Amauri Cardozo

 

SUMARIO: 1. Prólogo (Cuasi disculpa) – 2. Antecedentes – 3 Camineros  y campamentos – 4. Empalme Velázquez; su gente y su entorno – 5. Don Vidal, el funcionario –  6. Conclusiones

 

Familia de «Camineros» del Empalme Velázquez

1. Prólogo (Cuasi disculpa)

 

Cuando se nos ofreciera la oportunidad de aportar algo para este proyecto editorial,  optamos por seleccionar un tema sobre el cual difícilmente alguien estuviera dispuesto y en condiciones de hacerlo, si lo creyera además digno de recordación. Siempre y cuando que lo que aquí se trata sea tan minúsculo o insignificante que no merezca espacio alguno.

Sentimos, ya manos a la obra, que debimos, al menos, iniciar la tarea hace medio siglo; pero por aquel entonces ni imaginábamos que algún día llegáramos a escribir algo publicable. Además, por entonces, uno pensaba en el futuro; por el contrario ahora –también por razones de edad – todo (o casi todo), es pasado.

Hay pasados que llegan al presente; otros que definitivamente “fueron”. Éste es el caso que nos ocupa. Sirva al menos de excusa la elección de tema.

Acerca del escribidor (“familiarmente mal escritor”, señala el diccionario), la excusa puede ser doble: se suman el entrañable recuerdo familiar y la circunstancia particular de haber nacido allí, probablemente el primero, y uno de los pocos.

Pero también, porque aquella etapa fue determinante en el destino familiar y personal, pues a partir de allí concluirá en suelo rochense la historia de un encuentro y un destino con orígenes en Cerro Largo y Pando, concretado y acrecentado en lares minuanos, pese a que solamente el menor de la familia realmente lo fuera.

Todo ello, sin que menguara en cada cual el afecto por aquel pasado individual y colectivo que lo antecediera, próximo o lejano en el tiempo.

Lo último y más importante que debe quedar claramente señalado (perdón, señores investigadores), es  que casi exclusivamente la fuente del conocimiento que se pretende trasmitir y perpetuar es casi exclusivamente testimonial.

Siendo el objeto de que se trata un espacio físico y funcional de naturaleza estatal en cuyo seno se estableció una concentración de individuos y familias, una posible “historia oficial” estaría desprovista de lo sustancialmente humano, resultando al fin aburrida.

Por anticipado renunciamos a todo intento de ir hacia ella, si algo estuviera salvo de un destino de ceniza y permanecieran folios amontonados en algún oscuro habitáculo  con ínfulas de archivo. Lo primero nos lo ha sido confirmado por fuente confiable.

Al final quede expresa constancia que aquí habrán innumerables baches, errores y olvidos involuntarios. Aspiro a que a partir de esto aparezca alguien que corrija y mejore; sería un logro mayúsculo.

 

2. Antecedentes

 

Las comunicaciones son vitales para el desarrollo de las comunidades, sean éstas locales, nacionales o internacionales. Se puede decir que ellas se fueron acompasando con el progreso, como un puntal del mismo. El transporte, que forma parte de aquel universo cada vez más amplio y eficaz, ha tenido a lo largo de la historia, una creciente importancia.

Siglos y milenios le llevó a la humanidad avanzar pocos pasos, supeditada al esfuerzo físico de hombres y animales domesticados, y llegar hasta el velamen para la travesía náutica. El motor de combustión interna abrió un tiempo nuevo, revolucionario, que impulsó locomotoras y vapores.

Un  Uruguay hoy apenas bicentenario arrancó en las postrimerías de aquella  etapa primeramente mencionada, y joven aún pudo incorporar la nueva. En proceso de organización institucional, carecía por entonces de solidez económica como para emprender por sí el desafío carente de recursos financieros y tecnológicos.

Pero ese vacío vino a llenarlo el arribo del empresariado foráneo, con sus libras, sus locomotoras, sus vagones y su británica puntualidad. Los rieles se fueron tendiendo, desde la ciudad-puerto, tierra adentro, con rumbos divergentes en proceso que principiara en la segunda mitad del siglo XIX y continuaría ya muy adentrado el XX. La obra del ferrocarril generó el progreso esperado, y las estaciones en el medio rural fueron generando en su torno nacientes centros poblados, o favoreciendo el crecimiento de los ya existentes.

El creciente dinamismo tecnológico traería, con el comienzo del siglo pasado, otro avance tan significativo como el anterior: el motor de combustión interna y el automóvil, liberado éste, de la férrea (bien usado el adjetivo) disciplina de las vías decimonónicas.

Hubo entonces que afrontar un nuevo y definitivo desafío, en un país ya pacificado y con una visión política bien definida mirando al porvenir. Era llegada la hora de las carreteras, una denominación impropia, pues lejos de favorecer el tránsito de las carretas, vendrían a enviarlas al mundo melancólico de las sociedades tradicionalistas.

