Julio Dornel

 

SUMARIO:  1. “Sobre la línea de nadie, divisoria. De dos países con la misma pena”- 2. Carta para un loco – 3. Latitud Chuy – 4. Artigas compañero

 

1. “Sobre la línea de nadie, divisoria. De dos países con la misma pena”

El 27 de abril del año 2000 se produjo la desaparición física del poeta fronterizo Rondán Martínez, dejando un vacío enorme en el panorama literario de nuestro país, que no quería aceptar la idea de que los viejos cuadernos continuarían con los poemas inconclusos, que había iniciado en la década del ´60 y que por distintas razones había postergado.

Como suele suceder en estas oportunidades, la muerte se interpuso a sus planes, sin poder evitar que sus versos y poemas se siguieran musicalizando y cantando por todo el país. Entre muchos papeles de su herencia poética guardamos todavía viejos borradores del equipo “Frontera Chuy” que integrábamos junto a Jesús Perdomo y Wilkins Machado, nacidos  en un rancho prestado de La Barra cuando el silencio y la soledad impulsaban su mano garabateando renglones que luego borraba para empezar de nuevo. Fueron los mejores años de su creación. Todavía recordamos a sus tías salteñas en la pensión de Mariolina, junto al bracero a carbón  “fabricando” las tortas fritas que calentaban el cuerpo y también el alma.

 

2. Carta para un loco

Cuando se cumplió el primer aniversario de su muerte, pretendimos en vano recordar en una carta, su pasaje por esta frontera en los siguientes términos: CARTA PARA UN LOCO: “Las tías eran lo único que tenías. Todavía las vemos haciendo tu dulce preferido, tejiendo, lavando, cocinando en el viejo primus a kerosene y atendiendo todos los caprichos del sobrino. Estaban orgullosas del crucifijo que colgaba de la pared y que fuera un regalo de Samuel en uno de tus aniversarios. Tías ancianas que atestiguaban en silencio tus históricas discusiones con los integrantes del Equipo y reiteraban viejas sentencias: “nada de cigarros,  de alcohol ni malas compañías”. Tampoco hemos olvidado los horóscopos que nos alcanzabas siempre tarde, para el informativo de Radio Chuy, allá por el 72 y que luego nos hacían acreedor del reconocimiento que de quienes se veían favorecidos por los astros. Fue en esa pieza del inquilinato  donde las cosas pequeñas del diario vivir  se iban transformando con el entusiasmo  contagiante que tú le otorgabas, despertando el interés del equipo por la lectura, la poesía y la literatura en general. Quedaron en el recuerdo muchas vivencias de aquella pieza de pensión, que hoy a la distancia valoramos como corresponde por haber sido en esas conversaciones sin mayor importancia donde pudimos aquilatar el verdadero sentido de tu vida.  Allí conocimos el funcionario aduanero, el poeta, el profesor del liceo, el bohemio, el salteño de corazón fronterizo, pero por sobre todas las cosas, al hombre de muchos amigos y pocos conocidos. La pieza de Mariolina con su extrema pobreza, representaba a todas luces una economía de guerra, donde las tías se las arreglaban para mantener el decoro, con el sueldo pensionista que nunca llegaba hasta fin de mes. Los remedios caseros  estaban a la orden del día en la farmacia que colgaba de la pared en una bolsa de nylon donde se podían encontrar plantas medicinales para todos los achaques. En un rincón tu biblioteca,  un cajón de madera donde se encontraban en completo desorden “tus amigos de papel” con sus paginas amarillentas. Los libros que siempre  comenzabas y pocas veces terminabas. Un entrevero fenomenal entre Florencio Sánchez, Cervantes, Unamuno, Salgari o Ghandi. También recordamos tus relatos salteños sobre el lobizón que mantenía en vilo al Barrio “100 Manzanas” de la ciudad de los naranjales.

