Félix Flügel

SUMARIO: 1. Presentación – 2. ¿Quién era Juan Larrosa? – 3. El episodio del “Ala Blanca” – 4. La revolución de Adalberto Correa – 5. El trágico final de Juan Larrosa

 

1. Presentación

 

El “Potrero Grande” es una gran rinconada ubicada al noreste del departamento, rodeada por los esteros y bañados de Santa Teresa, Los Indios y Las Maravillas. Hasta mediados del siglo pasado a este paraje sólo se entraba y se salía por el estrecho o boca que está hacia el este, cerca del mar conocido como La Angostura. Este entorno geográfico condicionó la vida en este lugar. Aquí encontraron los pueblos aborígenes (los indios de los cerritos) el hábitat ideal para desarrollar una cultura basada en el aprovechamiento de los recursos naturales mediante la caza, la pesca y la recolección. Después en estos campos se multiplicó el ganado cimarrón que llegó a contarse  por miles de cabezas. Tras los indios vinieron grupos esclavistas (los bandeirantes) que terminaron diezmando a esos pobladores y su cultura. En busca de la riqueza ganadera llegaron corambreros, faeneros, troperos y contrabandistas.

A partir del siglo XVIII España y Portugal se interesan por estas tierras viéndolas como un lugar estratégico  desde el punto de vista militar. Tras la firma del Tratado de Madrid en 1750  los campos del “Potrero Grande” quedaron  bajo el dominio portugués. Un Teniente de Dragones, de apellido Silva, allá por 1752, es agraciado con los campos de La Angostura y las dos suertes y media de estancia que abarca este potrero. Poco después pasaron a manos de otro portugués llamado Félix José quien lo ocupó hasta que el ejército de Pedro de Cevallos hizo su pasaje triunfal rumbo a Río Grande en 1763. Entonces el “Potrero Grande” se transformó en estancia del rey,  destinada al ganado vacuno y caballar de la Fortaleza de Santa Teresa. Así fue como se incitó a Juan Acosta a establecerse en ese lugar para que se encargara del cuidado de los animales.

En el siglo XIX esas tierras fiscales se subdividen como parte del proceso de ocupación de los campos productivos. En la boca del “Potrero Grande” se  nuclearon diversas familias hasta que en 1886 se comienza a delinear la zona de chacras de la malograda  Colonia Agrícola Santa Teresa.  Mientras,  el resto  de esta gran rinconada da lugar a la formación de algunas estancias que son ocupadas en muchos casos por familias que arraigaron en la zona.

El “Potrero Grande” ha  sido escenario de acontecimientos que conforman  una rica y variada historia  regional. Sirvió de refugio  a matreros y bandidos o a indefensos esclavos que huían de sus amos.  Fue visitado por el insigne botánico francés Augusto de Saint Hilaire en 1820 y en reiteradas ocasiones por el Ingeniero Luis Andreoni  cuando construyó los  primeros canales destinados a bajar el nivel de los bañados,  entre 1898 y 1910. Fue utilizado como lugar de pasaje por grupos revolucionarios en las luchas civiles de 1904 y por las improvisadas tropas riograndenses que comandadas por Adalberto Correa intentaron llegar a Santa Victoria del Palmar en 1925.  Pero también encontramos algunas historias de vida que lograron trascender y perpetuarse en el tiempo.

Ésta que les presentamos ahora es una de ellas.

 

 

2. ¿Quién era Juan Larrosa?

 

 

El “negro” Juan Larrosa había nacido en el siglo XIX. Era  hijo de  una ex esclava, mujer de escasos recursos  que vivió en el “Potrero Grande”  de Santa Teresa. Por ese motivo el niño fue criado  por el abuelo de don Rufino Cuadrado, según lo relatara éste durante una entrevista.  Desde chico aprendió a trabajar  y  se convirtió en un hábil  nadador. Creció y se hizo hombre en ese  pago agreste dominado por las suaves colinas  y rodeado de pantanos, esteros y bañados. Su escuela fue la vida misma y de ella aprendió aquellas cosas intangibles que muchas veces los libros no logran transmitir.