Fue, casi, como empezar de nuevo, por las hondas huellas de las carretas y diligencias, o por (escasos) nuevos trazados. Como en el caso de los ferrocarriles, preferentemente se empezó por Montevideo y sus aledaños, para irse alejando del centro político y comercial metropolitano. Al país se incorpora entonces el mundo de la vialidad, mucho más grande y diverso que su antecesor, el ferroviario.

Y aquí, entonces, estamos ingresando al tema preciso que nos ocupa.

 

3. Camineros y campamentos

 

Hubo que entrar entonces a proyectar, operar y dirigir un cuerpo especializado, dotado de técnicos, obreros, máquinas y equipos apropiados, con estructura descentralizada:la Direcciónde Vialidad del Ministerio de Obras Públicas

El proceso de aquel tiempo inicial fue lento y penoso, con poca maquinaria y mucho personal, confiado a empresas privadas contratadas para la construcción, o el propio Estado construyendo y conservando lo ya hecho.

Las carreteras fueron avanzando, incorporando nuevos hombres, pero también llevando consigo a muchos de los que ya estaban, quienes siguieron, siquiera en parte, su mismo rumbo. Hubo primero que construir, y luego mantener. Para ese mantenimiento es entonces que algunos obreros fueran quedando a la vera del camino, en las casillas que les proporcionaba el Estado, para ellos y sus familias.

Pero no era bastante, pues debería contarse con un cercano centro operativo que les proveyera de materiales y cubriera aspectos de orden administrativo y de supervisión. Esos fueron los “campamentos”. Alguno quizás en espacios donde la empresa encargada de la construcción vial había establecido temporalmente su obrador.

Se fueron estableciendo, por trechos, tanto en las afueras de algunos centros poblados, como en plena zona rural, preferentemente en algún cruce o entronque de carreteras.

A su hora llegó el turno al de Empalme Velázquez, a la altura del kilómetro 222 dela Ruta13, que arrancaba enla No.8 por Marmarajá (antes de Aiguá) para unir Montevideo con Lascano, y continuar la conexión vial  hacia el norte de Lavalleja (José Pedro Varela) y los departamentos de Treinta y Tres y Cerro Largo, reencontrándose con la 8.

El campamento de Empalme Velázquez está inserto en ese proceso de desarrollo vial complementario de la ruta antedicha, sirviendo a una zona del departamento de Rocha apartada del corredor costero que ingresando por Garzón culminaría, después,  en Chuy.

 

Casa principal y oficina de vialidad de «Empalme de Velázquez» donde vivió su infancia el autor

4. Empalme Velázquez. Su gente y su entorno.

 

Podemos datar el comienzo de la actividad del Campamento dela Direcciónde Vialidad en diciembre de 1933 (con la casa habitación y oficina construida), cuando allí se radica, procedente de Minas, quien la habría de ocupar: el sobrestante Vidal Cardozo. Este funcionario el 29 de noviembre fue restituido enla Direcciónde Vialidad, en circunstancias que se señalarán más adelante.

Anteriormente prestó servicios en la capital de Lavalleja y el tramo Solís de Mataojo-Minas de Ruta 8, residiendo con su familia en dos sitios diferentes. Comentarios familiares establecían que se trataba de un paraje solitario, y de un proyecto donde todo, salvo la casa, se estaba por hacer.

El vínculo con la capital del departamento era dificultoso y escaso, sin carretera entre el pueblo Velázquez y la ciudad de Rocha.

Sucesivamente se fueron levantado nuevas construcciones para la tarea que allí habría de desarrollarse y arribando familias a radicarse en viviendas levantadas al  efecto. Salvo la vivienda del Capataz  Domingo Martínez Oliveri, y algunas contiguas al predio del campamento sobre el tramo hacia Velázquez, o a muy escasa distancias de éstas, todas se situaron en un espacio que tenía como límite exterior de el tramo curvo que viniendo del Velázquez enfila hacia Lascano, y la continuación de éste con el mismo rumbo. Hacia el interior el deslinde eran dos alambrados perpendiculares entre sí. La vivienda del capataz tenía acceso al concluir la parte curva del empalme rumbo a Aiguá, a la izquierda de la carretera.

El camino de acceso al interior se ubicó al enfilar rectamente la ruta hacia Lascano. El núcleo central lo constituía la antedicha vivienda y oficina con su entorno parquizado y construcciones anexas. Entre éstas figuran un depósito para equipos, vehículos y herramientas, la herrería y otra oficina auxiliar. La vivienda principal era una construcción sólida y moderna, con adecuado servicio sanitario (fosa séptica) y tanque de reserva de agua colocado encima del techo de planchada. Un molino de viento accionando la bomba extraía el agua de profundo pozo. Otra bomba llevaba al tanque agua procedente de un aljibe. La parte administrativa se completaba con sendas oficinas para el apuntador de Vialidad y el capataz del vivero, quienes tenían su  respectiva vivienda.