Por supuesto que también hubieron noches para el olvido. Durante 1967 habías pintado con alquitrán más de 20 cuadros, reflejando distintas situaciones  de la frontera y algún personaje conocido. Una tarde le regalaste al “Gallego” Manolo un cuadro donde se reflejaba una situación de gran contenido social  por aquellos años y que habías denominado “La huelga”. Fue el único que se salvo. Estábamos en la media noche cuando el rancho de la calle Ipiranga se iluminó totalmente como una bola de fuego que encandilaba. En un momento de enajenación mental, generado o compartido por la “caipiriña”, le habías prendido fuego a toda la creación. Te vi disfrutar estático frente a la hoguera y apenas musitaste “soy Nerón, me falta la lira”. Fue un bello y terrible espectáculo. Bastaron diez minutos para terminar con el trabajo de un año. Fue tu voluntad creadora derrotada finalmente por la destrucción. Arrojaste al fuego varias toneladas de angustia acumulada. Como suele suceder con los grandes que de alguna manera han pasado a la historia por sus obras, suspendiste por algunos años todo tipo de creación. Habías llegado a la cumbre de tu creación poética y de un día para el otro sufrías un bloqueo inexplicable.

Pero un día volvió la musa y durante varios meses  te vimos  escribir permanentemente, hasta ganar la 5ta. Edición de la Feria Nacional de Libros y Grabados, superando  a  grandes valores apadrinados  por Sarandí Cabrera, Idea Vilariño, Nancy Bacelo y Esther de Cáceres.  Con “Latitud Chuy” ingresaste definitivamente a la poesía uruguaya para compartir espacios con “El Sótano” de Estrázulas, “Los Espejos” de Ortiz y Ayala, “El Amor” de Ibargoyen Islas  y “El verbo Amar” de Juan Carlos Legído. Tenías 29 años  y señalaste que “no era poesía rebelde todavía, pero era poesía herida”, ubicándote en la “línea de nadie, divisoria, de dos países con la misma pena”. 

3. “Latitud Chuy”

No pueden faltar en esta crónica evocativa algunos comentarios que merecieron sus poemas por parte de la crítica literaria de aquellos años. En oportunidad de ganar el Primer Premio de la 5ta. Feria Nacional del Libro (1965), nos encontramos con el siguiente comentario en la crítica literaria  del diario EL PAIS: “Hay en Latitud Chuy momentos de auténtica poesía. José María Rondán Martínez, salteño de nacimiento, funcionario aduanero en la frontera este del Uruguay, obtuvo con este libro el Premio de la 5ta. Feria del Libro, con los poemas de alguien que curiosamente en un territorio tan pequeño como el Uruguay se siente expatriado y añora el paisaje de la patria chica, a la gente y a la familia que allá dejó. En muchos versos aflora la imagen de los naranjales nativos y el recuerdo de los familiares muertos. No está el paisaje del Chuy y de la frontera o apenas se instuye a través de una cortina de lluvia, que surge en más de un tema con propósitos estrictamente melancólicos. Tampoco está la gente del Chuy, excepto el último tema que habla al pasar de un campesino sin tierra y los contrabandistas que dejan su lugar en beneficio de un esbozo satírico de los turistas.Como todo expatriado Rondán cuenta las horas, las estaciones y los meses del alejamiento de su pago:

“Enero es como un gran dolor…

Verano vienes bien con la tristeza.

Otoño pasa por mi puerta”

y continúa  enumerando la rutina cotidiana del burócrata ante los expedientes, la soledad del solterocon sus camisas problemáticas, los pantalones que adquieren vida propia y van surgiendo de un poema al otro, con la mesa vacía y limpia “como calle de cemento”. El lirismo reticente y vacilante de Rondán  orquestan todos sus motivos y sus penas en el último poema:

“Latitud Chuy, angustia, alarma del otoño, fuego tibio…

Cicatriz de la calle, piedra amarga, vertical en mi cuello.

En mi puesto aduanero, alicaído, controlo el coche puro – lujo.

