A la memoria de Julio Pérez Corbo, el Maestro y el amigo, “con quien tanto quería”, con el que escribimos las líneas sobre Carduz Viera , incluidas en este artículo.

 

SUMARIO: 1. A modo de introducción – 2. José Carduz Viera – 3. Enrique Silva

 

1. A modo de introducción

 

En un espléndido libro autobiográfico, “Ahora hablaré de mí” (Unamuno agregaría “perdonadme, pero es lo que tengo más a mano”), Antonio Gala piensa y siente  “Las ciudades y yo”: “¿Hay alguien que pueda decir, con todo fundamento, que conoce una ciudad? Qué cosa tan ardua: cada hora, con cada luz, bajo la yerta luna como una noche americana, bajo los zumos de naranja y fresa de los atardeceres; cada calle, cada rostro representativo, cada actitud de los que esperan un autobús o un amor que se retrasa…¿Es de los ciudadanos la ciudad? Sólo en apariencia, lo cierto es lo contrario: son ellos los que están sellados con su sello, adjudicados a ella, pertenecientes a ella hasta el final (…) Todo es distinto bajo una luz distinta. Para ver las ciudades no hay que llevar luz propia. Hay que dejar que la suya nos invada. Que nos envuelva y nos perdone. Porque, ante el resto de los hombres que la construyeron y que la mantienen, todos tenemos mucho por qué ser perdonados”.

Las ciudades se caminan, hay que ser, como Líber Falco, un “andacalles”. Las ciudades se entregan como amantes a quienes saben seducirlas. Dos poetas le expresaron su amor y pertenencia a Rocha en muchos de sus más afamados versos.

Los invito a ver una ciudad a través de dos de sus voces poéticas más representativas:

 

2. José Carduz Viera (1896 – 1976)

   (En coautoría con el Prof. Julio Pérez Corbo)

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En la obra de José Carduz Viera, “El sendero de la inquietud”, aparecen tres poemas que el autor compuso como homenaje a la ciudad de Rocha en el 150º aniversario de su fundación. Estas composiciones de Carduz  tienen raíces hondas, reveladoras de la presencia de un espíritu sensible a la realidad de los seres y cosas.

Como el plástico Monet que, ubicado frente a la catedral de Rouen, la traslada a la tela observándola en distintas horas del día para captar las múltiples variaciones y combinaciones de luces, colores y sombras, Carduz se instala ante su Rocha natal y nos entrega sus visiones de la ciudad que se despereza en la mañana, se adormece en el crepúsculo vespertino o duerme en la noche en solariega calma.

Así, Carduz Viera logra que, en su lírica, el espacio exista como recreación paisajística respondiendo a una doble necesidad: estética y afectiva. La naturaleza nace tanto de motivaciones reales como de vivencias interiores que el creador reelabora para expresarlas luego en sobrias descripciones. Crea y recrea el paisaje, como Herrera y Reissig, en función de estados afectivos, personales, reales, situando a veces, en él, una anécdota accesoria.

 

ROCHA MATINAL

 

Cuando emerge del sueño y es el cielo

un palio de zafir, que se dilata,

ni la triunfal Anadiomena tiene

gracia que pueda superar su gracia.

 

No concibo mortal indiferente

a la tenue caricia de sus auras,

que traen el espíritu, el encanto

del primer beso de la novia casta.

 

Cerros ornados de un azul traslúcido,

hojas que vibran, pájaros  que cantan;

la paz, el rosicler, todo sugiere

la imagen viva de feliz Arcadia.

 

¡Visión esplendorosa! ¡Quién pudiera

en esas horas de frescura grata

consustanciarse con su luz radiante,

y difundir el ser en sus mañanas!