El vivero también disponía de un espacio dedicado a cultivos hortícolas y frutales, era el que ocupaba mayor personal.

Funcionaba una herrería y había otra quinta de frutales; algo distante y, protegido por alto cercamiento de tierra, estaba el polvorín.  La cantera del lugar ya había dejado de estar operativa.

El resto eran viviendas de los trabajadores, ubicadas a uno y otro lado de la calle de entrada.

Se trataba de casillas proporcionadas porla Direcciónde Vialidad, con techo y paredes de chapa galvanizada, piso de madera, e interior (paredes y techos) recubiertos de madera.  En algunas este tipo de mejoras no llegaba a tanto. Su capacidad era insuficiente para albergar una familia con hijos; entonces lo principal de la residencia familiar pasaba a ser un rancho de terrón con techo de quincha. Para el sobrestante un rancho dormitorio para los cuatro hijos mayores, oportuno sitio para tomar distancia del severo y necesario contralor paterno.

4.1 – La población. La cita debe incluir múltiples e involuntarias omisiones, y el relevamiento pretende acercarse a lo que fueran las décadas de 1930 y 1940 (las más importantes), con alguna proyección en la siguiente.

La nómina de sobrestantes que encabezó Vidal Cardozo (hasta 1941), se completó con Juan  Antonio Escudero (treintaytresino)  e Iracides Cardoso. El capataz de Vialidad Domingo Martínez Oliveri era oriundo de San Carlos, al igual que su esposa Elisenda Risso.

Entre el personal administrativo figuraban los apuntadores de Vialidad, con vivienda y oficina situada a la entrada del  predio, por derecha. Entre los primeros, por su orden, estuvieron Fidel di Biase, Enrique Falla, Peregrino Bareño, Lavalleja Artigas Giménez, Alberto y Washington Montes de Oca. El último de los nombrados (el principal de mis informantes para esta parte del trabajo) se inició allí como ayudante de apuntador, y luego se desempeñó en Lascano y enla Regional Nº 9 en Rocha. El menor de los tres hermanos – Ariel – cumplió similar recorrido funcional.

Casilla de chapa del personal obrero de vialidad

Si imaginariamente nos situáramos en la época cercana a 1940, e ingresáramos al campamento avanzando hacía el interior, divisaríamos, por izquierda, primero, la vivienda de Dalmiro Acuña. Acuña fue padre, de Pocho, al que muchos lascanenses recuerdan como el mejor golero que actuó en el fútbol local. Fue, según  se me ha dicho, el último de los pobladores que dejó el campamento, con destino a la villa cercana, y, por el que más tiempo residió en el lugar.

Contiguo estaba el vivero – en su tiempo de los más importantes dela Direcciónde Vialidad – en la época en que proveía los árboles con que se forestaban las franjas de terreno  al borde de las carreteras. Allí residieron, sucesivamente, los capataces Carlos Oliveri, Asunción Machado y Lamas Escudero.

Más adelante estuvieron, a su turno las viviendas de García (“Gallego), peón del vivero, Generoso Chaparro – quien manejaba el pequeño camión del Campamento – y el herrero Carmelo Batista (1940-1952), venido de Minas y luego destacado en Lascano.

Siguiendo camino hallaríamos la casilla de Zelmar Machado Bonilla, camionero destajista proveniente de San Carlos, y ya al fondo la vivienda y familia de Raúl Machado, chófer que sucedió a Chaparro.

Si emprendiéramos el mismo camino, pero mirando hacia la derecha veríamos primero la casa y oficina de los apuntadores ya citados,  Allí residió también el chofer Elías Pígola.

Luego el amplio espacio central de la oficina, depósito, herrería y demás ya mencionados.

Le seguía la vivienda de Horacio Rodríguez, segundo capataz del Vivero, ocupada después por el peón del mismo Pedro Suárez.

Al fondo de esta vía de acceso estaba la residencia del camionero destajista Martín Guerra, con su esposa, oriundos de Solís de Mataojo. Luego, radicándose al borde del camino a Velázquez, inmediato al campamento, llegó, para la misma tarea, su hermano Patricio. La vivienda de Martín Guerra fue ocupada después por otro funcionario del vivero, Julio Pais, luego vinculado por matrimonio a la familia de Ramón Montes de Oca.