El gusto diario tengo atragantado,

De tanta rabia siglo XX

Voy a calzarme mis zapatos únicos, afeitarme este ruego,

Enderezar mi paso, juntar la ira de mi pueblo triste,

Embarcar mi sonrisa  hacia la aurora

Y apretar mi puño en la esperanza, de las espigas libres.

Chuy, fronteriza línea, mayo 20. Alguien lo sé,  me escucha”.

 

4. Artigas compañero

 

Sí bien el “Indio” Rondán había debutado con Estrázulas, Giordano, Pérez Pintos y Padilla, teniendo como jurados a  Benavides, Schinca y Berenguer que lo hicieron entrar de lleno en la poesía uruguaya, fue con ARTIGAS COMPAÑERO  que le llegó la consagración definitiva. El profesor Jesús Perdomo señalaba en aquella oportunidad que “nos habíamos quedado con un Artigas transformado en gramófono que fabricaba frases celebres al hilo. No es un hombre real  con sus grandes virtudes, pero también con sus grandes defectos, con las vacilaciones y problemas naturales de todo hombre. Le hemos quitado el sabor humano que tanto lo acercaría a nuestras vidas.”

 

Artigas, Pepe Artigas, Viejo Artigas,
Capitán del Lucero…Artigas Padre:

Voy a ubicar tu nombre, cuando entonces
todavía no andaban por la Patria
tus frases como soles, tus palabras
mayúsculas, cuando eras
José Gervasio Artigas.
Cuando tu vestimenta de patricio
atildada y prolija impresionaba
a tu sobrina ña Josefa, cuando,
conversabas de cosas familiares,
de la estancia de Pando, de las reses
faenadas por el cuero.
Eras entonces nada más que un hombre
perdido entre otros hombres.
Esas cosas pequeñas, cotidianas,
son las que quiero para ver tu estampa
como cuña de sol en nuestra Patria.

Por ejemplo te veo cabalgando
en tu caballo zaino y legua y legua
hasta encontrar cansancio y pulpería,
hasta encontrar guitarra, naipe y trago,
china, requiebro y una copa arisca.

Ese molde tan macho es el que quiero
para este criollo que me dio el lucero…

SEMENTAL desbocado hacía la aurora,
pampa de luz, salvaje, ilimitada:
no cabía tu pecho en estas casas
de piedra dura y paja recortada.
(Pagos de Pando, Casupá, los pagos
juveniles de Artigas campesino)
Rumbeaste al Norte bien montado, altivo.
En Batoví te vieron por picadas
de sombra y contrabando. Pepe Artigas,
entreverando sueños y aventuras,
jineteando leyendas, buenas, malas,
cosas de hombre citado con la Historia.
En la grupa de tu cabalgadura
traías un carguero de esperanzas.
La noche fronteriza, hembra salvaje,
se bebía con caña brasilera.
Campesino del Alba, Pepe Artigas,
enamorando auroras y luceros:
el tiempo de los toros se acercaba
como un grito ancestral por la campaña.
En el rodeo, la corambre estaba,
ágil en la jornada, duro, huraño,
solitario en la hondura de tu alma.

Hacías Patria en mocedad campera
todavía sufriendo con los hombres.

TU PONCHO claro que agitó el pampero
sembró palomas, lanzas y relinchos.
Ala gloriosa enamorando anhelos
por un paisaje montaraz: Mi Patria.
En el llano te veo jineteando
el potro alerta del terruño en armas:
Los pliegues de tu poncho acariciando
las ancas de tu zaino.
El paño ilustre de bayeta fina
te protegió de nieblas e intemperie.
Alguna vez se humedeció de sangre
cuando guerreabas lindo en las cuchillas.

