte leguas: sierras de Aiguá, Carapé, la Carbonera y – ahora – un quiebre al Este, por los cerros de Castillos, buscando la salvadora llanada de la Angostura, que termina en la frontera del Brasil.
Rosendo Olivera, mozo de estos pagos palmareños, le tocó en suerte ser el baqueano, con brillo pícaro en los ojos aindiados, le gritó al Jefe de la columna en fuga…
-¡Tamos salvaos, don Fernando! ¡Esos porteños cagones nos van a agarrar si son brujos!
-¡La putísima que los parió! – retrucó el Jefe, palmeando el cogote del sudoroso tostado que montaba – ¡Que Dios te oiga, che Rosendo…!
El Jefe de esa fugitiva columna que bajaba la cuesta del cerro la Cueva del Tigre es el comandante Fernando Otorgués, mano derecha de José Artigas, en porfiada lucha contra el gobierno centralista de Buenos Aires, posesionado de la Provincia Oriental.
Otorgués venía de ser batido y humillado por el coronel porteño Manuel Dorrego, en Marmarajá el 6 de octubre de 1814.
Sobre la Vuelta del Palmar, por donde avanzaban los derrotados de Otorgués, cayó la noche del 7 de octubre. La Noche Triste para esos orientales. El abrumado Jefe dejó que el caballo marchase a su antojo y hundió la cabeza en el pecho, perdido en negras sombras… Dolor, rabia, vergüenza, ¡humillación! Lo había perdido todo, hasta el sombrero y la espada, “¡hasta mi propia mujer y mi gurisito quedaron en manos del enemigo!”.
– ¿Cómo carajo le miro la cara al Jefe ahora?… ¡Qué va a pensar de mi! ¿Qué soy un jodido cobarde?…
Pero Artigas estaba lejos, allá en el Norte, todavía ignorante de la humillación de su segundo.
Brilló tamaña luna sobre los arenales de la Angostura. Como autómatas, los jinetes de Otorgués continuaron al paso, azulados espectros en derrota, sin saber que estaban a punto de “hacer historia”. Y de la grande. Porque, cuando llegasen a la frontera del Chuy, con el Brasil portugués, esa desparramada columna en desgracia de Fernando Otorgués inauguraría el Derecho de Asilo para toda América del Sur.
Ellos fueron los PRIMEROS en solicitar – formalmente – ASILO, como refugiados de guerra y recibirlo.
Sin saberlo Otorgués y sus hombres inaugurarían una práctica que a lo largo de las décadas – a fuerza de reiterarse en los distintos conflictos que surgieron a lo largo y ancho de nuestra América – se fue consolidando hasta constituirse en derecho vigente a nivel internacional mediante convenciones.
Y fue aquí que ocurrió, en estos rochenses pagos fronterizos. El primer asilo de la historia americana.
2. El descubrimiento
El 23 de setiembre de 1998, en la Cancillería uruguaya tuvo lugar una conferencia dictada por la investigadora compatriota Ana Ribeiro y la entonces embajadora del Paraguay, respetada historiadora profesional, Sra. Julia Velilla.
¿Tema de la conferencia? Los años de José Artigas en Paraguay, en particular su relación con el dictador Gaspar Rodríguez de Francia. Según Velilla, “no es correcto hablar de prisión de Artigas en Paraguay, dado que Francia lo ampara de la persecución de ‘Pancho’ Ramírez, lo recibe, lo protege mientras vive, lo honra e inaugura, con este acto el derecho de asilo en América…” (negritas nuestras)
Esclarecedoras palabras. Según la historiadora Velilla, Artigas en Paraguay constituye el “primer caso de asilo en América”. Ahora bien, esto comenzó a transcurrir en setiembre de 1820.
¿Qué diremos de un caso similar, pero acaecido en octubre de 1814, es decir, 6 años antes?
Recorriendo la abundante documentación existente, iremos descubriendo un hecho casi desconocido, pero de indiscutible importancia que comenzó a gestarse en nuestra zona del Este, transitó territorio rochense y culminó en tierra brasilera, aquí al lado, frente a la boca del río San Luis.