En su tez morena aparecían los rasgos característicos de sus ancestros, propios de aquella raza  que había sido sometida a la aberración y al oprobio de la esclavitud en tiempos no muy lejanos. Era un hombre fornido, trabajador, honesto, bondadoso, correcto y leal como pocos. Esas virtudes afloraron espontáneamente cuando fue protagonista  de algunos episodios que aún se recuerdan en el pago. Sin proponérselo, Juan Larrosa escribió algunas páginas inolvidables de la historia del “Potrero Grande”.

 

 

3. El episodio del “Ala Blanca”

 

 

Ocurrió el 9 de diciembre de 1909 cuando las obras de canalización dirigidas por el Ingeniero Luis Andreoni estaban próximas a finalizar. Se trabajaba dentro de los bañados de Santa Teresa, en las orillas de la laguna Negra. El día estaba calmo. El sol radiante se aproximaba al cenit mientras el calor reinante iba en aumento. Los  obreros  esperaban la hora del almuerzo. Algunos  – entre ellos Mario Andreoni y Roberto Flügel Dietschi, el capataz – resolvieron conversar mientras tomaban unos mates en el “Ala Blanca”, propiedad del Ingeniero Andreoni. Con sus velas desplegadas la embarcación permanecía a unos cien metros de la orilla, dentro de la laguna Negra. Otro grupo, entre los que se encontraban Juan Larrosa y Teófilo Lasso, se quedó en tierra, en una zona seca del bañado. De pronto lo imprevisible, “un golpe de viento” (remolino) sacudió con fuerza el velamen  y con su movimiento envolvente hizo girar al “Ala Blanca” en forma violenta, se desestabilizó y dando un giro sobre sí, zozobró. Los sorprendidos  tripulantes  cayeron a las oscuras aguas y en medio de la desesperación sólo atinaban a gritar tratando de mantenerse a flote. Mientras, la embarcación daba una vuelta de campana y se posaba en el fondo limoso y poco profundo de la laguna, dejando la parte superior del mástil  afuera del agua como si fuera un brazo salvador. Hacia allí  lograron llegar los náufragos, algunos de los cuales no sabían nadar, aferrándose a esa única posibilidad de salvación.

Desde la orilla lo vieron todo. No hicieron falta las palabras. Con la experiencia de quien tiene oficio en esto de nadar, saltaron dos para acortar distancias: Teófilo Lasso y Juan Larrosa. Con brazadas recias llegaron prestos para rescatar a sus compañeros de infortunio. Uno a uno fueron trayendo a los asustados náufragos hasta ponerlos a salvo en tierra firme;  mientras, el “Ala Blanca” permanecía inmóvil bajo las aguas con el mástil erguido a la espera de su rescate.

Copia de la medalla que recuerda el episodio realizada con grafito

Copia de la medalla que recuerda el episodio realizada con grafito

Poco después el Ingeniero Luis Andreoni hizo grabar en Montevideo una serie de medallas  con la silueta del velero y la fecha del naufragio en el anverso y las iniciales del nombre y apellido de los protagonistas en el reverso. Emocionado por este  acontecimiento – en el que su propio hijo había logrado salvar la vida-  hizo entrega de las mismas a cada uno de los involucrados en este singular episodio. Entre ellos estaba  Juan Larrosa, uno de los héroes de aquella jornada.

 

El bote a vela “Ala Blanca”, del Ingeniero Luis Andreoni, en el canal que se construía en los Bañados de Santa Teresa. Fotografía del año 1909.  Archivo del autor.

El bote a vela “Ala Blanca”, del Ingeniero Luis Andreoni, en el canal que se construía en los Bañados de Santa Teresa. Fotografía del año 1909.
Archivo del autor.