Simbolizó el adiós para Melchora
luego que el beso dijo su palabra:
anocheciendo olvidos, a los lejos,
tu poncho saludaba a la esperanza…

CONOCEDOR del mapa que nacía,
amigo de entreveros y paisajes
buscabas horizontes y luceros
en pampa abierta, brava y cimarrona.
Arerunguá, Cuñapirú, baluartes
de Artigas estanciero… Vaquerías
donde mugía el toro degollado
y el potro corcoveaba su fiereza.
La jornada en oficio de gauderios
tenía olor salvaje de espinillos.
Se enlazaba la res con tiento duro
y media luna de preciso corte
confundía las voces y el mugido.
Y el cuero en los corrales se secaba
juntando moscas, cuervos y ladridos.
Luego en carretas hacia el sur bajaba
la industria del corambre.
Otras veces sorteando vigilancias
a la frontera del Brasil se iba,
para volver en caña o aguardiente,
naco varón, tabaco brasilero.

Era la aurora primitiva, el grito
del pueblo bravo en vendaval heroico.
El hombre Artigas fabricando al Héroe
en el común oficio campesino.
UN DIA te enrolaste de blandengue
Chambergo de alas anchas,
sencilla chaquetilla, poncho claro;
pantalón ajustado, finas botas,
las espuelas pequeñas, pura plata
y el sable militar, corvo, filoso.
Tu partida baqueana transitaba
lugares primitivos, montaraces,
que tu montura conoció en los años
de la cerril industria del corambre.

Había que ordenar gente y paisaje,
encauzar alarido y montonera,
al indio darle nombre de cristiano
y al portugués malevo, perdigones.

AYUDANTE Mayor de los Blandengues
con cien hombres marchaste a la frontera.
El Chuy te vio alerta y vigilante
acechando los grillos y el lucero.
El infinito mar tuvo una copla
que te habló de naufragios y veleros.
Una gaviota se perdió a lo lejos
y alguna pena se te fue con ella.
Con la noche prendida a las espaldas
Santa Teresa saludó el regreso:
desensillaste el cuerpo y el caballo
y resumiste en el papel del parte
tus peripecias de hombre en la Frontera.
Escuetamente como debe ser,
hablaste de la hacienda rescatada,
de los retobos de tabaco negro
apresados a tiros de trabuco.

Después de nuevo a perseguir matreros,
a cabalgar crepúsculos y lluvias,
improvisar fogones, bichar indios
y entretener el ocio con paisajes.

MURIÓ Esquivel Aldao…
Lo encontraron ya frío, boca abajo,
muerto al caer de su cabalgadura.
Fue su última campaña de blandengue.
Aquí están sus soldados, los primeros,
en verlo con su rostro de difunto:
Sargento Mirabal, José Martínez,
cabizbajos, sin voz ante la Muerte.
La partida a caballo, galopando,
llanura y serranías,
detuvo sus avances militares
para darle a una vida sepultura.
Doloridos paisanos de uniforme
transportaron el cuerpo a la cuchilla.
El día se apagaba entre palomas.
La primavera presenció el entierro.
La primavera, el gaucho y el caballo:
singular trilogía campesina.

Después Artigas escribió en el parte:
“Determiné enterraran su cadáver
en cercana cuchilla
con miras de llevarnos sus despojos.”
Otro arbitrio no había. Arriba un cuervo
se clavaba en el cielo…

FÉLIX de Azara remansó el pampero
que suelto andaba por el suelo patrio.
Delineó el caserío y con madera
fragante de esperanzas y de anhelos
forjó el poblado que creció en el tiempo.
No hubo palomas, pero sí zorzales
que al batir la campana campesina
aletearon plegarias y oraciones.
Y Artigas, por el pueblo que nacía,
repartía las chacras, las estancias,
para que el hombre sedentario hiciera,
mansa ganadería, agricultura
retoñando en canción sacrificada.
Alguien trajo mujer, hijos, oficio;
el gaucho trova dijo su mensaje;
el indio bautizó sus pequeñuelos.
Hubo una escuela en Batoví, hubieron,
trigales saludando la esperanza.

