1. Presentación
Tratar de penetrar en los misterios de Punta del Diablo no es tarea fácil. Profundizar en los tiempos en que surgió como un precario asentamiento en los desolados cerros, (denominados Punta del Mogote, en viejos mapas), cercanos a Punta Palmar, es un desafío que obliga a ejercitar la mente, la memoria y la imaginación.
Hombres y mujeres que osaron enfrentar la bravura de «la mar» en procura de un mejor destino, fueron cimentando una identidad definida, tallada a templanza y trabajo, curtida de soles, sal, viento y agua, que con ribetes de leyenda, pautaron la apuesta de un puñado de orientales resueltos a dejar de dar la espalda al mar, esa estancia ignorada durante tanto tiempo por el resto de sus compatriotas.
Este intento de reconstruir su historia (abreviada) se realiza a partir de testimonios directos, obtenidos de primera mano con los verdaderos protagonistas de la creación del pueblo, o aldea de pescadores, conocido como PUNTA DEL DIABLO: sus pobladores, hombres y mujeres de recia voluntad, dedicados en cuerpo y alma a sacar adelante sus sueños y hacer realidad sus esperanzas.
En estas vicisitudes y fatigas está cimentada la grandeza de este mágico pueblito de pescadores que convoca a tantos y tantos visitantes, que enamorados de la calidez de su gente y del entorno con que la naturaleza ha sabido adornarlo, disfrutan de su estancia y divulgan a todos los vientos sus encantos, con la certeza de que cada recién llegado terminará hechizado por el embrujo inefable de Punta del Diablo.
La misma naturaleza que en los principios guardaba celosa sus valores, hoy hace con su sabia riqueza el encanto de esta región, y los altivos médanos, las antiguas rocas de granito, donde ritualmente se suicidan unas detrás de otras las eternas olas del inquieto mar, el límpido cielo azul y el soplo del viento, cargado de frescura, forman el marco majestuoso que acompasa el esfuerzo y la dedicación de sus pobladores.
Atrás queda un azaroso camino, abierto a fuerza de tesón y lucha permanente; el presente, que también plantea sus dificultades, encuentra a Punta del Diablo enfrentado a diferentes coyunturas, de orden legal, administrativo, urbanístico y sanitario. A lo que se debe sumar el embate de la naturaleza, que pareciera reclamarle al hombre sus antiguos dominios, usurpados lentamente por el progreso y reaccionar frente al indiscriminado ataque a que se ve sometida desde todos los frentes en que la actividad del hombre se manifiesta.
Como cruel paradoja, el mismo hombre es el que termina haciendo más difícil su propia existencia, con la continua agresión a los elementos naturales, de los que irremediablemente debe depender para subsistir, pero que inexplicablemente aún no aprendió a respetar y cuidar.
Aún así, la tarea de estos hombres y mujeres sigue adelante, contra viento y marea, hasta que el tiempo diga basta…
Pero ni el mismo tiempo podrá borrar de la memoria colectiva el heroísmo y la dedicación de tantos pescadores, aferrados a sus frágiles lanchas, luchando denodadamente frente al gigantesco océano, -dispensador de vida y esperanza, pero también de dolor y muerte- para extraer de sus entrañas el sustento y lograr con su esfuerzo una vida mejor para sí y su familia.
Si el trabajo dignifica al Hombre, el trabajo en «LA MAR», arriesgando a diario el supremo bien, que es la vida, le da a cada pescador de Punta del Diablo la dimensión de un coloso…
2. En Rocha hay un lugar…
Ubicado al Este de la República Oriental del Uruguay, el departamento de Rocha extiende sus costas, 180 kilómetros sobre el imponente Océano Atlántico, -desde la laguna de Garzón, límite con Maldonado hasta la barra del arroyo Chuy, frontera con el Brasil- y forman una variada cadena de extensas playas modeladas por el continuo movimiento del oleaje del mar y las corrientes litorales.
Estas dilatadas playas, de fina y limpia arena dorada, son interrumpidas cada tanto por puntas rocosas, entre las que se destacan el Cabo de Santa María, el Cabo Polonio y más al Este Punta Palmar, en cuyas cercanías se encuentra ubicada Punta del Diablo, la mágica Aldea de Pescadores.