 

 

4. La revolución de Adalberto Correa

 

Hacia 1925 estaba  el moreno cumpliendo tareas en “la Estancia de los Díaz” [1], en el “Potrero Grande”. Ese establecimiento abarcaba un área extensa y pertenecía a los hermanos Marcelino y Avelino Díaz desde principios de siglo. Allí Juan Larrosa se desempeñaba como “agregado” según se narra, o sea sin sueldo. Aunque por entonces  ya se notaban las huellas del tiempo en su rostro y en sus manos nadie podía todavía dimensionar la pulcritud de su alma.

 

 

La estancia de Marcelino Díaz, en el “Potrero Grande”, perdura como mudo testigo de algunos acontecimientos históricos que la tradición oral poco a poco lleva hacia el camino de la leyenda. Fotografía Lucio S. Ferreira. (1998).

La estancia de Marcelino Díaz, en el “Potrero Grande”, perdura como mudo testigo de algunos acontecimientos históricos que la tradición oral poco a poco lleva hacia el camino de la leyenda. Fotografía Lucio S. Ferreira. (1998).

 

El 22 de setiembre la estancia fue copada por un grupo insurgente de revolucionarios riograndenses que acaudillados por Adalberto Correa intentaban pasar hacia Santa Victoria del Palmar, en Brasil. De ese establecimiento los insurrectos se llevaron una carreta y dos bueyes prosiguiendo la marcha rumbo a la frontera. En la madrugada del día 23 se dispusieron a pasar por la oficina del destacamento policial de Gervasio. Pero inesperadamente  los guardias  dieron la voz de alto  a aquel contingente que se movilizaba en la oscuridad. Entonces se entabló un tiroteo formidable que  sacudió el silencio de la noche. ¿Cómo se percataron los guardiaciviles allí apostados  de la presencia de este grupo de revolucionarios?, ¿estaban acaso de guardia? ¡No!. El “negro” Juan Larrosa se las había ingeniado, allá en la estancia, para montar un caballo y sin ser advertido por los insurrectos llegar primero a Gervasio para dar aviso a la policía.

En aquel episodio murieron a consecuencia de la balacera los bueyes que le habían hurtado a su patrón quedando abandonada la carreta que tiraban. Los insurgentes lograron proseguir su marcha hasta que fueron detenidos finalmente en “La Higuera”, cerca del Chuy.

 

 

5. El trágico final de Juan Larrosa

 

 

La vida siguió tranquila en aquella estancia hasta que el destino le tendió una  emboscada al noble Larrosa. Trabajaba allí un peón llamado Juan Acosta, conocido por todos con el mote de “Juan Bobo”. Dicen quienes le conocieron que tenía un comportamiento extraño, por lo que se había ganado en buena ley aquel sobrenombre.   Los Juanes  no congeniaban  y en más de una ocasión  habían  mediado sus diferencias en reiteradas discusiones. Tal vez en la cabeza de Juan Acosta, debido a su discapacidad, no había un lugar para discernir qué cosas eran correctas y cuáles no. Por su parte Juan Larrosa, a pesar de su escasa instrucción, tenía arraigadas algunas cualidades morales que jamás le permitirían entender y menos aún tolerar algunas actitudes  de su ocasional compañero de trabajo.  Pero no era hombre de hacer justicia por mano propia aunque tuviera mucha fuerza. Tal era su fortaleza que, una vez,  trabajando  dentro de una cachimba, había evitado ser golpeado por una piedra que caía  desde lo alto al sostenerla con sus  manos.