Para calibrar, de entrada, toda la desgracia sufrida por el derrotado Fernando Otorgués en Marmarajá, observemos este documento, firmado por Carlos Mª. Alvear, Jefe porteño, al otro día del combate:
“… Antes de la noche había caído en poder del Cnel. Dorrego todo el equipaje de Otorgués, su mujer, su hijo y la multitud de Familias que seguían el grupo de su mando, una tropa de Caballos escogidos, todos los Carruajes del Ejército con paños y Dinero (que se repartió a nuestra tropa), el uniforme del Caudillo, su sombrero, y la espada que éste abandonó en su fuga y que existen en mi poder…” (Gral. Alvear, 7/X/1814)
3. El primer caso
Desde que el hombre primitivo se dividió en clanes, una de las primeras cosas que supo inventar fue la guerra. Por suerte también inventó algo que aliviara y humanizara su cruel brutalidad: el recurso del refugio respetado para el derrotado fugitivo, en territorio neutral.
Lo que inicialmente fue un dudoso y riesgoso azar, atenido al buen o mal humor del “protector” de turno, a lo largo de los siglos se fue consolidando hasta transformarse en derecho, reconocido y sometido a precisas normas.
Por 1812 el derecho de asilo en tiempos de guerra era moneda corriente entre los estados europeos; pero ¿qué decir de estas colonias españolas en incierta lucha por constituirse – tal vez – en Estados libres? Todo, hasta lo más elemental, estaba por hacerse. De ahí la trascendencia de este primer caso de Asilo en América, documentado en archivos.
Durante dos meses – de octubre 8 hasta los primeros días de diciembre de 1814 – fue y vino la papelería diplomática en torno al “refugiado” segundo jefe de don José Artigas en guerra contra el centralismo intruso de Buenos Aires.
4. La puerta se abre
El acongojado Fernando Otorgués, después de perderlo todo hasta la propia “mujer e hijo, sombrero y espada” solicitó y recibió asilo en territorio portugués en la Guardia del Chuy.
El jefe de las Guardias de Frontera, coronel José Antúnez autorizó al teniente Antonio Viera, jefe de la Guardia de Chuy, para que permitiera el ingreso de Otorgués y su fatigada columna artiguista como “asilado”. La peripecia recién comenzaba.
Claro está, los contrarios también abrieron su juego. Con fecha 9 de octubre, Gervasio Posadas, Director Supremo de Buenos Aires, recibió parte del general Alvear:
“… El día 7 anuncié a V. E. que el Caudillo Otorgués con las reliquias de su División se dirigía a entrar en los Campos del Portugal. Los Comandantes de los Cuerpos destinados a perseguirlo me dan parte de que Otorgués ofició al Cdte. Gral. de Frontera participándole de que se había refugiado en aquel Territorio sin miras de hostilidad (…) Este Ejército, en consecuencia de la entrada de Otorgués a aquel Territorio, cesó la persecución en los límites de esta Provincia, protestándole al Jefe de Frontera por si daba admisión y amparo a una facción de rebeldes armados contra un Gobierno con quien aquella Nación conserva amistad y buena inteligencia…” (negrita nuestra)
Ahora, el caso remontaría vuelo a las más altas jerarquías de ambos gobiernos. El general Alvear, representante de Buenos Aires en la Provincia Oriental, reclamó frente al representante del Reino de Portugal en el Río Grande, capitán general Manuel Márques de Souza:
“Un traidor y asesino llamado Fernando Otorgués, acaudillando una facción de 600 hombres de Armas, se ha rebelado contra el Supremo Gobierno de estas Provincias, con el perverso fin de constituir a la Banda Oriental de ellas en un Estado Libre e Independiente de los derechos soberanos de don Fernando VII y de la integridad de la Monarquía Española.
(…) Las tropas de mi mando, respetando los derechos e inviolabilidad de los Dominios Extranjeros y en conformidad de los Tratados que existen entre su Alteza el Príncipe Regente y mi Gobierno, cesaron de perseguirlo en el momento de su ingreso a los Campos Neutrales, dominios de S. A. el Príncipe Regente de Portugal.