Entre lo de Rodríguez y Guerra estaba la vivienda de Ramón Montes de Oca, con sus cinco hijos. Sobre su historia laboral algo se debe ampliar, pues la suya fue parecida a la de muchos, desempeñándose en distintos lugares, según las demandas del trabajo. Arribó al campamento en 1938. Oriundo de Aiguá, comenzó enla Direcciónde Vialidad en la zona del Pororó, en ruta 8, viviendo en una de aquellas casillas instaladas en la vera de las carreteras. Luego reside cerca del puente del Paso de los Talas del Arroyo Alférez en Ruta 13. “Pasando de largo” por El Empalme permanece un tiempo por el Curupí, antes de Lascano, y después como tractorista en la construcción del Puente de Paso Averías, en Ruta 14 sobre el Cebollatí. En el campamento del Empalme oficia de guarda-galpón del depósito. Sus tres hijos fueron funcionarios de Vialidad.

En la misma área del Campamento hubo otras dos familias, a cuyas viviendas se accedía desde la carretera a Velázquez: primero el herrero Ayusto (oriundo de Aiguá), y luego el peón del vivero José Montes de Oca, padre de algo así como una docena de hijos.

Podríamos localizar viviendo en el campamento, a otros trabajadores que fueron ocupando viviendas de aquellas familias que iban dejando el lugar, u otras nuevas construidas para ellos. Tal es el caso de los herreros Ildefonso Llambí y Carlos Antúnez. El primero había sido antes caminero en la ruta a Lascano. También algunos estuvieron en cierta época, sin su familia, ocupando un galpón que les servía de vivienda colectiva. En el plano de lo anecdótico recuerda Ariel Montes de Oca que entre ellos figuraba Andrés Acuña, de Aiguá, al igual que sus compañeros.

Como los turnos de los ómnibus no les servían para viajar los fines de semana, Acuña con su carro y caballo era contratado como “remise” para llevarlos y traerlos a la villa maldonadense. La distancia a recorrer, en uno y otro sentido, era de cuarenta y siete kilómetros…

Luego estaban, los camineros radicados por lo general en casillas ubicadas al borde de las carreteras: eran los encargados del mantenimiento de los pavimentos de tosca de aquel entonces. Pico, palas, carretilla y escobillón fueron sus herramientas.

Para la limpieza de banquinas, desde el campamento salía cada tanto una pastera rotativa arrastrada por el camión disponible, que servía además para transportar materiales y personal, incluidos atentos supervisores como sobrestantes y capataces.

La nómina de aquéllos seguramente resultará incompleta e imprecisa. Hacia Velázquez ubicaríamos, al borde de la ruta, al lado del Campamento, a Juan Lino Reyes, y más lejos, Casimiro Varela y Máximo Fernández. Hacia Lascano, a dos kilómetros estaba la vivienda de Antonio Echevarría (luego ocupada por Vilches) y después distanciados unos de otros, sucesivamente Isabelino Romero, Hilario Pereyra y Zoilo Fernández Correa, posteriormente chófer. Hacia Aiguá, cerca del Campamento, estaban Mateo Reyes y Miguel Salsamendi, mientras que en la zona de Los Talas se ubicaban Honorio Fajardo, Arturo Bonilla y el maquinista Francisco Acevedo. Un peón de apellido Sosa, de Lascano vino a ocupar la vivienda que dejara el capataz Domingo Martínez.

4.2 La vida comunitaria La población constituía una pequeña comunidad de particulares características, como el hecho de participar todos de un objetivo común desde sus respectivas funciones.

Pese a estar instalada en una zona rural, ni por la formación de su gente, ni por la actividad desplegada, participaba de lo que es propiamente el mundo campesino que le rodeaba, netamente ganadero. Incluso la interacción con el medio circundante era escasa, pese a que al núcleo del campamento y a los camineros en las rutas, del campo lindero sólo les separaba un alambrado.

En el caso de Velázquez casi todos los funcionarios, jefes de familias, no eran lugareños. Los había nativos de Solís de Mataojo, Minas, San Carlos y Aiguá, que en la mayoría de los casos fueron siguiendo el avance de las carreteras en proceso de expansión de la red vial, ajenos a la cultura del peón rural; tal vez pudiera  alguno ser diestro en el arte del alambrador.

El ámbito familiar debía ser necesariamente austero, por la simple razón de que no existían posibilidades materiales de acceder a determinados bienes, comenzando por la misma vivienda.

Para la preparación de los alimentos estaban la cocina (económica) a leña, el calentador “Primus” a kerosene, y el brasero. Para la iluminación el farol o la lámpara de mantilla, la lámpara de kerosene con mecha, y la vela de sebo. En algunos contados casos se podía recurrir a la lámpara incandescente, cuya energía generada por un cargador aéreo estaba almacenada en un acumulador (batería). Esa energía eléctrica acumulada podía servir para disponer de un, por entonces, escaso aparato de radio.

El pan podría llegar desde el pueblo cercano, pero el casero lo superaba en preferencias; la galleta “de campaña”, o galleta dura, garantizaba una provisión más duradera.

