SUMARIO: 1. Una noche de carnaval – 2. El General Pacheco – 3. La política en Rocha – 4. Aquella noche – 5. El General se muere pero no descansa – 6. La cañonera “Rivera” – 7. A la espera de la nave – 8. La partida del General – 9. Un buen paisano.

 

1. Una noche de carnaval

Aquella nochecita cálida del miércoles 15 de febrero de 1899, Agustín de la Cruz Carduz, salió de la sede del Juzgado. Cerró la pesada puerta, sacó una larga llave con una cinta roja que llevaba en el bolsillo y le dio dos vueltas; levantó un grueso libro que había dejado momentáneamente en el suelo y sin muchas ganas ni convicción, avanzó perezosamente por la calle San Miguel.
Realmente hacia calor. Habían regado recién la calle, pero en vez de reparadora frescura, el resultado se parecía mas bien a un pegajoso vapor.
En la plaza, dos vendedores de papelitos y serpentinas ya estaban ubicados, y parecían esperar sin apuro a los clientes de esa noche. Sobre la callejuela, un carro con una armazón de ramas y juncos que pretendían adornarlo y un farol o dos colgados, que buscaban alumbrarlo. Dos muchachones con una lata con agua, se ocupaban de refrescar la cabeza de un resignado caballo con dos claveles rojos sobre sus orejeras.
Eran los primeros adelantados de una jornada más de un insípido y deslucido carnaval.
A poco tiempo de andar, Carduz apuró el paso, y le bastaron unos pocos minutos más para llegar a su destino. La puerta de la antigua casa lucía abierta en sus dos hojas. Hizo sonar el llamador y se deslizó por el zaguán, trasponiendo una cancel con visillos, yendo tras una sombra que sostenía un candelero.
No más de una hora había transcurrido, cuando reapareció, esta vez, acompañado de varios caballeros. Tras un rato de conversación en la vereda, emprendió el regreso. Y otra vez, plaza, llave, libro.
Los vendedores seguían sin clientes; ahora dos carros giraban, adornados, en el sentido de las agujas del reloj y a través de los árboles parecían vislumbrarse algunas de las que llaman “máscaras sueltas”.
Cruzó la diagonal hacia lo de Borsani, y de reojo allí, entre los zapatos, descubrió unos cuadros de aficionados rochenses a la pintura.
Por momentos percibía una extraña sensación de frío y entonces sintió que necesitaba un trago.
Disfrutando del mismo, sin apuro, en el mostrador de Dalto, permaneció un rato más.
Lejos estaba de imaginarse, que ese, había sido su último día como Juez de Paz de la 1era. Sección de Rocha.

2. El General Pacheco

El General Florencio Pacheco Durán había nacido en San Luis el 21 de enero de 1836.
Antecedentes familiares y convicción personal lo llevaron desde muy joven a participar en la Revolución de Venancio Flores desde 1863 hasta 1865. Participó más tarde en la célebre Revolución de las Lanzas de Timoteo Aparicio, donde ganó sus primeros galones como capitán, por su lucimiento en la batalla de Manantiales.
Con ese grado, participó en la llamada Revolución Tricolor, bajo las órdenes del entonces Coronel Llanes.
Por ese motivo, al fracasar la citada revolución, fue dado de baja en el Ejército, hasta que al año siguiente fue reintegrado por el Gral. Latorre, siendo nombrado, más tarde, Sub Delegado de Policía de Rocha.