No puedo dejar de RECLAMAR de V. E. la persona de Otorgués y sus secuaces, para que como reos de alta traición y usurpadores de los Derechos del Soberano, sean castigados con la pena que merecen y por el Gobierno de quien dependen (…) Espero que V. E. se sirva asegurarme de que de ningún modo se permitiría al traidor Otorgués hacer o dirigir la menor incursión de tropas sobre el Territorio de esta Provincia…” (Gral. Carlos Alvear, 13/X/1814)
5. Ajedrez de tres
Sin desperdicio los párrafos transcriptos. Constituyen el cogollo del recurso de asilo en tiempo de guerra hasta nuestros días, diferenciando los roles de cada actor: asilado, asilante y reclamante.
El asilado, al recibir refugio, salva su vida y libertad a cambio de renunciar al uso del territorio asilante como base bélica contra el reclamante. Éste se compromete a no violar la frontera neutral, lo que le confiere derecho a reclamar formalmente la persona del asilado. Además le permite demandar que el asilante controle al asilado, mediante el desarme y la internación en su territorio a distancia del otro querellante.
El asilante, por su parte, se reserva el derecho de entregar, o no, al asilado, luego de evaluar las acusaciones que el reclamante le carga a éste. Evaluación, claro está, teñida con el cálculo de los intereses propios del asilante. El tiempo irá generando la obligatoriedad del asilo en casos políticos y negándose el mismo en casos de delitos comunes o actos de terrorismo.
Hábil el porteño Alvear al presentarse como ardiente partidario de la monarquía española de Fernando VII, agredido en sus divinos derechos por el “traidor y asesino Otorgués”. No olvidemos los estrechos lazos de parentesco que unían entonces a las coronas de España y Portugal.
Además, Buenos Aires hizo valer su fascinada adoración por las principescas monarquías, cuando Artigas – y Otorgués su segundo – venía a ser “el Diablo”, pues encarnaban la plebeya utopía de una república, odiada y temida por Buenos Aires y Portugal por igual.
Porteños y portugueses –viene a decir Alvear – eran “correligionarios”. A partir de ese momento, Buenos Aires, Río Grande y Otorgués comenzaron a mover sus piezas en un extraño ajedrez de tres jugadores.
Pisándole los talones al fugitivo Otorgués, cruzó los palmares de Castillos su vencedor porteño, el Coronel Manuel Dorrego, viniendo a ocupar la fortaleza de Santa Teresa.
Desde ese momento, esa fortificación colonial fue la base de operaciones para la estrategia de Buenos Aires en procura de la persona de Otorgués y sus detestados artiguistas. La fortaleza convertida así en centro de una telaraña diplomática hacia y desde Chuy, Río Grande, Montevideo, Buenos Aires…
Pero, también desde Santa Teresa se planificó la táctica militar sobre este “pago de Palmares” abiertamente hostil a los mandones porteños, que estuvieron obligados a mantenerse alerta y siempre a la defensiva.
También triple ajedrez en otros rumbos: diplomático, militar y … de espías.
6. Amigo Pedro Amigo
Hace rato que lo tenemos a Fernando Otorgués ingresado a territorio portugués. Pero, desde luego, ¿imaginamos que tanto él como sus hombres pudiesen circular libremente por dónde se les antojase? De ninguna manera. Fueron debidamente internados.
¿Dónde?… En el llamado “Puntal del Paraguayo” (o “Puntal Paraguay”). Se les llama “puntales” a los albardones que, como lenguas de tierra formados por el vaivén en las aguas, penetran en la laguna Merín como una suerte de pequeñas penínsulas. El “Puntal de Gabito”, el “Cebollatí”, el “Magro”, el “San Luis” son los más notorios del lado uruguayo. De la parte portuguesa/brasilera; el “Paraguayo”, un largo dedo de tierra y arena que se adentra en la Merín.En definitiva el puntal: un lugar rodeado de agua con un solo acceso por tierra, fácil de controlar y taponar, ideal para reducir o internar a gente peligrosa.
Una vez instalado en Santa Teresa, Dorrego activó sus espías, oficiales suyos y algunos dóciles vecinos. Le trajeron información tranquilizadora y… de la otra.
“Los Portugueses lo tienen reducido al caudillo Otorgués a una rinconada en el Puntal Paraguay, de la que no le permiten a él ni a persona alguna de su División separarse.