Hasta hace poco tiempo persistían unos pocos sitios donde demoró la llegada de la presión inmobiliaria y el avance «colonizador» del hombre…
En uno de esos cabos o cerros de arena y rocas, hace más de siete décadas, comenzó a gestarse lentamente un asentamiento de esforzados pescadores, que con coraje, trabajo y sacrificio daría nacimiento al Cerro de los Pescadores, (su nombre original para muchos de sus primeros habitantes) o Punta del Diablo, como es hoy conocida por sus peculiares encantos, en muchas partes del mundo.
3. En los dominios del viento
Durante milenios esta zona de la costa oceánica que hoy forma parte del Uruguay, estuvo bajo el dominio de los elementos naturales, únicos custodios de su entorno.
El viento, arquitecto responsable de la conformación el paisaje actual, fue modelando a su capricho la enorme extensión de dunas, que desde la orilla misma del océano hasta el borde de la Laguna Negra o de los Difuntos, se extendía como un enorme y desolado tapiz formando una franja, larga y dorada que contorneaba la costa del mar…
4. Antiguas soledades
Durante un vasto período de tiempo los primitivos habitantes de esta región en sus incursiones estivales fueron los únicos visitantes de la zona costera, situación que se prolongó hasta el advenimiento de la conquista, luego de la cual, con la introducción del ganado vacuno y con el transcurrir del tiempo y las naturales bondades de estos suelos se produjo una enorme reproducción del mismo, lo que motivó que aparecieran en escena los corambreros.
Los ocasionales hallazgos de fogones indígenas en la región costera evidencian la presencia de grupos humanos que durante centenares de años hicieron de esta zona su campo de acción y existencia.
Boleadoras, morteros, puntas de proyectiles y fragmentos de cerámica quedaron diseminados a lo largo y a lo ancho de la zona arenosa de nuestro litoral atlántico, como rica herencia de un pasado casi desconocido para las actuales generaciones.
La enorme riqueza que representaba la superabundancia de ganado hizo muy rentable la explotación de los cueros y era tal el movimiento de exportación del producto, que se transformó en el principal y casi exclusivo rubro comercial de la época.
A partir de estos análisis se comprende claramente la importancia que tuvo esta región, con su «Vaquería del Mar», en las ambiciones de imperios, gobernadores, hacendados, faeneros, corambreros, piratas e indios.
Luego de la paulatina desaparición de la raza indígena, tras las luchas independentistas, masacrada por los intereses económicos de los poderosos hacendados de entonces, sólo éstos, sus peones y algunos matreros (gauchos escapados al campo, por deudas con la justicia) campeaban por los enormes potreros que formaban las estancias que el Rey de España concedió a sus súbditos en su oportunidad, con el fin de detener el avance de Portugal, en esta región que formaba parte de la Banda Oriental.
Con el advenimiento de la independencia, esas enormes «suertes de estancias», fueron subdividiéndose en particiones sucesorias y muchas veces los «arenales» deslindados como zonas sin valor, quedaron de hecho durante mucho tiempo como «tierra de nadie».
Hasta las primeras décadas del presente siglo, las tierras que hoy ocupa el poblado conocido como Punta del Diablo, pertenecieron a hacendados que poca utilidad le sacaban a los medanales voladores y áridos que conforman la franja costera, aledaña al Océano Atlántico.
5. El primer rancho
En febrero del año l935, la familia de Laureano Rocha, que tenía un pequeño campo en Vuelta del Palmar y una numerosa descendencia, compuesta por diez hijos, ante la enfermedad de uno de ellos, Lirio, que sufría de asma, aconsejado por su médico de Castillos de que la solución para él, (que corría riesgo de muerte) era llevarlo a la costa, resolvió construir un pequeño rancho en la zona de los Cerros, en campos propiedad de la familia Martínez, que colaboró en la edificación de la rudimentaria vivienda.
En los veranos la familia se trasladaba a la orilla del mar, donde la salud de Lirio comenzó a estabilizarse y a fortalecer su organismo juvenil con el aire puro y fresco del océano y los rayos vivificantes del sol. El jefe de familia se trasladaba también a su vivienda en los meses de invierno, ya que era un gran aficionado a la pesca, que en esa época era muy abundante y realizaba con el uso del aparejo y que servía para aliviar el sustento de su numerosa familia, de humildes recursos.