 

La primera de estas composiciones, se llama “ROCHA MATINAL”. Es el poema que tiene, de los tres mentados, mayor influencia Modernista. Trae el reflejo idealizado del ámbito local, al mostrar una ciudad emergente del sueño nocturno, con su figura ornada por un cielo zafir. Como en un conocido poema de Julio Herrera y Reissig, la ciudad despierta perezosa, como restregándose los ojos, emergiendo del sueño. En la llamada estimación del poeta, su serena belleza supera la gracia triunfal de la diosa Afrodita, aquí llamada por otro de sus múltiples nombres: Anadiomena, el que parece no haber sido caprichosamente escogido. Anadiomena significa “la que sale del mar” por alusión a su extraña gestación y alumbramiento. Quiere quizás con ello sugerirse que esta Rocha, ciudad de sus tempranos amores, emerge, como la diosa de la suprema hermosura, de las entrañas del cercano océano.

En el afán de exaltar la belleza del solar, identifica, en el segundo cuarteto, las sensibles caricias de los aires lugareños con otra prenda de singular estima, el beso casto de la mujer amada. Rocha es conmovedora, tierna, inocente como el día que nace.

Luego, en la siguiente estrofa, con un acelerado ritmo, enumera con entusiasmo, elementos del paisaje que sugieren formas, colores y sonidos: “cerros ornados de azul”, “hojas que vibran”, “pájaros que cantan”, los rosados y claros tintes de la luz matinal, que aportan la visión serena de la Arcadia soñada. La vida comienza a latir con suavidad en el pulso de la mañana.

Los adjetivos han ido dando a cada expresión una moderada carga afectiva: la caricia de la aurora es tenue, el beso es primerizo; la novia, casta; la Arcadia, feliz. Éxtasis, espíritu contemplativo. El poeta se siente maravillado.

En la última estrofa, el poeta alude a la fulgurante potencia de los rayos del sol. La nota afectiva con la que el poema se cierra, condiciona subjetivamente la composición: desea apasionadamente “consustanciarse con su luz” y “difundir su ser en las mañanas”. Anhelo de fusión con la naturaleza, panteísmo, consustanciación con lo primigenio y lo increado.

 

 

 

ROCHA CREPUSCULAR

 

Para verla soñar desde la hora

en que muere la tarde, lila y grana,

buscamos el reposo del algún banco

en una humilde, solariega plaza.

 

Bullicio de chicuelos, juego y risas.

Algarabía de aves en las ramas.

Alguno que otro idilio fugitivo,

susurrando las últimas palabras…

 

Después, hondo silencio…Los picachos

van desapareciendo a la distancia;

y el encendido bermellón de nubes

le dice al Padre Sol, “hasta mañana”.

 

Poco a poco, los búhos de la sombra

van desplegando sus nocturnas alas,

y nos mira la noche misteriosa

con ojos de luciérnaga sonámbula.

La composición traduce la visión del día en la ciudad, en momentos de éxtasis y serenidad. Hay un manifiesto propósito de contemplación ya que, desde el comienzo del poema, el creador señala su buscado intento de instalarse solitariamente en un banco de una humilde plaza, para, desde allí, “ver soñar” a su Rocha en la hora del crepúsculo ante un cielo herido y sangrante por los postreros rayos del paterno sol.

Las imágenes auditivas que afloran a continuación están colocadas, sabiamente, en gradación decreciente. Primero, es el bullicio de los niños que juegan y ríen; luego, la algarabía de las aves; más tarde, la susurrante voz de los enamorados en romántica escena de adioses; después, el hondo silencio de las criaturas animadas. Desaparecidos los seres, queda la presencia silente de las cosas.

Ya los distantes picos serranos se esfuman absorbidos por la lejanía y por las sombras. La luz indecisa y el agónico crepúsculo quedan momentáneamente suspendidos en el horizonte para decir su adiós llameante.

Las últimas pinceladas de luz languidecen para que, en el cuarteto final, resurjan las alucinantes criaturas nocturnas. En esta fantástica animación de la naturaleza, es primero la estremecedora visión de los búhos de la sombra, que despliegan sus alas oscuras sobre la ciudad que parece encogerse, temerosa, y luego la noche, henchida de misterio y fascinación, “con ojos de luciérnaga sonámbula”.

Se estabiliza el dominio de la oscuridad y del silencio, y se aporta el necesario enigma para el poeta imaginativo que se siente interrogado por las tinieblas.