En el momento justo que el moreno se inclinó para tomar una caldera del fogón                        Dibujo: Ruben Flügel

En el momento justo que el moreno se inclinó para tomar una caldera del fogón Dibujo: Ruben Flügel

Un día Acosta hizo algo que desagradó mucho a Larrosa y éste fiel a sus principios de hombre de bien no dudó en hacérselo saber a su capataz. El hecho motivó el enojo de  “Juan  Bobo” quien  juró para sus adentros  que iba a vengarse. Y el día llegó. Estaban los dos en un monte realizando tareas  junto a José María Fernández. En un momento determinado, en el campamento instalado a orillas del mismo, Larrosa atendía el fuego sin percibir las malas intenciones de Acosta. Éste había tomado un facón y sigilosamente se acercó por detrás. En el momento justo que el moreno se inclinó para tomar una caldera del fogón el atacante descargó con gran fuerza el arma sobre el  infortunado Larrosa. Y cegado por la furia lo acuchilló una y otra vez. En total fueron trece puñaladas[2] (2). ¡Espanto! ¡Horror! …y el grito de José María Fernández: – “¿¡ Qué hiciste muchacho!?” Juan Acosta se dio vuelta mientras Fernández retrocedía y alcanzaba su escopeta. Aquella pregunta desesperada quedó sin respuesta porque Acosta lo miró, dio unos pasos, montó a caballo y se fue. En tanto Fernández trataba de socorrer inútilmente a Juan Larrosa que estaba ya sin vida en el suelo en medio de un gran charco de sangre.

Juan Acosta fue detenido después por la policía y tras ser juzgado estuvo un tiempo en la cárcel. Pero fue corta su condena según recordaron aquellos que conocieron  y catalogaron a Larrosa como un hombre  ejemplar.  En el mismo lugar donde fuera injustamente asesinado el 27 de junio de 1929  se levantó después una cruz de hierro. De esa manera se rinde tributo a este hombre que viniendo de origen humilde  reunió las virtudes más selectas capaces de distinguir a un ser humano. Además de perpetuar su nombre, las nuevas  generaciones debiéramos conocer y cultivar los valores que nos legara el “negro” Juan Larrosa.

 

Esta cruz la hizo el herrero “Quitito” Rodríguez en Chuy, en 1998. Es similar a la primera, colocada en el sitio donde José Larrosa halló la muerte en 1929, aunque un poco más pequeña. El reemplazo se debió hacer porque la original ya estaba corroída por la acción del tiempo. Dibujo: Ruben Flügel  (basado en fotografía de Lucio S. Ferreira)

Esta cruz la hizo el herrero “Quitito” Rodríguez en Chuy, en 1998. Es similar a la primera, colocada en el sitio donde José Larrosa halló la muerte en 1929, aunque un poco más pequeña. El reemplazo se debió hacer porque la original ya estaba corroída por la acción del tiempo. Dibujo: Ruben Flügel (basado en fotografía de Lucio S. Ferreira)

 

Reconocimiento: La información aquí vertida se consiguió en entrevistas que mantuvo el autor con Teófilo Rosendo Flügel, Otto Gammenthaler, Lucio S. Ferreira y  Francisco Díaz Caetano y de la que mantuvieron integrantes del Grupo “Palmar” de la ciudad de Castillos con Rufino Cuadrado. Además fueron consultados el Libro de Apuntes (1925-1929) de Teodoro Flügel  Dietschi y el plano de la Estancia Potrero Grande de Santa Teresa, de 1938, del Agrimensor Facundo Machado (en  página web de la Dirección Nacional de Topografía del MTOP).

 

 

[1] El nombre del establecimiento era “Estancia Potrero Grande de Santa Teresa”, siendo sus propietarios los hermanos José Marcelino y Avelino Serapio Díaz. El casco de la estancia estaba situado bastante alejado, al norte del lugar donde ocurrió el crimen de José Larrosa. La estancia de los Díaz actualmente abarca diferentes establecimientos, entre ellos el de Barón Díaz  y el  del Ingeniero Agrónomo Octavio de los Campos. En el Establecimiento “Cerro del Indio”  – propiedad del último de los nombrados- , en “Potrero Grande”, se encuentra la cruz que indica el lugar donde fuera asesinado  Juan Larrosa.

 

[2] Hay dos versiones acerca del arma utilizada por Acosta para cometer ese crimen. Se habla de un facón o machete y de un hacha que eran herramientas usadas  en las tareas del monte.