Le han asignado una ración de 3 libras de carne por hombre y es opinión entre ellos que nos será entregado (…) Ayer solicitó Otorgués enviar un pliego a Artigas y se le negó el Cnel. Antúnez (…) Pero estoy cerciorado que, a la fecha, los hombres de Otorgués no han sido desarmados, sino solamente los primeros que llegaron dispersos, y que el resto de la División del Caudillo existe allí armada, aunque sin haberle querido dar municiones…” (Dorrego, 21/X/1814) (negritas nuestras).
Pobre y amargado Otorgués, incomunicado en su “campo de concentración” del Puntal Paraguay en la Merín. Sin embargo, el segundo de Artigas tenía, para jugar, una carta escondida.
Del otro lado de la gran laguna, en territorio rochense, por sierras, bañados y palmares, alguien se desplazaba en secreto entre el gauchaje fiel para socorrerlo a su caudillo y amigo en desgracia. Y los espías de Dorrego ya lo detectaron:
“…Con el Sto. Gaitán remití a V. S. seis prisioneros. Posteriormente han sido tomados tres más con armas en la Cañada Grande. Hoy espero el resultado de las dos Partidas que han salido en el objeto de perseguir a Pedro Amigo, el que se cree se halla en la Sierra o en el Palmar de la Maturranga…” (Dorrego, Sta. Teresa, 18/X/1814)
Este Pedro Amigo tuvo su historia. Indomable peleador en las patriadas, “carne y uña” con Otorgués. Cuando el gobierno artiguista de 1815, Pedro Amigo sería designado comandante de Santa Teresa. Fue una catástrofe. Tanta corruptela, tanto atropello a los vecinos cometió Amigo, que Artigas – informado del desastre – ordenó su perentoria destitución a Otorgués, gobernador de la Provincia Oriental y responsable de la desgraciada designación.
Pero, en 1823, Amigo blanqueó su nombre dignamente. Implicado en el levantamiento fracasado de Lavalleja – Olivera contra el invasor brasilero, fue hecho prisionero y ahorcado en la plaza de Canelones por los realistas brasileros. “¡Viva la Patria! ¡Así muere un oriental!”, fueron las últimas palabras de Pedro Amigo.
7. La protección charrúa
Pero, ¿dónde se encontraba José Artigas por esos días? El oficial Hormiguera se lo informaba al porteño general Miguel Estanislao Soler en estos términos: “… El total de las fuerzas de don José Artigas están situadas en Arerunguá, y a retaguardia en Mataojo, las familias…” (X/1814).
Artigas diría que se encontraba en Arerunguá, en “el centro de mis recursos”. Las familias orientales que lo siguen como en la Redota, ¿dónde se encuentran? En Mataojo. Arerunguá y Mataojo, situados en el encuentro de los actuales departamentos de Salto, Tacuarembó y Rivera, el impenetrable corazón del territorio charrúa. ¿Qué mejor protección?
8. Aliados sospechosos
El “ratón” estaba guardado en la ratonera. Pero el “gato” empezaba a ponerse nervioso. El porteño Dorrego no las tenía todas consigo. Es que pasaban cosas muy raras, preocupantes…
“¿Qué reales intenciones esconden nuestros presuntos ‘amigos’ portugueses?” se preguntaba don Manuel. Si sus patrullas en Chuy y San Miguel suelen “permitir el paso de nuestros Ordenanzas y espías”, pero, en ocasiones se ponían sospechosamente difíciles. ¿En qué andarían? y ¿qué pasaba con el traidor Otorgués? ¿Lo vigilaban o conspiraban con él contra nosotros?