El ingreso a la zona del Cerro se realizaba penosamente, en carros tirados por caballos, por caminos de barro y agua, hasta llegar a los enormes médanos, donde en ocasiones el vehículo volcaba, ante la dificultad que suponía el traslado por las blandas arenas, que insumía prácticamente todo el día.
El primitivo camino de ida al Cerro pasaba frente a los campos que fueron propiedad de Balbín Castro, ubicado en las cercanías de Castillos y luego se internaba en las arenas costeras, hasta llegar al campo de los Martínez, donde se encontraba el sitio elegido para levantar el rancho.
El trayecto se realizaba en medio de enormes dunas de arena voladora y había que marcar el trillo, para poder encontrar nuevamente el camino hacia la costa.
En 1942 se afincaron algunos pescadores que provenían de Valizas y que empezaron a pescar el tiburón para vender el hígado a mercados asiáticos. Dichos pescadores ingresaban al mar en chalanas a remo, prácticamente sin ningún instrumento de guía para su orientación.
Inicialmente se establecieron algunos pescadores extranjeros en el Cerro Rivero, al norte de Punta del Diablo y algunos lugareños comenzaron a trabajar con ellos, trasladándose luego al sitio que comenzó a ser conocido como el Cerro o los Cerros de los Pescadores, aunque algunos de los primeros pobladores afirman que ya se lo denominaba como en la actualidad.
Otros pescadores comenzaron a llegar a la costa, edificando sus ranchos en la zona que queda enfrente a la Piedra Redonda, bordeando la pequeña bahía ubicada a la derecha de la actual calle de acceso principal.
6. Caminos de arena y mar
Por ese entonces la provisión de alimentos debía realizarse en Castillos y los pobladores del asentamiento de pescadores caminaban hasta la ruta a tomar los servicios de ómnibus que cubrían el recorrido entre el Chuy y la capital nacional, temprano por la mañana y poder así regresar a la tarde con la carga a cuestas.
La población pescadora que fue conformando el precario asentamiento de Punta del Diablo provenía fundamentalmente de gente de trabajo, muchos de ellos del ambiente rural, que ante la escasa posibilidad de obtener los recursos suficientes para el mantenimiento de sus familias, optaron por la tarea más riesgosa pero más lucrativa, al enfrentar en su tarea cotidiana al poderoso océano, en una lucha desigual, impulsados como tantas veces por la necesidad.
El valor de los hombres y la abnegación de las mujeres fueron dando forma a una estirpe de pescadores templados a mar y viento, que le dieron una identidad muy especial al precario asentamiento que se fue formando en los otrora desolados Cerros.
El rigor de la existencia en aquellos primeros tiempos quedaba reflejada en la sencillez de las construcciones, totalmente realizadas en paja y troncos, y que solían ser una sola pieza, que oficiaba de cocina, estar y dormitorio e incluso de depósito de redes y avíos de pesca con piso de arena, muchas veces sin ventanas y con una rudimentaria puerta de tablas.
Los primeros baños, -si así podía llamárseles- estaban construidos alejados de las casas y carecían de techo, eran casi una mera protección ante miradas indiscretas.
Allí, en ese reducido espacio convivían a veces, familias numerosas, con toda la incomodidad y falta de privacidad que ello supone.
El agua potable provenía de pozos o cachimbas realizadas en la cercanía de las viviendas, cuando el suelo lo permitía, o se proveían de las vertientes naturales en las faldas de los grandes médanos.
Como una herencia de su pasado ligado a la actividad del campo, los habitantes de la zona costera llevaron sus caballos, sus carros -únicos vehículos capaces de llegar al lugar en aquel entonces-, sus perros y su costumbre de consumir carne roja (vacuna y más frecuentemente ovina) en vez del pescado, que a diario extraían del mar.
La nutrición en los primeros tiempos no era la adecuada, ni para los mayores ni para los niños, a pesar de que algunos pescadores lograban tener sus vacas lecheras en las cercanías -o compraban la leche a los vecinos- y preparaban modestas quintas resguardadas con maderas, trozos de redes y palos que las mareas arrojaban a la costa, donde lograban cosechar algunas verduras para complementar su escasa dieta alimenticia.
