Jesús Perdomo

Sumario: 1. El futuro que pudo ser – 2. Se vienen las bases – 3. Herrera: el horcón del medio – 4. Haedo: el caballero de la Mesa Redonda

1. El futuro que pudo ser

Hacía muchos años que el viajero no visitaba estos parajes. Por fin, volvía, para contemplar la majestuosa laguna Negra desde la – ahora – reverdecida Angostura.
Llegaba en su coche, silbando alegre y despreocupado. De pronto, algo insólito le corta el silbido, le corta el paso y lo obliga a violenta frenada: una sólida y alta barrera cruza la carretera de lado a lado, flanqueada por dos amenazadoras garitas militares identificadas con la inconfundible bandera yanqui, la de las “barras y estrellas”.
Al sorprendido viajero, de boca abierta por el chasco, se le aproximan dos atléticos y marciales “marines”, de impecable uniforme y:

Good morning, you are entering to a military zone. Please show your pass…

El hombre no se contiene, se planta firme frente a los marines estadounidenses y explota:

-“Pero… pero, ¡esto es territorio uruguayo, no yanqui! ¡Esta es “La Angostura”, entre el Atlántico y la laguna Negra!… territorio uruguayo, ¡carajo!…”

Arenal pelado. Ni un solo árbol. Cuando el sol reverbera furioso, en los veranos, lastima los ojos. Si sopla viento, los caballos que tiran carros y carruajes deben ponerse de ancas hasta que el viento amaine, mientras espesas nubes de arena voladora oscurecen el aire, dificultando el tránsito. Ni un solo árbol.
No, no es el Sahara. Es aquí, en el Uruguay. Es la “Angostura”, entre laguna Negra y el Atlántico. Arenal pelado, árido, seco. Ni un árbol…
Sin embargo, toda esta larga, estrecha y estratégica franja luce hoy un espeso verde vegetal de altos y tupidos árboles, apenas cortado por el trillo asfáltico de la Ruta Nacional No. 9.
¿Cómo llegó ahí todo ese verdor, matando el seco y pelado arenal?
Por 1912, el inmigrante asturiano José Rubio Suárez comenzó a domesticar, con forestación, aquel “Sahara” que era la punta sur de la “Angostura”, ahora parte del campo de su propiedad.
¡Tarea de locos! Abrir el hoyo, formar cama de tierra y ayuda fértil, plantar el frágil plantín, protegerlo del sol y los ventarrones, regarlo uno por uno. ¡Y así miles! Sólo la paciencia franciscana – y el capricho- del “Gallego José”, como le decían, consiguió ese loco milagro verde que hoy contemplamos y disfrutamos.
“Si logras guarecer uno solo de esos pinos que tan trabajosamente plantas, ¡te prometo que voy a venir a colgarme de él!”
Ahora, a ese escéptico amigo del “Gallego José” se le ofrecían miles y miles de posibles “colgamentos”. Felizmente, el hombre no cumplió su burlona promesa.
Aquel Sahara criollo, recuperado en campo forestado, era como un hijo de sangre para aquel asturiano José Rubio Suárez. Ese fresco verdor era parte de su entraña.
¡Cómo habrá sufrido el infausto día que el “Superior Gobierno” le notificó la expropiación, por “altos intereses nacionales”, de ese tan querido terreno. Dos mil trescientos sesenta y cinco hectáreas pasaron a propiedad fiscal nacional. Ahora bien ¿en qué circunstancias y con qué finalidad se le expropiaron esas 2.365 hectáreas al “gallego” José Rubio?
Claro es que el asturiano, enfrascado en verdear su desierto de arenas voladoras, no se había percatado de lo estratégico de aquel lugar, pasaje terrestre obligado hacia y desde Brasil.
Por otra parte, embebido en la atención de sus “hijos verdes”, tampoco disponía de tiempo para enterarse de un tal Adolfo Hitler, un mozo europeo que andaba poniendo nerviosa a mucha gente…
Aquella escena inicial, con el asombrado viajero enfrentado a los “marines” yanquis es pura imaginación felizmente. Pero muy bien pudo resultar real, dado el amenazante contexto mundial por comienzos de la década de los cuarenta.
Precisemos la fecha: año 1940. El nazi Adolfo Hitler viene avanzando sobre Europa. Ingleses y franceses no encuentran respiro ante la blitzkrieg. Ha comenzado la Segunda Guerra Mundial. El apetito del Führer – resulta evidente – no se saciará con el territorio europeo. Tiene inquietantes aspiraciones más allá del “hinterland” germánico, tiene pretensiones mundiales.