Algunas familias disponían de un espacio destinado a la huerta y el aprovisionamiento de carne provenía del único comercio del lugar.

La prensa diaria cumplía fielmente su cometido: los ómnibus de línea transportaban los diarios desde la capital, camino a Lascano. Algunos quedaban para sus lectores del Empalme y otros eran llevados hasta la cercana Villa, pues como los ómnibus no ingresaban a la ruta con dirección a Velázquez, desde allí venía a recogerlos en bicicleta primero Fermín Silvera, después Ubal Sánchez.

Lo del transporte de pasajeros y encomiendas por carretera acredita una referencia particular. Es que en aquel tiempo el servicio estaba a la par, si no mejor, del que atendía a la ciudad de Rocha, producto quizás de que la capital del departamento disponía del aporte ferroviario.

Aquel sitio era punto intermedio en un trazado que servía a Lascano y aún a José Pedro Varela y Treinta y Tres. El vínculo y la comunicación era fluido con Minas yla Ruta8, tal vez más que con la propia ciudad de Rocha, separada esta por ríspido camino cuyo tránsito demandaba entre tres y cuatro horas para poco más de 50 kms. de distancia.

Mientras, por el Campamento del Empalme transitaban desde Montevideo y Minas con destino a Lascano modernas unidades de la empresa Corporación, y más tarde ONDA; desde Rocha con igual destino lo hacía un pequeño, antiguo y lento ómnibus de Martínez o de Gómez, víctima ineludible de una azarosa travesía, pero ofrecían en cambio un servicio adicional: a los pasajeros en Rocha se los levantaba a domicilio, algo inimaginable en los tiempos en que vivimos.

Sin embargo aquellas casi destartaladas y polvorientas unidades tenían turnos aptos como para transportar a los escolares que debían concurrir ala Escuela Rural  Nº 77, distante siete kilómetros, frente al por entonces comercio de Rocha Pita. Era un cruce de caminos, y tomando hacia la derecha se llegaba hasta el Paso de las Tropas del arroyo India Muerta con su frondoso monte ribereño, destino de habituales excursiones de pesca.  A su hora la gran represa terminó con paso, monte, y pradera cercana.

Por aquel tiempo fueron maestras, sucesivamente, Nidia Sabatino y Amelia García. Puede decirse que, por su proyección sociocultural, ese centro escolar era parte del Empalme.

Tanto lo fue que, avanzada la década del cuarenta, fue trasladada al propio empalme en un local levantado al efecto, en la salida hacia Aiguá. Después fue clausurada definitivamente.

Otra referencia ineludible es la que corresponde al comercio que diariamente abasteció a la población del campamento. Situado frente a la entrada del mismo cruzando la carretera, deslindado su predio de la estancia de Don Fernando Rivero, estableció allí su comercio Orlando Aparicio, oriundo de la zona de Aiguá -Los Talas. A el se le unió más tarde como socio un brasilero joven, rubio, de grueso bigote y buen deportista llamado Senefelder Aparicio, familiar del anterior. Posteriormente llegó a ser un destacado integrante de la vida social y comercial de José Pedro Varela, lugar de su definitiva radicación.

A los Aparicio le siguió en el mismo sitio y función Nepomuceno Velázquez, para todos “Nene”, descendiente directo del fundador del pueblo cercano. En éste ejercía anteriormente su oficio de peluquero, que no abandonó en el empalme, complementario a su actividad de comerciante. El “boliche” (sin ánimo peyorativo), era a la vez almacén de ramos generales, despacho de bebidas y carnicería con faena propia de ovinos. Al costado hubo una cancha de bochas por gestión, según se comenta, de vecinos aficionados a su práctica.

Resultaba además una especie de parador donde aguardaban pasajeros de Velázquez y aledaños, quienes debían abordar allí los ómnibus de línea que en uno y otro sentido transitaban entre Aiguá y Lascano, pues como se ha dicho, no ingresaban a la vecina hoy Villa.

Fue el velazquense Humberto Pereyra quien dio la solución, valido de un automóvil con tres asientos, llevando y trayendo pasajeros y encomiendas. Luego fue agente de las empresas omnibuseras y de los diarios montevideanos, para concluir siendo un alto funcionario de ONDA en Montevideo.

Naturalmente hubo rubros que no podían cubrir el comercio de Aparicio y de Velázquez, siendo necesario recurrir al pueblo cercano. Para asuntos sanitarios estuvieron allí sucesivamente los doctores Mario Sobrero y Mario Filippini; por los años sesenta arribaron Morales y Saráchaga nada quedaba del aquel pasado pleno de actividad. Para complementar la actividad de los anteriores estuvo el boticario Hilario Gómez con su “Farmacia Del Pueblo”.