Félix de Azara remansó el pampero.
Artigas vigilaba su destino…

QUIEN como tú, para saber la vida
germinando valiente por la Patria.
Quién como tú, paisano de mi tierra
para darnos,
un horizonte libre: PATRIA Y CANTO!!
Te vio el paisano en el rodeo, pronto,
para enlazar la res, te vio el matrero
con tu partida de hombres cabalgando.
En San Gabriel te vieron dando al hombre
la paz tan necesaria del labriego.
Te ven ahora ojos que te buscan
en la aurora del pan y de la espiga;
te ven mis ojos, los del patria triste
humillado en la vida y en la muerte.
Te ven los sembradores que en el alba
consultan horizontes y pamperos;
te ve el poeta que habla con el Pueblo
y comulga con él, en la jornada.

Nadie dirá que te encontré olvidado
pues estabas a mano, en el sendero,
conversando conmigo, con ustedes,
sufriendo con la Patria, cabalgando
al lado del tropero, en los fogones
de la yerra campera, en los boliches
donde el pulso agiliza las guitarras.
Éstas en todas partes, muchas veces
disgustando, con hambre de verdades,
pues tiene el día, el año, la pobreza,
una esperanza que no llega nunca.
Conversaré contigo hasta la muerte:
lo hará mi hermano, el tuyo, el Pueblo entero
rescatando tu voz, tu grito alerta
ordenando paisajes y personas,
dándole al hombre dimensión eterna,
su justa ubicación en los trigales.

LOS HOMBRES

ANDRESITO Tacuarí te llamabas,
Andrés Guacurarí o Quacurari,
Andresito Artiginhas,
Andrés Artigas indio?

Indio guaraní en puma conversando,
por el llano y los cerros cabalgando,
Andrés Artigas, Tacuarí, Artiginhas,
cacique de la leva correntina,
con la pampa cerril por casaquilla,

por chambergo el azul ilimitado.
Era la guerra montonera, era,
la Patria alzada por el llano gaucho
y tú, con lanza y boleadora abrías
picadas de luceros y esperanzas.

Aquel hombre tan macho que vestía
sencilla ropa militar, tan parco
en palabras y gestos, gaucho duro,
capitán de blandengues, luego Jefe
de la avalancha conquistando anhelos;
Aquel hombre baqueano en horizontes
te dio la mano, conversó contigo
y juntos fueron por la senda criolla,
derrumbando un imperio y otro y otro,
editando la paz con sacrificio,
con cuero y piedra, lonja y boleadora.
Y conversó contigo en soledades
de tolderías, fuegos y guitarras,
y siempre fue sencillo en sus decires
imaginando tú, al escucharlo,
que tu voz retumbada en otra boca.
Y el dialogo siguió junto a los trigos,
junto a la tierra y junto a las pitangas,
junto al árbol que ornaba mi paisaje,
junto a tu nombre indio, junto al mío,
ANDRES ARTIGAS, TACUARÍ, ARTIGINHAS,
JOSÉ GERVASIO ARTIGAS, PEPE ARTIGAS,
gente y paisaje, vendaval y aurora,
mi Capitán y tú, mi hermano indio!!

RECUERDAS Vaimacá Perú, recuerdas,
la montonera, el grillo y el lucero?

Recuerdas
cuando la loma se erizaba en lanzas
y en pedestal de raza corajuda
Artigas nos tallaba el horizonte?

A gusto te encontrabas en tu potro,
a gusto con tu Jefe,
a gusto con tu tribu,
a gusto con tu oficio de guerrero
boleando la mañana que se iba,
apurando la Patria, conquistando,
para nosotros libro y paisajes.
Artigas te encauzaba el alarido,
arreglaba tu vincha montonera,
conversaba contigo en los fogones,
bautizaba a tus hijos, les hablaba
de la tierra que en surcos florecía.

Forjado en bronce, en barro y en jilguero,
enfrentabas la muerte cara a cara,
la vida frente a frente
y en gran abrazo de indio
dabas la bienvenida a las batallas.