2. Se vienen las bases

Por esa fecha, EE.UU. todavía no ha entrado en la contienda, pero sabe que – tarde o temprano- deberá entrar. Y, como antes a los ingleses y ahora a los alemanes, a los yanquis se les está abriendo (mejor dicho, reabriendo) el apetito imperial: Méjico, centroamérica, Cuba, Colombia – con su territorio quebrado para dar nacimiento a Panamá -, bien que ya han sufrido ese molesto apetito.
Para el entonces Presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt ya pasó el tiempo de las groseras intervenciones, del “Big Stick” de Teodoro Roosevelt, con agentes secretos y marines ingresando a los débiles estados vecinos, como Perico por su casa.
Ahora se requiere mayor sutileza. Es la hora de las bases militares estratégicamente ubicadas bajo la consigna de defender estos países de la arremetida nazi, ¡of course!. ¡Que nadie ose pensar otra cosa!
Entonces, el gobierno yanqui de Roosevelt comienza un apasionado romance con el gobierno uruguayo, encabezado por su Presidente Alfredo Baldomir, un militar, y – sobre todo – con el muy bien dispuesto canciller Alberto Guani.
En concreto: ¿qué pretenden los yanquis?
Ubicar en Uruguay dos bases militares, una en la laguna del Sauce y otra en la muy nuestra laguna Negra. A las proyectadas Bases las construirán ellos, las equiparán ellos y… ¿las gobernarán ellos? ¡Of course!
Y la “operación Bases” comenzó. Día tras día, los Yankys redoblaban los “mimos” al pequeño Uruguay. Valga un ejemplo: ese año 1940, el poderoso “New York Times” le dedicó al pequeño Uruguay nada menos que 50 notas periodísticas. Y, por su parte, los diplomáticos de la embajada norteamericana en Montevideo presionaban y presionaban.
Baldomir, Guani y el pleno del gobierno uruguayo estaban plenamente jugados a las Bases en laguna del Sauce en Maldonado y en la laguna Negra en Rocha. “Por los altos intereses nacionales”, claro está. ¡Vivan las Bases!
El adjunto mapa del departamento de Rocha constituye toda una joyita artesanal. Lo dibujó el Ing. Agr. Facundo Machado, antes de 1928. En ese año, el ferrocarril llegó a la ciudad de Rocha y en el mapa aparece el trazado ferroviario cuando todavía no llegaba a la ciudad. Más tarde, alguien (?) dibujó varios agregados sobre el mismo, entre ellos – el más llamativo- la “BASE MILITAR AERO-NAVAL DE LA LAGUNA NEGRA”.
Si observamos en el mapa, al extremo sur de la laguna se dibuja el bañado de la Angostura, atravesado por un “Canal Artificial”, parte de un notable proyecto, planificado pero no realizado, del Ingeniero Luigi Andreoni.
Claro está, a la altura de 1940, el viejo desierto de arena merced a la obra civilizadora de José Rubio era recuerdo. En treinta años de incansable forestar, los “hijos verdes” del asturiano ya lucían robustos y crecidos. Abandonarlos a manos del Estado, por más altos que fueran los “intereses nacionales”, le resultó doloroso e incomprensible calvario. Pero, no había lugar a “pataleo”: la “Base Militar Aero-Naval” ya se daba como hecho y se realizaría en lo que hasta esa fecha fue su propiedad y que sería de ahí en más territorio bajo tutela y dominio estadounidense.