Para otros rubros comerciales también se debía recurrir al servicio de establecimientos ubicados en la localidad.

La vida comunitaria transcurría en armonía, con amistades forjadas que sólo las distancias insalvables, o la ausencia definitiva y total pudieron finiquitar. La solidaridad permaneció siempre a la orden de quien algo necesitara.

 

 

5. Don Vidal, el funcionario

 

La parte primera del subtítulo corresponde al modo al que siempre fuera llamado, tanto en el diálogo como en la mención de terceros, sin necesidad de recurrir al apellido.

La segunda refiere a cómo él mismo se identificaba, definiendo su condición de servidor del Estado, actuante dentro de un marco establecido de obligaciones situado por encima de la voluntad personal de quien esté llamado a actuar.

Corresponde dejar constancia de la relación familiar padre-hijo, para que se pueda relativizar lo que aquí se señala, y evitemos al máximo las adjetivaciones. A modo de justificativo podemos señalar dos hechos: el primero la circunstancia de haber sido el primer poblador del campamento y funcionario jerárquico del mismo. El segundo que su trayectoria funcional, personal y cívica pudo ser una de las tantas (sin pretensión de “modelo”) de los hombres de su tiempo dedicado a la función pública. Que de ella se ocupe quien esto firma se debe simplemente a razones de cercanía y “comodidad”.

Vidal Cardozo nació en “Sierra de los Ríos” en el año 1890 siendo el mayor de catorce hermanos. Dicho paraje rural se ubica al noreste de Cerro Largo, cercano a la frontera del Río Yaguarón.

Sobre la realidad de lo que era la frontera por aquel entonces escribió Enrique Mena Segarra lo que sigue en su libro “Aparicio Saravia. Las últimas patriadas”:“Desde el punto de vista económico, mientras el resto del Uruguay conocía en la segunda mitad del siglo XIX una transformación rápida, la frontera permaneció como reducto de la ganadería menos evolucionada. (…)De las innovaciones, en la estancia tradicional sólo tuvo aceptación el alambramiento. (…)La agricultura era muy escasa; las precarias comunicaciones no favorecían la conexión con la capital montevideana. Ese primitivismo económico se tradujo en la conservación de las relaciones sociales y las pautas culturales propias del mundo ecuestre del gaucho, en mayor media que en cualquier otra parte del Uruguay.”

Surge de lo precedente que las perspectivas de futuro para la juventud lugareña no eran por entonces promisorias. Permanecer en aquel medio podría significar subsistir como peón rural, y en algún caso excepcional alcanzar otro tipo de ocupaciones. El único de sus hermanos que permaneció en el pago natal pudo encontrar allí un destino mejor: fue guardia civil en funciones de escribiente. Una de las cartas suyas conservadas en mi casa paterna dan la pauta de una caligrafía y ortografía muy correctas.

Aquella penosa realidad de fines del siglo XIX y comienzos del posterior no cambiaron con el correr del tiempo. Es así que promediando el siglo pasado se concreta el propósito emanado de esfera del magisterio de asistir aquellas comunidades del medio rural más desprotegidas y socialmente marginadas. El primer Centro Departamental de Misiones Socio Pedagógicas se crea en 1949 en Cerro Largo, y como primer destino enfila a “Cinco rancheríos ubicados en la Cuarta Sección Judicial de aquel departamento, sobre la frontera con Brasil (Centurión, Paso de Centurión, Sierra de Ríos, Rincón de Paiva y Paso del Minuano)”. (“Hacia los otros”, libro del Doctor Felipe Cantera Silvera).

Aquella escolarización ya citada a modo de ejemplo familiar alcanzó al resto de los hermanos, como punto de partida para el futuro desarrollo cultural y laboral que cada cual quiso abordar por su propia iniciativa.

En el caso de mi padre algo pudimos saber posteriormente. Siete décadas después uno de sus hijos – a la sazón Inspector Departamental de Educación Primaria en Cerro Largo – localizó su matrícula en los libros de una escuela rural. Atenuando al máximo el calificativo, no puede decirse menos que fue un aventajado escolar.

Cuándo y como aparece en las cercanías de Montevideo e ingresa ala Direcciónde Vialidad fue, hasta el momento de escribir esto un importante vació que sentí la necesidad de llenar. Encontré elementos documentales no solamente referidos al cuándo, sino también al cómo y al porqué, amén de algunas cosas más, que contextualizadas explican lo dudoso y desconocido.

De su historia laboral documentada surge que esta comienza en el año 1911, aunque seguramente antes en algo debió estar ocupado.  En esa fecha principia a trabajar como peón en la empresa del Ing. Juan P. Fabini. (un dato importante para la historia familiar como será mencionado mas adelante). Lo hizo desempeñándose en la construcción de los puentes de Ruta 7 sobre los arroyos Conventos y Sauce. El desplazamiento inicial fue, pues, relativamente corto: desde el noreste rural a Melo, la capital de Cerro Largo.