“El Oficial Barros, que permaneció medio día entre los portugueses, informa que éstos ya se hacen sospechosos, tanto por las muchas tropas que están reuniendo cuanto por las conversaciones que se les oyen, e igualmente por haber permitido que 4 hombres y un baqueano del Caudillo Otorgués traten de salvar la Partida del Martín Saravallo con quien creo que se halla Pedro Amigo y las caballadas, pasándolas al Puntal Paraguay por San Luis (…) En caso de invasión, yo me retiraré hacia las Minas…” (Dorrego, Santa Teresa, 23/X/1814)
El pobre Dorrego iba de susto en susto. Ahora, a los oficiales portugueses se les había dado por seducir a sus ordenanzas y oficiales para que desertasen de la causa de Buenos Aires, a más de retener los papeles diplomáticos que aquellos llevaban en el engorroso pleito referente a Otorgués:
“… Los Ordenanzas nuestros que han pasado, ya a saludar a vuestros Señores Oficiales, ya a conducir algún pliego diplomático, han sido siempre ofertados para que se deserten y siempre protestándoles que jamás serían entregados los pliegos (…) Repito mi reclamo a fin de que se sirva Ud. ordenar la entrega de los pliegos diplomáticos e impedir la seducción a mis soldados…” (Dorrego al portugués coronel Antúnez, 26/X/1814)
“Esto ya pasa de castaño oscuro” se habrá dicho el atribulado Dorrego. ¡A estos portugueses hay que tirarles con “munición pesada”! Es lo que haría el Gral. Miguel E. Soler, subrogante de Alvear como gobernador porteño de la Provincia Oriental. Sus reclamos al Capitán General Marqués de Souza sonaban contundentes:
“(…) El rebelde y turbulento Caudillo Fernando Otorgués cometió violencias y atrocidades después de haber encendido una guerra ilegal y sin objeto justificable en este País. En el país del mando de V. S. Ilustrísima ha entrado con fuerza armada, probablemente para continuar en él la carrera de sus maldades al momento que vea descuidada la vigilancia de las Tropas Portuguesas.
Porque si él quiso pedir protección en ese Territorio debió entregar las Armas a su entrada, y su V. S. Ilustrísima debe quitárselas por la fuerza, siendo el refugiado Reo de crímenes imperdonables en cualquier sociedad que sea (…) A V. S. Ilustrísima le toca desarmar esa turba de malvados y yo le recuerdo la obligación en que está de entregar a este Gobierno al Caudillo de ellos (…)
He dado órdenes al Coronel Manuel Dorrego para que se retire con su División de esa Frontera, dejando solamente en la Fortaleza Santa Teresa la Guarnición de costumbre para asegurar la Paz y quietud del vecindario.” (27/X/1814)
Hábil la jugada de Soler. Reclamó con dureza, pero retiró su ejército de Santa Teresa, como prenda de confianza hacia el portugués.
Ahora, Dorrego marchó hacia el Norte, con rumbo a Guayabos. Allá, en territorio charrúa, Artigas preparaba su revancha.
9. La pillería de Artigas
A los reclamos del gobierno de Buenos Aires le llegó, de Porto Alegre, una respuesta del más alto nivel imperial portugués. Don Diego de Souza, ministro y representante personal de su alteza real, les dio a los porteños un irónico tirón de orejas.
“Ustedes los de Buenos Aires – viene a decir don Diego – se presentan como los defensores de los derechos de Don Fernando VII, pero ¡atacan con Tropas al Perú, obediente al Rey Fernando! ( …) ¿Cómo es esto?
(…) Estos son los motivos que el General Artigas y el Coronel Otorgués producen en prueba de que son ellos los fieles defensores del Derecho de Don Fernando VII contra las operaciones del Gobierno de Bs. Aires y como los tales, en el caso de sucumbir a las fuerzas superiores de dicho Gobierno, solicitan refugiarse en los Dominios Portugueses, juzgué que no debía negárseles este ASILO, establecido por Derecho de las Naciones…” (Diego de Souza, 29/X/1814)
Entonces… ¿Artigas y Otorgués defensores de Fernando VII? Es que el Jefe de los Orientales también sabía usar sus “pillerías diplomáticas”, como hábil recurso para enfrentarse a esas dos fuerzas tan poderosas, Portugal y Buenos Aires. “Pillería” de circunstancia.
¿Pruebas de que era efectivamente una “pillería”? Por esos mismos años, más de una vez, Artigas estuvo rechazando altivamente suculentas seducciones económicas y de cargos militares, ofertadas por altos secuaces del mentado Fernando VII.