3. Herrera: el horcón del medio

Luis Alberto de Herrera
Luis Alberto de Herrera

Y entonces, cuando todas las campanas gubernistas se echaban a vuelo, se toparon con el “horcón del medio”. No contaban con Luis Alberto de Herrera, un empecinado y tozudo nacionalista radical.
“Uruguay – sostenía Herrera – no debe perder soberanía, ni en favor de Alemania, ni de ingleses, ¡ni de yanquis!”… Herrera a partir de ese entonces inició una cruzada y se enfrentó con todo su poderío político a las Bases extranjeras. Desde ese momento, la legendaria quinta del caudillo nacionalista se transformó en la usina generadora de la resistencia visceral al detestado proyecto.
Cuentan que uno de los diplomáticos de la embajada estadounidense en Montevideo, cuando comenzaba el affaire de las Bases, le comentó, quejoso, al ministro de Relaciones Exteriores Guani: “Pero, este señor Herrera no ocupa ningún cargo oficial. ¡No es nadie!” A lo que el Canciller le respondió: “Cierto, el doctor Herrera no ocupa cargo oficial. Pero, de ahí a que “no es nadie”, usted está muy errado!”
Por esa fecha es cierto que Herrera no ocupaba posición política alguna. Era nada más y nada menos que un caudillo. Personalidad singular y pintoresca. Como muy bien lo señala Carlos Real de Azúa: “Herrera fue uno de los pocos políticos divertidos que tuvo nuestro País… La antisolemnidad de Herrera y su fresco humor componen un haz de sus rasgos más fascinantes, sobre todo si se les inscribe en el paisaje de la solemnidad acartonada de los próceres de su juventud…”
Pero, además, su capacidad de llegar hasta los rincones más marginales del país, así como la prodigiosa memoria de los antecedentes personales de sus seguidores, poseía la destreza para el vocablo feliz en cada momento, el modismo cuyo exacto significado es un gozoso secreto compartido entre el orador y su fascinado auditorio.
En 1905, todavía fresca la sangre derramada en Masoller, los nacionalistas Luis A. de Herrera, el poeta Carlos Roxlo y el Sr. Quintana presentan en Cámara un audaz Proyecto de “Legislación Laboral”. Para la época, este Proyecto resultaba provocador y “escandaloso”, si se tiene en cuenta que la jornada laboral del momento se situaba en 12 o más horas de trabajo, y en su Proyecto Herrera, Roxlo y Quintana la rebajaban a 8 horas o 9 en algunos casos.
“El paquete de 6 Proyectos sobre Legislación Laboral, contrato de trabajo y puntos conexos – señala Real de Azúa- cronológicamente anteriores a Batlle, fueron pioneros, no sólo para Uruguay. Una mirada histórica comparativa con el resto del Continente disipa toda duda…”
A veces – hay que reconocerlo- en sus escritos, el estilo de Herrera se vuelve farragoso y barroco, pero también sabe fulgurar en destellos, como éste refiriendo a nuestro solar: “Con Musset digamos: “Mi vaso es pequeño, pero, yo bebo en mi vaso.”
Y retomando el asunto de la presente monografía corresponde recordar la frase que lanzó ante el tema de las Bases, como lapidaria sentencia de Herrera ante la política internacional de entonces cuando corría el año 1940:“No queremos ni la sovietización de las Patrias americanas, ni ser una estrella más de una bandera imperialista”.