El viaje posterior lo hace permaneciendo en la misma empresa para trabajar en los tramos Pando – Mosquitos y Mosquitos – Solís dela Ruta8.

Es en diciembre de 1915 que asume como funcionario dela Direcciónde Vialidad en calidad de guarda puentes.

Antes de continuar debo volver hacia el vínculo con Fabini, un importante político y hombre público, figura consular del Batllismo, en cuya representación ocupó importantes cargos, entre otros el de Intendente de Montevideo. Mas allá de que, precisamente por esos años se estaba gestando la gran transformación que llevara adelante el estadista fundador de “El Día”, a la que era difícil permanecer ajeno, creo que la cercanía de aquél debió incidir en su militancia cívica.  Mas aún, pudo ser nexo para que, con el correr del tiempo varios de los hermanos vinieran al balneario Atlántida para trabajar en las obras de creación del mismo: forestación, trazado y construcción de calles, puesto que Fabini fue el principal de la empresa que creo dicho centro poblado turístico. Dedicados a diversas actividades, allí se radicaron definitivamente y a ellos se incorporó su propia madre y una hermana de ésta. Su militancia cívica, que normalmente no corresponde vincularla a un funcionario público, en su caso resulta ineludible referirse a ella, pues se vincula directamente con su presencia en el campamento de empalme Velázquez.

Retornando a su historia funcional, ya en 1917 es ascendido a capataz, y en1926 asobrestante. Durante este período (año 1923) trabajando en Minas se casa con la hija –nacida en Pando – de otro capataz de Vialidad radicado en esa ciudad. El matrimonio se celebra en el Juzgado de Pueblo Solís, y en esa Sección nacen los primeros cuatro hijos. La familia vivió en esa época en dos sitios ubicados en Ruta 8 entre Solís y Minas, en los kilómetros 90 y 96.

En 1933, destacado otra vez en Minas, el país es conmovido por el quiebre del orden institucional: el 31 de marzo se produce el golpe de estado de Gabriel Terra, al que se opone en actos públicos y movilizaciones ciudadanas el batllismo. Militante y ahora combativo, mi padre forma parte de esas movilizaciones del régimen de facto, y promediando junio el gobierno dictatorial resuelve su cesantía. Sus superiores inmediatos interceden basándose en su intachable foja funcional y ser sostén de un hogar con cinco vástagos. Regresa al cargo tras serle impuesto el compromiso de apartarse de actividades “subversivas”. Cumple con su palabra, pero a fines de octubre le es comunicada una nueva cesantía; la explicación ahora fue que su mujer era quien seguía participando en actividades políticas contrarias al régimen. Era cierto, tanto que concurrió a la conferencia al cabo de la cual de regreso a Montevideo en los aledaños de Pando es herido de muerte Julio César Grauert.

Nuevas gestiones con los mismos alegatos, y nueva restitución con un aditamento: una suerte de exilio en la forma de un traslado a un sitio distante y despoblado donde solo pudiera haber alguno monólogo opositor.

La historia funcional y familiar se instala en empalme Velázquez. En 1940 llega el ascenso a Ayudante de Ingeniero, permaneciendo en el lugar hasta que en setiembre del año siguiente lo abandona definitivamente, para desempeñarse en la oficina de la regional número nueve. No sé si fue a su propio pedido pues sentía la necesidad de que los hijos pudieran continuar sus estudios.

A veces el trabajo le obligó a alejarse temporalmente de la familia; por 1928 estuvo en Libertad, departamento de San José, en tiempos de construcción dela Ruta1, y años mas tarde en Chafalote, en la construcción del puente. Lo de Libertad explica que el auto de su propiedad estuviera matriculado en San José, y ese municipio la otorgara la libreta de conductor. El resto de su carrera funcional, es decir los años posteriores hasta su jubilación en el año 1955, pertenece a otra historia que poco tiene que ver con el tema de que se trata.

Quiero agregar algunos conceptos acerca de su persona. De su militancia cívica ya se habló, por la incidencia que tuvo en su presencia en Velázquez.

Su acervo cultural superó ampliamente la base que le pudo dar la educación primaria. Fue un lector asiduo de obras literarias en prosa y en verso, y hasta su muerte, del diario “El Día”. En el hogar había cosas pocos frecuentes: una nutrida biblioteca en cuyos tomos a su turno se posaron los ojos de todos los hijos, y un pizarrón. Inteligente y versátil, fue zapatero y peluquero de toda la familia. Debió saber también de mecánica, como para aventurarse a regresar al pago natal por caminos desconocidos en el Ford T en tiempos heroicos del automovilismo naciente. Además del diario semanalmente llegaban a la casa Mundo Uruguayo y Billiken, para disfrute de la familia. Ya jubilado, enemigo irreconciliable del ocio fue la relojería.