Charrúa Vaimacá, indio, guerrero,
desnudo en la alborada de mi Patria:
tienes el grito libre, no te escondas
en primitivos bosques de infinito…

IVIRAY, la tarde… El negro Ansina
trajina por el rancho.
El familiar ladrido del “Charrúa”
le recuerda al amigo que se ha ido.
El Viejo Amigo de las horas mansas
que intercambiaba diálogos y mates,
recuerdos y sonrisas.
El Viejo Amigo en senectud benévola,
otrora Jefe de hombres, de centauros,
criollo de ley, ahora entre raíces
de árbol y cielo, río, espiga y Patria.

Todo el ayer de lanzas combatientes
golpea suave, como un golpe tierno
en su osamenta casi sombra… Afuera
la tarde llora ausencias.

No pudo Ansina con sus yuyos mágicos
detener tanta vida que se iba.
No pudo con sus místicos conjuros
esconder a su amo de la Muerte:
vino de madrugada, cabalgando
su potro inmemorial y puso en ancas
el alma de aquel hombre que moría.
Y se perdió a lo lejos, en las luces,
del alba saludando a los trigales.
Y el negro Ansina triste, sin destino,
sigue detrás de aquel cortejo fúnebre:
una carreta lenta, mansos bueyes,
cantos de urutaú, blandos sollozos
y el fiel “Charrúa” aullando lastimero…

Desnudo como un héroe de leyenda
el Viejo Artigas se escondió en la tierra,
para volver en surcos y esperanzas,
en árbol musical, canción agraria.

Iviray… La tarde… El Negro Ansina
añora al Viejo Amigo en la guitarra.

MOZOS alucinados lo siguieron
hasta el Ayuí en marcha de ideales.
Un pueblo alerta tras sus pasos iba,
dejando en el recuerdo, casa, hogares.
El General cabalga hacía la aurora
envuelto en luz de Patria y libertades;
ansias de cielo libre picaneaba
este afán de los bravos orientales.
El indio altivo, el gaucho y el mulato,
el estanciero rico, el respetable
cura de aldea, capellán del Pueblo,
seguían al Patriarca en las triunfales
jornadas de hambre y frío: LA REDOTA.

Desnudos, andrajosos en su avance
a la conquista del Estado iban,
cielitos, coplas, décimas, cantares,
alegraban la paz del campamento.
Cantos de Patria germinando, cauce,
transitado de lanzas y carretas,
de tacuaras ariscas, voces, sables,
en un vaivén de Pueblo en sacrificio.

“Yo llegaré muy pronto a mi destino
con este Pueblo de héroes”… Los trigales
del alba florecían.

ARTIGAS: clarinada palpitante
del oriental que busca su destino,
Patriarca del Lucero, ARTIGAS PADRE!!

LAS MUJERES

PRESA en dura muralla, entre paredes
de ausencias y retornos, vive muerta,
Rafaela Villagrán, la esposa
del justiciero de la pampa gaucha.
En el hogar tan triste y desolado,
bordando soledades y tristezas,
melancólicamente alucinada
Rafaela dialoga con su sombra:
“Lleno de polvo llegará mi amado,
oliendo a pampa y a espinillo,
a pedernal y a pólvora,
a guaco y yerba buena,
fragante de paisajes y pamperos.
Desmontará sus armas militares;
se quitará el sombrero y la chaqueta,
recostará el cansancio en mi regazo
y con mis manos temblorosas, frágiles,
pondré cariño en su tristeza altiva.
No hablaremos de luchas ni combates,
de lanzas ni degüellos…
Conversaremos del hogar, los hijos,
de su retorno cierto y verdadero;
para siempre a mi lado, con su abrazo,
ahogándome la voz y la tristeza.”

Y el dialogo siguió a través del tiempo,
alucinante, hasta encontrar la noche.
La oscura noche donde calla el eco
y el huracán destruye la esperanza…

CANSADO de horizontes y refriegas
en Isabel hallabas el descanso.
Tu amante compañera, femenina
mano de luz que guiaba tu ventura.
Soriano fue testigo apasionado
de aquel romance que en hoguera viva,
calentaba tu anhelo y tu destino.
Por eso regresabas dócil, manso,
jinete de la aurora, miliciano
de la Patria en albores todavía.
Y en el encuentro de pitanga te esperaban.