La tarea no finalizaba al concluir los embarques, y luego de limpiar el pescado que lograban capturar, sino que debían mantener en buen estado la embarcación y las redes, que en un principio eran de hilo de algodón, -mucho mas débiles y pesadas que las de nylon, que posteriormente pudieron conseguir- y requerían continuas reparaciones, que cada pescador realizaba diestramente con la aguja de remallar, instrumento con el cual ellos mismos comenzaron a tejer sus propias redes, como lo hacen actualmente.
La preparación del tasajo de tiburón o cazón llevaba su proceso: una vez limpio el animal, se procedía a cortar filetes que eran mantenidos durante cierto tiempo cubiertos de sal, para luego someterlo a la acción del sol, previo lavado con abundante agua dulce, para que secara finalmente.
La visión de los largos secaderos, llamados «varales», construidos con varejones de eucaliptus, con docenas de clavos, de donde se colgaban las planchas de «bacalao» llegó a ser un espectáculo tradicional en los Cerros. El fuerte olor característico de ese proceso también pautaba la presencia del «bacalao nacional» secándose al sol.
Esa sacrificada tarea, cuyo punto final lo constituía la comercialización del producto terminado, generó un cierto bienestar en aquellos pescadores que tuvieron el buen tino de invertir sus ganancias en el mejoramiento de sus embarcaciones, galpones y materiales complementarios para continuar la explotación del recurso, que a riesgo de su propia vida, lograban extraerle al poderoso océano.
No todos tuvieron esa virtud previsora pero aquellos que invirtieron el fruto de su arriesgada tarea diaria, mejoraron la capacidad de los motores de sus lanchas, construyeron otras, empezaron a edificar galpones más amplios y cómodos hasta que llegó el progreso y las construcciones de material comenzaron a sustituir a los primitivos ranchos de paja y juncos, y las piletas de cemento lustrado a los cajones de madera de los primeros saladeros.
Punta del Diablo comenzó así a vivir una nueva etapa en su camino, con los necesarios cambios para que quiénes se afincaron allí pudieran llevar una vida más digna y mejorar las capturas y la calidad de su producción.
7. A remo y coraje
En los comienzos de la aventura de los primeros pobladores asentados en Punta del Diablo, los medios de que disponían para la pesca eran más que rudimentarios.
Pescaban en pequeños botes impulsados a remo, casi siempre fabricados por ellos mismos y aunque las capturas eran realizadas a muy corta distancia de la costa, era una tarea ardua y peligrosa.
Muchas mujeres acompañaban a sus maridos en esta faena y remaban al igual que aquellos en las duras jornadas de pesca.
Luego, con el transcurrir del tiempo se fueron construyendo botes más grandes, con la proa y la popa iguales, y algunos con capacidad para tres remeros.
Cuando se consiguieron los primeros motores fuera de borda, que eran pequeños, de 5 caballos de potencia, se hizo posible un mejor rendimiento de los embarques.Cuando se hizo un cambio de diseño, se les construyó una popa «espejo», es decir vertical a la superficie del agua, y se los dotó de motores más potentes mejoró sustancialmente el rendimiento.
Hoy día las lanchas son recubiertas en su totalidad con fibra de vidrio, lo que las transforma prácticamente en un «monocasco», con la seguridad de una real impermeabilidad, cosa que antaño era harto difícil lograr, con los precarios sistemas de calafateo de que se disponía.
Por aquellos lejanos tiempos, la pesca era muy abundante y se lograban excelentes capturas, internándose apenas un poco más allá de la rompiente.
La pesca que se realizaba entonces era de cazones o tiburones, cuyo único beneficio era el hígado, el cual se hervía para extraer el aceite, que se comercializaba a mercados extranjeros.
Esta situación tuvo término al finalizar la II Guerra Mundial en 1945, ya que cayó la demanda de la vitamina A y por consiguiente la comercialización del hígado de tiburón.
Y con la producción de la vitamina A sintetizada industrialmente definitivamente decayó el interés en la captura del tiburón para los fines inicialmente propuestos.