Concluyendo.

Como el tema tratado está centrado en el Campamento de Empalme Velázquez podemos establecer que desde el punto de vista familiar hubo tres etapas. La primera transcurrió en Lavalleja (Minas y zona rural de Solís), la intermedia (1933-1941) fuela EmpalmeVelázquez, y la final en la ciudad de Rocha.

La vivida en plenitud fue la intermedia, con los siete hijos presentes. Pero ella también la más recordada cuando posteriormente se sucedieran los encuentros familiares, habida cuenta de que al lugar los mayores llegaron niños y allí se hicieron adolescentes, comenzaron a dejar atrás esa etapa de la vida.

Ya en Rocha pronto empezó la dispersión, para encarar cada cual su propio destino y las distancias físicas fueron agrandando la distancia temporal entre una y otra cita.

Hasta que empezaron las faltas sin aviso, pero por causa conocida…

Tal vez la ilusión de quienes estaban en condiciones de razonar y sentir fuera la de desandar el camino hecho y volver a la cercanía de la familia materna en  Minas y acortar cien kilómetros la distancia ala Atlántidade los Cardozo.

Si ello se hubiera concretado, mi mundo y el de mis hermanos hubiera sido otro, inimaginable.

“Yo soy yo y mis circunstancias”, sostuvo Ortega y Gasset.

 

6. Conclusiones

 

En el capítulo “Antecedentes” se hizo referencia al proceso del desarrollo nacional, que siempre genera nuevas demandas, en este caso en materia de comunicaciones.

El ferrocarril significó un avance extraordinario, con la limitación de que conectaba puntos precisos del territorio. No fue, ni será suficiente: pasajeros y cargas debían llegar hasta las estaciones con los medios de transporte disponibles. Fueron  la diligencia, el carro, la carreta y luego el automóvil. Si se trataba de haciendas mantuvo vigencia el arreo, como complemento del vagón de ganado.

Cuando llega el automóvil estaban disponibles los antiguos caminos nacionales y vecinales para el lento y penoso transitar de los vehículos con tracción a sangre.

Hubo necesidad de que éstos contaran con pisos que facilitaran su desplazamiento con las velocidades que estaban en condiciones de desarrollar.

Fue llegada la hora de las carreteras, en cuya construcción se utilizaron las máquinas y herramientas disponibles por entonces.

El proceso de desarrollo vial alcanzó escala planetaria, y con el la mecanización y tecnificación, que se fueron incorporando a nuestra realidad nacional. La tendencia ha sido siempre a lo largo de la historia sustituir el esfuerzo humano con las máquinas, que le superan en eficiencia. Se fueron incorporando el tractor, la niveladora, la motoniveladora y a partir de allí nuevas incorporaciones al parque de maquinaria vial. También llegaron el hormigón y el asfalto para mejorar el primitivo pavimento de macadán.

La conservación – así le denominaba entonces al mantenimiento vial – se fue haciendo progresivamente  mas espaciado y eficiente, y el crecimiento vial más lento.

Todos estos factores fueron generando una nueva realidad para los antiguos peones camineros y los campamentos (centros operativos cercanos que los abastecían).

Los primeros fueron desapareciendo con sus viviendas al borde de la ruta, y los últimos comenzaron un gradual proceso de “urbanización”, para establecerse en las afueras de los centros poblados aquellos que funcionaban en áreas rurales.

En los primeros años de la década de mil novecientos cincuenta – coincidiendo con la terminación del tramo Rocha-Velázquez dela Ruta15 – comenzó el gradual desmantelamiento de este campamento. Él era el más grande del departamento de Rocha, pero había otros, como el del Arroyo Don Carlos en Ruta 9.

Concluyendo.

Este campamento, como el resto de los existentes en el país, constituyó una necesidad de su tiempo. Lo trajo el progreso, y como éste jamás se detiene, siguió generando nuevas realidades. No fue práctico – tal vez imposible – actualizarlos para mantenerlos en funcionamiento. El progreso fue su padre, y al final, filicida. Hay que admitirlo como una ley más de la naturaleza.

De lo que se ha olvidado el progreso es de darle digna sepultura. Allí hubo llantos y risas de niños, amor de madre, travesura de chiquilines, amoríos adolescentes, fatiga proletaria.

Aquel pedazo de suelo patrio que floreció unido al trabajo, aún conserva parte de su pasado vegetal, y pudo tener un destino mejor del que le ha sido dado.

Hay gente dela Villacercana que lo siente parte del patrimonio local y reclama para él un tratamiento acorde, para que reviva allí, transformado, el calor humano que cobijara.

 

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