Su verdadero sentir y propósitos ya lo había expresado claramente Artigas en las Instrucciones, un año atrás, en 1813.
Por esos días de fines de octubre de 1814, los ocupantes porteños se sienten cada vez menos seguros del terreno oriental que pisan. Les llegan innumerables indicios, a veces menudos y humildes como el siguiente, que se transcribe en su ortografía original:
“S. Gov. D. Miguel Soler: Remito a la disposición de V. S. una china, que fue aprendida pasándose ala Jente del Ingrato Artigas. Esta mujer se ha averiguado anda sonsacando ala jente para que se deserte, y ya á echo hir a quatro Paysanos. V. S. determinará si lo encuentra justo trasladarla a Bs. Ayres… Oct. 30 de 1814- Oficial Francisco de Vera- Yí” (negritas nuestras)
10. De sobresalto en sobresalto
Recién asumido el mando de la guarnición de Santa Teresa, suplantando a Dorrego, el capitán Juan Correa se topó con el escurridizo Pedro Amigo, que anduvo reclutándole gente de refresco a su amigo “Torgués” por sierras y palmares de Castillos. “Dos Partidas enemigas – dice – corren entre Sta. Teresa y Castillos, mandadas por Pedro Amigo y Martín Sarrabayo…”
Pero, el pobre capitán Correa, “maturrango” en esta zona de la Provincia Oriental, descubrió algo inesperado y muy preocupante; como lo era la facilidad con que se movían sus enemigos:
“(… ) He mandado examinar con prolijidad un informe y he sabido que el número crecido de gente que pasaba el Paso del San Luis es la Partida de Pedro Amigo, que anduvo reclutando gente y viene a incorporarse con la División de Otorgués que se halla en Campos de los Portugueses…” (capitán Juan Correa, Santa Teresa, 9/XI/1814) (negritas nuestras)
De seguro el capitán Correa desconocía la escasa distancia entre los puntales “San Luis” y “Paraguayo”, así como la magra profundidad de la Merín en esa zona, apta para surcarse en elementales embarcaciones, cuando no a simple lomo de caballo. Para Pedro Amigo abastecerlo al amigo Otorgués resultaba tarea más que sencilla.
“Mandé ayer al Chuy al vecino Juan P. Aguirre para hablar con los Portugueses. Me asegura que Otorgués puede atacar esta Fortaleza sin que se lo impidan los Portugueses. Lo mismo me dice Don Ángel Núñez que viene con su familia escapando de la quema (…) Otorgués ha dicho que estaba esperando la gente de Pedro Amigo para romper por cualquier parte, porque estaba desesperado…” (Correa, Sta. Teresa, 9/XI/1814) (negritas nuestras)
“Ayer a las 3 de la tarde llegaron a la Fortaleza un Cabo Portugués y dos soldados conduciendo un Pliego (…) Me dijo el Cabo, de parte de su Mayor, que podía estar con cuidado porque Otorgués trataba de salir y él no se hallaba con orden de impedírselo (…)
A las 6 llegó un soldado de la Partida que tenía apostada en la costa del San Miguel y me dio parte que habían divisado una gruesa Partida de Otorgués de este lado del Chuy (…) Una partida de Portugueses les avisaron que debía retirarse con rapidez, porque Otorgués tenía Gente en esta banda del Chuy y que trataba de sorprender nuestras avanzadas… Tomé la determinación de ponerme en retirada…” (Correa, arroyo de Castillos. 13/X/1814) (negritas nuestras)
Para los ocupantes porteños en acecho de Otorgués, el desenlace amenazaba ser próximo y desgraciado. Desde la Villa de Minas, a donde se había retirado desde Santa Teresa, el capitán Correa nos da la clave de la jugada de los portugueses con el asilado Otorgués: hacer tiempo hasta que el caudillo oriental se repusiera, engrosara contingente y municionara, antes de retornar, fortalecido, a su tierra.