Después del rutilante paisaje de sol de “Rocha matinal”, el hombre cae en una antitética noche, la de la soledad, de la mudez, del frío o de la incertidumbre. En el desolado silencio nocturno parecen florecer, por obra de esos ojos fantásticos y alucinantes, las más acuciantes preguntas existenciales.

 

ROCHA NOCTURNA

 

Me gusta en alta noche, recorrerte,

oír suspenso la divina plática

de los recuerdos y silencios tuyos,

que las casonas abuelitas guardan.

 

¡Ya van quedando pocas! Las contemplo

entre la niebla de una edad pasada…

Ellas me reconocen y con esa

tierna elocuencia de las viejas, hablan.

Recuerdan por su nombre a mis hermanos.

Cuentan sus travesuras de la infancia.

Conocían los pasos de mi padre…

dicen que hacía versos y soñaba.

 

Sigo, sombra de sombra, por tus calles,

confiando a las estrellas mi nostalgia.

¡Cómo no amarte, mi ciudad, si eres

dulce memoria del ayer, que pasa!

 

El típico Nocturno de los Modernistas, el poema del silencio. Aquí Carduz se convierte, como Baudelaire, en el intérprete del lenguaje de las cosas mudas y, como ellas manifiestan, como ellas testimonian, el poeta busca calar en su profundidad. Quiere forzarlas a que se revelen con su lenguaje propio y por esto más verdadero, desde su permanencia, desde su abuela paz que él les deja y les respeta.

En la “alta noche” se logra la plena intimidad con la ciudad que ya no es “ella” sino “tú” y que se vuelve más tierna y confidente (ver análisis de “Poema a las tres”, de Enrique Silva). El lenguaje está hecho de recuerdos y silencios y por ello se debe oír “suspenso”, en hondo recogimiento interior. De estos recuerdos y de estos silencios, tan elocuentes como aquéllos, pues testimonian lo que fue y no será ya más, son dueñas las viejas casas, sobrevivientes de un ayer florido. La noche envuelve en su niebla el paisaje, pero éste está vivo, los espíritus lo pueblan. El sustantivo “casonas” entrega la aldeana y grave presencia de las casas patriarcales con su asentado señorío y reciedumbre. El dulcificado y dulcificante calificativo “abuelitas”, a su lado, nos remite a su especial paz, a su ser reposado y dulce, a su quieta mansedumbre estirada en el tiempo.

En el poema las casas parecen ocupar el lugar para el que han sido creadas y de ello nacen la inocencia, la paz y la mansedumbre, porque ellas viven en su ser verdadero y palpitan con auténticos latidos. Es en ese mundo de hondas raíces, de inocente y quieta paz, que los viejos balcones y portales ostentan su triunfante permanencia guardadora de secretos y recuerdos.

El poeta nostalgioso, dice: “¡Ya van quedando pocas! Las contemplo entre la niebla de una edad pasada…”. En marcha hacia el ayer en su diálogo con las cosas, se siente a su vez mirado y reconocido por las humanizadas casonas que le entregan, en franca y abierta confidencia, sus escondidos testimonios. Adquieren, por ello, cualidad espiritual y, memoriosas, evocan por su nombre a sus hermanos, recuerdan travesuras infantiles y le hablan de un padre, como él, soñador y poeta (a nuestra memoria viene “Infancia”, de Líber Falco. Invitamos al lector a que lo traiga aquí, a este momento de “Rocha nocturna”).

La sensación de ausencia se acrecienta (la nostalgia es etimológicamente dolor por lo que no regresa). El poeta es, en las calles dormidas, “sombra de sombra”.

Parece llegar, como Neruda, a la constatación de que los hechos humanos jamás vuelven a repetirse de la misma manera, a la certeza de que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” (Poema XX). Experimenta la nostalgia del tiempo ido, de la felicidad pasajera, que paradójicamente endulza, con extraño dulzor, el presente del poeta evocador de las horas que irremediable y fugazmente pasan. Viene luego la expresión del acendrado amor por el terruño. Amor que es agradecido decir del artista a la ciudad en la que abrió los ojos a los amaneceres amplios y luminosos, a los rojos ocasos, a las noches interrogadoras e inquietantes, a la presencia de las viejas casonas, testigos del fluir de un tiempo dolorosamente irrecuperable; a la ciudad que le dio “cuna honrada, padres buenos, hogar honesto, sueños y esperanzas” (“Rocha generosa”, poema que sucede al tríptico analizado). En otro contexto y motivación afectiva, Borges dice de su Buenos Aires: “será por eso que la quiero tanto”.