4. Haedo: el caballero de la Mesa Redonda

Eduardo Víctor Haedo
Eduardo Víctor Haedo

Luis Alberto de Herrera planificó su ofensiva contra el proyecto de las Bases extranjeras. Como en la Mesa Redonda de la leyenda medieval, designó a su “Primer Caballero” para el difícil combate. Lo fue el Senador Eduardo Víctor Haedo, por entonces fiel vocero de Herrera en la Cámara Alta. Y así, el “pícaro Haedo” llevaría adelante, en el Parlamento Nacional, la interpelación contra las Bases.
Herrera lo cita al Senador Haedo a su Quinta y le encomienda la interpelación a los Ministros de Relaciones Exteriores y Defensa.

Pero, Doctor – protesta Haedo- ¿Cómo voy a armar mi alegato? ¿Cómo voy a argumentar?¡ No tengo material para interpelar!

No se aflija – retruca Herrera- Aquí lo tiene. Tome esta Revista Yanky, de octubre de 1939, “Engeneering News Record”… Ahí tiene todo lo que necesita para su Interpelación.

El Senador Haedo lee: “Relación de las grandes obras proyectadas en América Latina. URUGUAY, Departamento Nacional de Defensa. Presidente Alfredo Baldomir, Montevideo. Planes gran BASE AERONAVAL. Facilidades. LAGUNA NEGRA y territorios adyacentes. 18 millones de Dólares…”

Pero… pero… – se quejó Haedo- ¡Esto es muy poco! Son apenas tres renglones! ¿Qué puedo hacer con esto?

Bueno, si no se anima, es otra cosa… Con estos “tres renglones”, como Ud. dice, tiene bastante como para ahorrarle a su país la vergüenza de convertirse en pupilo de los fuertes! Ahora, si tiene miedo, cómprese un perro!”

Haedo no compró perro. Pidió la palabra en la cámara e interpeló, contra las Bases Extranjeras a los Ministros de Relaciones Exteriores y Defensa. Una obra maestra de argumentación, con el apoyo de apenas tres renglones…
Gran suspenso en las barras. Toma la palabra el Senador Eduardo Víctor Haedo. Se encuentran en Sala 26 señores senadores. Cuando se cuentan las manos levantadas, en votación, son 25 enterrando el Proyecto-Bases, incluidos los Senadores oficialistas. Para consuelo del Presidente Baldomir, por lo menos un senador le dio apoyo.
La intransigente posición anti-bases extranjeras de Herrera enfureció a muchos. Por ejemplo, los comunistas uruguayos pintaban muros con la leyenda “Herrera a la cárcel!”, “Herrera Nazi”, olvidando que su líder idolatrado del momento, el ruso José Stalin, por esos días había firmado “Tratado de Amistad” con el nazi Adolfo Hitler y se habían repartido Polonia en el pacto Molotov-Ribbentrop.
¿Y, finalmente, qué pasó con las Bases?… Quedaron congeladas. El impacto de la interpelación por el “pícaro Haedo” había resultado contundente.
Más adelante, en 1944, EEUU ya triunfante en la Guerra, y con su apetito imperial desplegado, vuelve por su proyecto de bases militares en el Uruguay.
Pero, ahora, al incansable Herrera se le suman otras voces respetadas, como Carlos Quijano – por ejemplo- y su semanario de izquierda “Marcha”. Lápida definitiva para las desdichadas bases militares extranjeras en el Uruguay.
Alguien que – a través de estrecha relación con Enrique Erro, hombre del riñón de Herrera – conoció el “Proyecto Bases”, fue categórico cuando dijo: “Gracias a Herrera no padecemos un Guantánamo en el Uruguay”. Fue pocos años atrás, cuando un desconcertado panel de periodistas escuchó estas palabras de boca de José Mujica. Seguramente creyeron que éste era otro de los habituales brulotes del “Pepe”.
Esos periodistas quizás no sabían que Mujica de muchacho se había desempeñado como secretario de Enrique Erro, un informante de primera sobre los grandes temas nacionales, conocedor al dedillo, de todas las gestas de don Luis A. de Herrera.
Y es así. Gracias a Herrera nuestro país y nuestro departamento no tienen bases militares extranjeras que cuestionen nuestra soberanía y libertad.

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