“Participo a V. S. mi llegada a este destino de las Minas, a las 7 de la tarde, con toda la fuerza que se hallaba en Sta. Teresa (…) En Rocha, supe de positivo que los Portugueses habían dado la orden a Otorgués que o entregase las armas, o desocupase su Territorio… También supe de cierto que la Tropa del Expresado Otorgués estaba bien municionada…” (18/X/1814) (negritas nuestras)
“Me han asegurado de positivo que en La Tuna se hallaba una Partida al mando de Pedro Amigo y otra de Martín Sarrabayo, que pronto estarían por el Alférez…” (Cap. Larraya, 24/X/1814)
“He ordenado al Cnel. Hormiguera situarse en la costa del Alférez, con el doble objeto de contener la irrupción de Otorgués y la de batir dos Partidas que corren entre Sta. Teresa y Castillos, mandadas por Pedro Amigo y Martín Sarrabayo” (25/X/1814)
11. El desenlace
El general Miguel Soler, gobernador porteño de la Provincia Oriental, sabía que la “quema” estaba a la puerta. No bien empezó a esparcirse la noticia del inminente retorno del fortalecido Otorgués, comenzó a castigarlo al Sr. General, una avalancha de deserciones en su tropa, que no había represión que las detuviera.
Desesperado, Soler ensayó un último recurso: le escribió una melosa misiva al –hasta ayer – detestado Otorgués, conteniendo una propuesta que éste – pensaba el porteño- no podría despreciar.
“Señor don Fernando Otorgués. Paisano mío: Su Señora de Ud. está bajo mi Protección y en una Quinta sobre el Miguelete. Nadie la incomodará. Me le ofrecí luego que llegó de la Estancia donde se hallaba y por mi orden vino a ésta sin otro objeto que separarla de insultos y tropelías que no fue posible evitar a tanta distancia…
Con que, Otorgués, Paisano mío: vamos a unirnos, mire que, de lo contrario tendremos mucho que sentir y tal vez males sin remedio, porque eso quieren los malditos Enemigos del Sistema nuestro…” (Miguel Soler, 25/XI/1814) (negritas nuestras)
Por esos días de fines de noviembre, Soler se encontraba al borde de enloquecer, obsesionado por la avalancha de deserciones que castigaba a las fuerzas bajo su porteño mando. Empezó entonces a disparar órdenes espeluznantes:
“… Toda persona que se le justifique haber seducido a algún individuo de la Tropa a que deserte, le auxilie con dinero, viandas, disfraces, cabalgaduras; le ampare u oculte en su casa o habitaciones, será irremisiblemente fusilado…”
En medio del barullo, Fernando Otorgués “se hizo humo” del puntal “Paraguay” donde estuvo asilado. Y así, este conflicto de casi dos meses de pulseadas diplomáticas – que produjeron tan abundante papelería – quedó documentado, en su final, en apenas tres escuetos informes, antes de esfumarse:
“Respecto al prófugo Otorgués, he sabido que éste fue expulsado del Territorio Portugués y ha querido forzar una Partida de Granaderos que tenía yo sobre las Minas…” (Soler)
“Acaba de llegar un hombre que mandé ayer a Rocha, diciendo que había salido Torgués del Puntal con toda su Gente, la cual es cierta, pues ayer caminaba para el Alférez…” (capitán Walcalde, Maldonado. 29/X/1814)
“Me dice un sujeto de verdad, que llegó estos días una Partida de Otorgués al Pueblo de Rocha y que se llevaron al Cura de dicho Pueblo…” (Oficial Gamarra- 5/XII/1814) (negritas nuestras)
Así, “robando” curas (se refiere al hecho de plegarse el sacerdote a las huestes artiguistas y no a su rapto, sin duda alguna) culminó el evento del primer caso de asilo en tiempo de guerra (solicitado, gestionado y protestado formalmente) en América.
La afirmación de la autorizada historiadora paraguaya Julia Velilla, sobre el asilo de Artigas, desencadenó la presente investigación sobre el “Caso Otorgués” en páginas del Tomo XVII del “Archivo Artigas”.
Poco más de un mes después, allá en el Norte Charrúa, en Guayabos el porteño Manuel Dorrego mordería el polvo de la derrota en manos de las montoneras de Artigas.
La prepotente dominación de Buenos Aires sobre la Provincia Oriental entonces bajó a la tumba.
(*) La totalidad de las ilustraciones de este artículo corresponden a xilografías del artista rochense Juan Luis Martínez
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