 

 

ROCHA GENEROSA

 

Me diste cuna honrada, padres buenos,

hogar honesto, sueños y esperanzas…

Estos bienes, que a tantos niega el mundo,

responde, caro amor, ¿cómo se pagan?.

 

Si quieres limpidez de sentimientos,

un corazón ecuánime y sin mácula

y una vida de lucha y sacrificio,

¡es de lo tuyo, y no me debes nada!

 

Aquí se revelaron a mis ojos

ternuras y bellezas ignoradas,

en el mutismo de las tardes quietas,

en  la dulzura de las noches blancas.

Gratitud hacia ti, por el afecto

inolvidable de una madre santa;

por el verso más puro, y por el hijo

que ha de brindarme la mujer amada.

 

 

3. Enrique Silva (1939-2011)

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Enrique Silva es un poeta que escribe poesía no sólo por el placer de escribirla sino porque es partidario de una función social del arte. Es la suya una obra nacida del pueblo y destinada a él, y la gente ha hecho suyos los versos de muchas de sus composiciones, propias de una literatura de compromiso en la concepción sartreana:

 

 

Hay un cielo

cotidiano,

abierto,

un río límpido

donde apagar la sed

de la esperanza…

y una luz

esperando por nosotros

allá

abajo

en el pueblo.

 

 

Poeta intuitivo, sin formación académica formal, Enrique Silva es un lírico sensible y profundo al que la poesía parece visitarlo como amante obsesiva y pasional; pero, paradójicamente, a la par que lo cautiva, lo hace libre.

Desdeña el purismo y el artificio; es una poesía que, elaborada, surge “como agua de la vertiente” y con la autenticidad del sentimiento que no ha sido tamizado por la razón. Así soy yo, dice el yo lírico que es, también, el autor:

 

 

La poesía

que nace

en los salones

perece

prisionera

de academias…

la que se pare

del alma

en cualquier parte

es libre

como el viento,

y es eterna.

 

Enrique Silva concibe a la  poesía y al arte como herramientas constructoras de un mundo mejor, más humano, más solidario.

Su poesía canta al abrazo, a la mano amiga, al corazón abierto hacia la “otredad”, como diría Antonio Machado.

No hay poesía sin música, y el ritmo está vivo en su verso. Para observar estas tres últimas características, basta leer (y escuchar):

 

CANCIÓN DE LATA

 

Tengo un ranchito de lata,

ajeno y sin plata

de simple gorrión,

donde la lluvia  sonora,

y el gris de las horas

se vuelve canción…

En su interior de madera

demora la espera

jugando a vivir

y es una pena escondida

la luz encendida

que hay dentro de mí.

Tiene su lenta semana

siete manteles de sal

y una esperanza dormida

que va por los días

camino del pan.

Mi rancho tiene en lo alto

un verso de Falco

y un trino marrón,

un corazón en el medio

un canto en el pueblo

un grito en la voz.

Tiene el recuerdo guardado

de un niño olvidado

creciendo al azar,

siempre sumando trabajos,

pobreza a destajo

y un duro jornal.

 

Al escuchar este poema, ¿quién no recuerda “Biografía”, de Líber Falco?. Enrique Silva es, como Falco, el “andacalles”, el noctámbulo, el amante de la luna y de los profundos silencios de la noche. Eso explica la perfecta bohemia de “Poema a las tres”.

La de Silva es poesía lírica fina, elevada y sublime en versos como los de “Sueños”, “Madre” o los magistrales de “Sueltapájaros”.