Así necesariamente se debía encontrar una forma de utilizar la anteriormente descartada carne de la abundante pesca que se daba en toda la región costera de nuestro país y se comenzó a hacer «bacalao» con ella.
El proceso, que consistía en salar, prensar y luego secar al sol filetes de carne de tiburón logró que los pescadores pudieran imponer su producto en el mercado uruguayo, en virtud de su menor costo frente al bacalao importado.
Fue así que durante muchos años los pescadores de Punta del Diablo, lograron extraer y procesar miles de toneladas de tiburones de las dilatadas y peligrosas aguas del Océano Atlántico, «la mar» como ellos la denominan.
Este comercio que dio un merecido auge al pueblo, fue paulatinamente disminuyendo debido a múltiples factores.
Una exportación complementaria, derivada también de la captura del tiburón, es la referida a las aletas de los escualos, considerada como un exquisito manjar en ciertas regiones de Asia y cotizadas a buen precio en dichos mercados.
Otros de los productos derivados de la pesca del tiburón lo constituyen las mandíbulas, que una vez limpias se venden en los quioscos, conjuntamente con los elementos que confeccionan con las vértebras y los dientes (collares, rosarios, pendientes, palilleros, etc.) artesanías típicas éstas que han hecho conocido internacionalmente a Punta del Diablo
Algunos pescadores se dedicaban a comprar allí la producción de otros y eran acopiadores que luego revendían a los exportadores.
Ante la disminución de la demanda del aceite de hígado de tiburón al término de la Segunda Guerra Mundial, se comenzó a industrializar el otrora descartado producto y se fue imponiendo así en el mercado nacional el «bacalao criollo», como sustituto mucho más económico del noruego.
Este nuevo aspecto de la explotación de los recursos supuso un rebrote de la actividad pesquera en Punta del Diablo, y fue así que empezaron a utilizar nuevos motores fuera de borda de mayor potencia y se empezó a mejorar la construcción de las embarcaciones como se ha señalado.
Era tácita la solidaridad en esos sacrificados tiempos y también al volver de «la mar» los que estaban en tierra colaboraban en la «sacada» de la lancha que llegaba al puerto y en la descarga de la captura lograda.
Con el tiempo se fue agudizando el ingenio y poco a poco se mejoró el método de extracción de las barcas, primero haciéndolas deslizar sobre rolos de madera, luego tendiendo tablas a manera de piso más firme y sustituyendo los rolos por caños metálicos y el malacate o «fanfarrín» que con sus engranajes accionando un cabo, facilitó grandemente la tarea.
Alternando con la captura de peces y culminada la zafra propiamente dicha, muchos pescadores regresaban a otras actividades, rurales muchas veces, pero algunos continuaban su vida a orillas del océano y hombres y mujeres trabajaban por igual en la arriesgada faena de extracción y comercialización de los mejillones, moluscos que también abundaban entonces sobre las rocas costeras o en el islote de la Coronilla, (tarea ésta que estaba reservada a los pescadores más experimentados).
El arrimar la carga ya limpia a la ruta -o al acceso que posteriormente se hizo y que terminaba un poco más adelante de la Hostería del Pescador-, era una tarea ardua y pesada, ya que los que no disponían de caballos o de dinero para pagar un flete de carro debían llevarla a pie, por los dilatados arenales vírgenes que entonces separaban Punta del Diablo de dicho Parador.
De este modo se fue generando la identidad del pueblo, asentada sobre el sacrificio y la dedicación de sus pobladores.
8. Hacia el futuro
Punta del Diablo avanza, inexorablemente hacia un futuro promisorio, basta recorrer su renovado urbanismo, la permanente construcción de nuevos complejos y viviendas particulares para aquilatar la preferencia de un público cada vez más numeroso, que enamorado de su entorno elije este lugar para disfrutar de su asueto veraniego, cuando no para vivir permanentemente.
Este “encantamiento” producido por su entorno de cambiantes matices, de su variada y esplendorosa geografía, de su conformación espectacular donde la combinación de rocas, arena, mar y sol atrapa inevitablemente los sentidos, es el causante del singular crecimiento que se ha operado en las últimas décadas en el Pueblo de Pescadores.