Fue Isabel Sánchez tu pasión eterna,
tu eterna confidente, embanderada
con el amor que en bálsamo y aceite
se derramaba por el día criollo.
Por el día y el mes, y el año bravo,
cuando la Patria en lanzas afirmaba
tu indiscutida jefatura de hombres.

UNA RAÍZ amarga se clavaba
para siempre en tu pecho de lancera.

Melchora en soledades campesinas
–Mandisoví, Queguay– litoraleña
calandria desangrando sus cantares.
El Río tibio murmuró mensajes,
noticias del ausente en pago extraño,
el General Artigas, su hombre, el Jefe,
que en Hervidero la enlazó en sus besos
y modeló en cariño, rebeldía
de áspera criolla, corazón de selva.
Ceñida a tu cintura, la esperanza
del abrazo feroz de luna nueva
crecía en el verano, dulce, tierno,
retoñando en los hijos que nacían.

Pero vino el adiós y la tristeza.
El General no quiso que siguieras
sus pasos de león agonizando:
para saber derrotas se bastaba;
sin testigo es mejor la mala suerte.
Después te vieron sola, entristecida,
buscando pulperías, huella y campo.
Tu coraje temblaba en lanza criolla:
era tu emblema de hembra despreciada.
Más en la noche a gritos lo llamabas
y encendías su nombre en las estrellas.
Estuvo siempre en ti, latiendo vivo,
latiendo sus palabras de agua clara,
su musical encanto guitarrero,
su dura voz para ordenar combates,
y el desolado adiós de sus pupilas.

Melchora Cuenca,
paraguaya, oriental, la compañera
del General Artigas, Héroe, Hombre,
la ruina heroica en Paraguay muriendo.
Melchora Cuenca, abrazo y despedida,
sobre el surco doblada, abriendo espigas,
oteando los caminos del regreso,
con lanza pronta y alma apasionada:
Melchora Cuenca, escucha los clarines
del Alba que regresa  con ARTIGAS!!!

 

5. Hospital Vilardebó: voces de la cama 9

Haciendo referencia a los poemas que Rondán Martínez escribió durante su internación en el Hospital Vilardebó y que titulara “HV 7 BIS”, el periodista olimareño Sergio Sánchez señaló que “pocas cosas son tan tristes como la soledad en medio de la sala de un hospital psiquiátrico, y el que las vive rara vez tiene elementos para contarlo. Hay que verlas para conocer el cielo de tanta angustia. Leo el libro que el profundo y conmovedor poeta rochense escribió mientras estaba en el Vilardebó y una a una sus gotas de soledad me mojan hasta empaparme.  Se trata de la soledad en su dimensión mayor, no porque sea la de un poeta sino porque puede reflejar tantas angustias y a la vez comunicarlas desde las tripas, como sucedió cuando se encontró con un epiléptico:

 

“Salí una tarde y me encontre de pronto

 con un temblor maduro en carne joven…

 epilepsia del grito

 tendido sobre el estiércol de palomas…

 Crucificado el hombre en las baldosas, inerte sin destino,

 parecía un insecto traspasado

 por espinas agónicas.

 La tarde estaba alta todavía

 Pero se derrumbó junto a mi angustia”.

 

 

Transitó por los duros y dramáticos senderos del alcohol, para llegar finalmente a la sala de hombres del Hospital Vilardebó, donde transformó sus lágrimas en poesía, para que la sociedad nunca se enterara de lo realmente pasaba entre sus altos muros:

 

“Aquí estoy, tendido con mi voz

 en esta cama, un nueve de setiembre.

Afuera crece el día y el follaje del árbol

 me quita todo el cielo.

Hay olor a remedios,

 soledad de zapatos alcohólicos,

 ruidos de jeringas hipodérmicas,

 de ampollas inyectables,

 de agujas puntiagudas

 para pincharnos la pasión etílica…….”

 

 

 

 

 

 

 

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