¿Cuáles son los temas de la lírica de Enrique Silva, una lírica que justifica la posición de algunos teóricos que hablan de la poesía-comunicación?. Destaco cinco:

a) Paisajes, más del alma que del mundo. Como se dijo alguna vez, la literatura nos enseña a mirar dentro de nosotros y  más lejos del alcance de nuestra mirada. Es ventana y es espejo.

b) Los personajes de Rocha y sus seres queridos.

c) El ayer y el hoy del propio poeta. Su humildad. Todo ello que, como ya vimos, lo acerca a la poesía de Líber Falco.

d) Los poetas y los pintores preferidos.

e) La ciudad de Rocha.

 

Por razones de espacio, reflexionaré sobre este último tema, para lo cual sugiero al lector recorrer la mirada del poeta sobre su ciudad amada en los versos de composiciones como “Canto chatito” (verdadera oda a nuestros barrios), el transcripto “Canción de lata”, “La esquina”, “Barrio del alma”, “De mis pagos”, “Prócer”, “Final de rutina”, “Lamento de febrero”. (en libros de Enrique Silva: “Por setiembres” y “Orígenes”).

Siguiendo la línea que Julio y yo tomamos para analizar el tríptico de Carduz Viera, abordaré el texto más famoso -y quizás mejor logrado- del “Gallineta” Silva:

 

POEMA A LAS TRES

 

Cae un silencio gris en la vereda,

camino en soledad la madrugada,

hay misterios deformes en la niebla…

y está la noche inmóvil, desmayada.

 

La calle cruza triste las esquinas,

se estiran las paredes en las sombras.

Otoño llora muertes repetidas

En el final caduco de las hojas.

 

La plaza guarda hileras de secretos

sobre la imagen vacía de los bancos,

en muda sucesión de juramentos

grabados al amor en garabatos.

 

La vida más allá de las ventanas

se esconde tras el sueño de los días.

Latiendo con las tres de la mañana

reposa la ciudad…adormecida.

 

Con paso de boliche mi bohemia

me lleva calle abajo, hacia la nada.

oculta en las cenizas de la niebla

camina junto a mí la madrugada.

 

El porqué del título se lo explica el propio poeta, en una entrevista publicada en “15 perfiles rochenses”, a Lucio Muniz  (I.D.R, 1992):

“-Una vivencia propia. El asunto es que venía cruzando –yo jugaba al fútbol cuando eso en Tabaré- y venía cruzando la ciudad, ya con un vino, ¿no?, y estaba con la inspiración de hacer algo, venía motivado; era una noche en que había bruma…y resulta que llego a la plaza y son las tres en punto y me digo ‘hasta el título tengo’. Llego a mi casa, me siento, y me dice mi mujer:’¿Qué vas a hacer a esta hora?’. Y le digo: ‘voy a hacer una cosa y la voy a dejar acá; tú hazme acuerdo mañana, que no me vaya a olvidar, para terminarla’. Al otro día me levanto, la leo, y así quedó. No le cambié nada”.

 

El poema está compuesto por cinco cuartetos de rima asonante ABAB ( la última estrofa, en la versión cantada, oficia de estribillo) y su estructura acompaña el caminar del poeta, de lo general a lo particular, de lo externo a lo íntimo: la vereda, la calle, la plaza, la ciudad, yo….

El poema comienza con un verbo , “cae”, en presente, tiempo verbal dominante en la composición: “hay”, “está”, “cruza”, “se estiran”, “llora”, “guarda”, “se esconde”, “reposa”, “camina”. El verbo “caer” anima el silencio, que cobra vida, movimiento.

La conjunción de noche, niebla, alcohol, soledad, da una sensación de desrealización a una realidad por la que camina el poeta, con las percepciones de un ojo alucinado que ve “misterios deformes” en la niebla (la personalización va más allá que la simple animación que da el verbo “caer”: la noche “está inmóvil”, se ha desmayado).

La mirada percibe certezas: no le parece, no es que se semejen: “hay”, “está”. La soledad, la noche y su misterio, el silencio. Es impresionista la pintura del paisaje, y romántica la del alma. Late el espíritu de los “Nocturnos”, que tan famosos hizo la poesía de Rubén Darío.

En la segunda estrofa, todo cobra vida: la calle cruza y siente tristeza; las paredes se estiran; “otoño llora muertes repetidas”. Cobran vida afectiva y su tristeza es la del poeta, porque, como dice Amiel, “el paisaje es un estado del alma”.