Pero no sólo el paisaje es el responsable de esa preferencia por el lugar, también y en forma muy destacada, el quehacer esforzado de sus pobladores ha cautivado a los visitantes, que pueden apreciar en ellos la auténtica vida de los últimos pescadores artesanales.
Así, su cotidiana tarea de embarque, captura y descarga es un valor agregado al disfrute de la playa y cada arribo a puerto, concita la atención de los visitantes, con toda la curiosidad que la arriesgada tarea del pescador lleva en la imaginación de cada uno.
La multicolor presencia de las lanchas pescadoras en el decorado más destacado para pautar la auténtica vida de una Aldea de Pescadores y sus tareas específicas.
La mansa bahía es compartida por los adoradores del sol y de las olas, y los pescadores que, como siempre continúan con su vida normal, en la rutinaria faena de introducir y retirar sus lanchas de “la mar”.
Esa auténtica demostración del trabajo que originalmente dio forma al Pueblo debe mantenerse por todos los medios, como real atracción para los visitantes y potenciar su conocimiento a nivel internacional, más aún de lo que se ha logrado hoy.
Mantener la identidad del Pueblo debe ser tarea prioritaria de todos, autoridades y pobladores, para que esa sea la llave que haga posible el crecimiento tan anhelado, con los controles adecuados y las previsiones lógicas, que Punta del Diablo merece.
No hay otra forma de enfrentar el vertiginoso crecimiento de la globalización que la de defender la tradición cultural, clave de la identidad y en ello, indudablemente le va la vida a países, que como Uruguay, no pueden competir en otros aspectos en los que el factor de desarrollo económico es determinante.
Lo que se aplica a la generalidad del país, se aplica a las regiones y este aspecto debe ser prioritario en la elaboración de programas turísticos, que deben contar con una constante oferta de aportes culturales, sean ellos enfocados desde el punto de vista musical, literario, plástico, tradicional, artesanal, deportivo, gastronómico, etc. etc.
Punta del Diablo debe marcar presencia en el ámbito del turismo regional, habida cuenta de la natural preferencia de los visitantes por su oferta, oferta que debe potenciarse racionalmente, adecuando servicios y precios acordes, para poder competir razonablemente con otras variadas propuestas, nacionales y extranjeras.
El Plan de Excelencia para Punta del Diablo, polémico y discutido, ha venido elaborando pautas en el logro de soluciones definitivas a la problemática del Puerto de Pescadores y su entorno inmediato.
La constante presión del crecimiento de las construcciones, aunada al aumento del nivel del mar y la erosión causada, ha ido complicando la actividad pesquera en el Puerto, que vio limitarse el espacio de que disponían los pescadores para el manejo y protección de sus embarcaciones, una vez extraídas del agua.
Estos estudios han planteado la necesidad de lograr espacios vitales para el desenvolvimiento de las tareas relacionadas a la faena de pesca, lo que inevitablemente genera cuestionamientos porque colisiona con intereses particulares de diversa índole, que no siempre ven el beneficio general que tal medida generaría en el Pueblo.
La reactivación de la tarea de pesca podría derivar en el afincamiento de nuevos pescadores, que potenciarían el atractivo tradicional de la actividad.
Todas estas medidas y resoluciones deben apuntar al mantenimiento del sistema auténtico de vida de los pescadores originales, a los que se debe mantener, facilitar y potenciar en su arriesgada labor.
Sin la presencia de los pescadores, las lanchas, los galpones de faena y los molinetes, Punta del Diablo se transformaría en un balneario mas, perdida inexorablemente su auténtica identidad, cimentada en siete décadas de sacrificio, lucha, trabajo y dolor…
También la planificación urbana del Pueblo debe contemplar hasta que punto es sustentable su crecimiento, para no desvirtuar su entorno y con inteligencia determinar límites a su expansión y mantener la armonía con la naturaleza.
La vida esforzada de tantos hombres y mujeres, (que fueron dando forma a este promisorio pueblo), no merece que se desconozca, y tampoco la siembra fecunda que realizaron, en los duros tiempos del ayer y que se pierda su recuerdo en la vorágine de la modernidad y la globalización, con que la vida fácil e impersonal de hoy nos tienta…
9. Cronología
1935– Se construye el primer rancho en el lugar, por parte de Laureano Rocha, quién pesca con aparejo, la especie corvina negra.
1942– Se instalan en el Cerro Rivero, pescadores extranjeros pertenecientes a una compañía que se dedica a la pesca de tiburones, para la extracción del hígado.
1943– Algunos pescadores locales que trabajan para esta empresa se establecen por su cuenta en Punta del Diablo.
1945 – Terminada la Segunda Guerra Mundial, decae la pesca del tiburón para procesar de su hígado la vitamina A, vital para la visión nocturna de los pilotos de avión en las batallas aéreas.
1949– Se comienza la construcción de la Hostería del Pescador, en el acceso del Camino a Punta del Diablo, que se abre hasta la costa, pero falto de mantenimiento, es sepultado por la arena.
1950 – Se inaugura la Hostería del Pescador.
1952 – Pescadores zafrales instalan sus ranchos para la pesca en la temporada.
1955 – Se radican varios pescadores, oriundos de Castillos que comienzan a pescar en botes de remo, tiburones y corvinas.
1956– Fernando Romero apodado “Chimango” construye la primera lancha hecha por un pescador en Punta del Diablo.
1957 – Otro pescador, Oscar Olivera Busquets, construye su primera lancha de una larga serie de más de 50.
Se comienza a elaborar el denominado “bacalao nacional”.
Empiezan a aparecer en escena los motores fuera de borda, de 5.5 caballos de potencia.
1968 – Se construye el camino de acceso hasta Punta del Diablo.
Se inaugura la Escuela Pública, construida por los pescadores.
En esta época el “bacalao” es considerado “moneda fuerte” por los pescadores, que realizan todo tipo de transacciones comerciales, utilizándolo como dinero.
1970 – Se comienzan a utilizar transmisores de radio a bordo de las lanchas.
1976 – Se inaugura el servicio de luz eléctrica.
1978 – Se instala la Farola a la entrada del Puerto.
Auge de la producción de Bacalao nacional. Existen más de 25 embarcaciones dedicadas a la captura del tiburón. Alrededor de 700 personas viven de la faena. Se edifican el Restaurant del Mar y las Cabañas Municipales para alquilar.
1979 – Se inaugura el Monumento a Artigas, obra de Day Man Antúnez.Tragedia en Punta del Diablo, se hunde “La Pinta Roja” y perecen cinco pescadores.
1980 – Aproximadamente en estos años se ordena por parte de Prefectura que las lanchas deban ser pintadas de color naranja, para una mejor ubicación en caso de pérdida en el mar.
1995 – Comienza un gran auge de construcciones particulares en Punta del Diablo
1998 – Trabajos de la Consultora Capandeguy y Equipos Mori para implementar el denominado Plan de Excelencia elaborado por los Ministerios de Vivienda, Turismo, Intendencia de Rocha, la Corporación Rochense de Turismo y Comisión de Habitantes permanentes de Punta del Diablo.
1998-2001- Se demuelen 50 kioscos artesanales y se realojan en la Feria Artesanal. 10 galpones de pesca reinstalados en la Playa de los Pescadores, 5 plazas de comidas realojadas en la zona hacia la Playa de la Viuda.
1999 – Un gran temporal causa destrozos en el puerto y perjudica algunas viviendas costeras. Se forman grandes barrancas que los pescadores nivelan con bolsas de arena o construyendo rampas de madera para poder retirar sus lanchas del agua.
Se trabaja en el ensanche y afirmado de la ruta de acceso, que se bituminiza en toda su extensión.
2000 – Fuerte temporal destruye dos casas ubicadas en el puerto y deja otras en precaria situación.
2002 -2004 – Se inician tareas para instrumentar el Plan de Excelencia.
Demoliciones de casas en la primera fila de la costa
Remodelación de la zona del puerto, edificación de galpones de pesca y la feria artesanal.
2005 – Se incrementan las ventas de terrenos y la construcción de emprendimientos turísticos.
2007- 2015– Continúa la construcción de gran cantidad de complejos turísticos y Punta del Diablo se posiciona como uno de los principales destinos para visitantes nacionales y extranjeros y se incrementa el número de viviendas de residentes permanentes.
Tags: Humberto Ochoa Sayanes