Las imágenes de la noche, ahora en calles, esquinas y paredes, parecen imágenes surrealistas, propias de lo fantástico y lo onírico. Los elementos parecen fantasmagóricamente multiplicarse: los verbos y sustantivos en plural así lo expresan (las esquinas, las paredes, las sombras, las muertes repetidas, las hojas). Es bellísima la figura de los versos tres y cuatro de la estrofa, original visión de un otoño que nos recuerda la finitud.

La ausencia, el vacío, lo efímero se traducen en los versos del tercer cuarteto. El amor escondido en los bancos de la plaza, en sus juramentos propios, como diría Borges, de una “tarde inolvidable, y sin duda ya olvidada”. La plaza atesora los secretos del amor y los secretos de los solitarios; la plaza es el lugar de encuentros, confidencias y promesas. Sabemos que es nuestra plaza, pero puede ser cualquiera: ese es el valor universal de la buena literatura. En la tercera y cuarta estrofa, aparecen, aunque no están visibles, los otros; la vida, el amor y el tiempo. Pero la sensación es que queremos “grabar” sobre la arena.

“Más allá de las ventanas”, otras almas, otras vidas: las paredes, los muros, esconden esos seres para los cuales la vigilia, “la vida es sueño”, lo cotidiano pierde sentido, realidad. El poeta marca en la ventana el límite de las “realidades”, alejadas una de la otra. La ciudad toda está aquí ahora, con su corazón, a “las tres de la mañana”; un corazón que late, sístole y diástole que el enorme silencio permite escuchar…A mi memoria llega el verso de Darío en uno de sus “Nocturnos”: “Los que auscultasteis el corazón de la noche”. La noche “está inmóvil , desmayada”; “la calle cruza triste”, “la plaza guarda hileras de secretos”, “reposa la ciudad, adormecida”: la geografía por la que deambula el poeta de regreso al hogar, es espacio físico y laberinto del alma.

El yo lírico, que había aparecido imperceptiblemente en el verbo “camino” del segundo verso de la composición, ahora se hace presente en la confidencial e intensa parte final. Las marcas de primera persona reafirman la presencia del yo lírico, del hombre en la noche de la ciudad: “mi bohemia”, “me lleva”, “junto a mí”.

Con titubeante, impreciso y asimétrico “paso de boliche”, el hombre camina hacia “la nada”, “calle abajo”: la desesperanza parece dominar las reflexiones filosóficas que trae el alcohol (como diría otro ilustre rochense, Ignacio Suárez, en “Los boliches”: “la soledad, con el alcohol, / suelta un gorrión que por el aire del alma se va./ Con el alcohol, la soledad,/ tibio gorrión que por el aire del alma voló”)

Como dijimos, el “andacalles”, la cercanía con la lírica de Líber Flaco, se siente ahora en el verso del “Gallineta”. Va del centro al barrio. La niebla reaparece y borra tercamente los límites y desdibuja la realidad; la madrugada, compañera de camino, se oculta en el aire esmerilado de la niebla. Retornan, cíclicamente desde el comienzo del poema junto al yo, tres elementos: la niebla, la madrugada, la soledad… (el vacío y la ausencia, se metaforizan ahora en imágenes que acercan la idea de la muerte) la nada, las cenizas. El tiempo se hace visible, se convierte en objeto sensible (“la madrugada”, que “camina”) y el hombre se desnuda en la confesión, integrado, confundido con la noche.

El bohemio, el que llega tarde, en la madrugada, a la casa donde el amor espera. En una “Antología” de Enrique Silva colocaría a continuación de “Poema a los tres” uno de los más hermosos y delicados poemas de amor del poeta más popular de Rocha:

 

 

AMOR MÍO

 

Amor mío…

Seguramente bajaré

a la tierra

después de las miserias

del invierno,

así podrás cuidar

de las hortensias

como lo hicimos juntos

tanto tiempo:

y deja,amor,

abierta tu ventana,

como lo hablamos riendo

aquella tarde

para volver a ti

en las madrugadas.

Pero esta vez , amor…

sin despertarte.

(“Por setiembres”)

 

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