3. La política en Rocha

Cnel. Julio Jacinto Martínez

Cnel. Julio Jacinto Martínez

Por esos años, en la cúspide política del departamento, se encontraba un núcleo recio y autoritario proveniente del periodo militarista de la República, que era encabezado por el Coronel Julio Jacinto Martínez.
Pero ahora, superados aunque sea provisionalmente el alzamiento de 1897, algunos cambios se vislumbraban en las esferas de poder locales.
Por lo pronto, había asumido como Presidente de la Junta Económico Administrativa local la figura prestigiosa y muy respetada del Dr. Julián Graña, acompañado en su integración por el Dr. Melchor Rivero. Y, lo más importante, Juan Lindolfo Cuestas, ahora ungido 18o. Presidente Constitucional de la República, se aprestaba a nombrar los nuevos Jefes Políticos, entre ellos el de Rocha.
El “Martinismo”, dispuesto a mantener a toda costa al Coronel al frente de la Jefatura de Rocha, había tendido una vasta red de contactos en Montevideo a tales efectos, moviéndose tanto a nivel político partidario como en el propio Parlamento.
Paralelamente comenzó a circular cada vez con más fuerza el nombre de Pedro Lapeyre, viejo funcionario de la primera Junta Económica Administrativa, quién a su vez había ocupado más de una vez la presidencia de dicho cuerpo.
El citado candidato hacía tiempo que, retirado de la cosa pública, descansaba en su establecimiento de La Paloma de India Muerta; y hasta allí lo fueron a buscar varios vecinos, y algunos de los más fuertes hacendados de la zona, como Pedro Risso y Gabriel Real de Azúa a los efectos de poder manejar su nombre, deseosos, como tantos rochenses, de conseguir un cambio en la situación local, dominada por lo que consideraban una larga y nefasta actuación del Cnel. Martínez.
Daba pues comienzo a una larga lucha de contactos e intrigas, de cuyos resultados daban cuenta las informaciones que llegaban de la capital, cargadas de dichos y contradichos, creando un fuerte clima de agitación y nerviosismo.
A medida que pasaban los días y viendo que la candidatura de Lapeyre tenía cada vez más mayor certeza, los defensores de Martínez comenzaron a buscar un tercer postulante, dispuesto a que la lógica fuera: “cualquiera menos Lapeyre”.
Pero, pasados algunos días, Cuestas se pronunció y el respetable vecino Pedro Lapeyre fue impuesto como Jefe Político y de Policía de Rocha.
El Cnel. Julio J. Martínez impuso en su mandato un récord difícil de igualar: no concurrió NUNCA a una reunión de la Junta Económica Administrativa departamental. Cabe recordar que todo el poder político y militar se concentraba en el Jefe Político del departamento y que las Juntas Económicas Administrativas (fueran de las capitales o auxiliares en el interior) se dedicaban al manejo de todo lo referente a las localidades: residuos, iluminación, cementerios, etc.
En el mismo sentido, es de destacar que renunció unos días antes de asumir el nuevo Jefe, haciendo entrega de su cargo ante el Auxiliar 1o. de la Jefatura, y al solo efecto de no hacerlo ante el nuevo titular.
En resumen, el país y el departamento buscaban afanosamente encauzarse en un sendero de civilidad y raciocinio; que mucho tiempo y esfuerzo todavía demandarían encontrarlo.

4. Aquella noche

En aquella noche de carnaval, la verdadera misión de Agustín de la Cruz Carduz, en su carácter de Juez de Paz y Oficial de Estado Civil, era celebrar el casamiento civil del Gral. Florencio Pacheco.
Al llegar a la antigua residencia, el Juez no se encontró con un clima de alegre celebración, ni tampoco con la figura de un gallardo militar orgulloso en su traje de gala.
Halló al contrayente en su cama, recostado sobre unos almohadones, en un estado de salud que podría definirse como terminal. A sus 63 años, el General se debatía entre la vida y la muerte, abatido por una arterioesclerósis cerebral.
Poca gente lo rodeaba: la futura esposa, Juana Inchausti Santos, los testigos, Nereo Gutiérrez e Inocencio Víctor Araújo, una o dos personas más, y allí, en la cabecera de la cama, dominando la escena, el Cnel. Julio Jacinto Martínez, quién firmó al Acta de Matrimonio in extremis, aquella noche del miércoles 15 de febrero de 1899.

 

5. El general se muere pero no descansa

Transcurrido el resto de febrero, aparece marzo que trae un otoño lluvioso y caluroso.
El telégrafo se vuelve intermitente y las diligencias no llegan con el Correo, escaseando las noticias.
El tifus, la tuberculosis y de tanto en tanto la difteria, acosan a los rochenses. Víctor Barrios, el siempre servicial vecino, en su carácter de Secretario de Beneficencia, busca alguna casa en las orillas del pueblo para alojar y alejar a los enfermos contagiosos,en previsora actitud antes de que llegue el invierno.
Pero el 19 de marzo no iba a ser un apacible domingo más de la Villa. Temprano comenzaron a sonar las campanas de la iglesia con su tañido lúgubre en señal de duelo. Se conoció primero el deceso de la Sra. Benencio de Taquil, vecina de Valizas, más tarde, se tuvo noticias de la muerte de otra considerada dama muy apreciada en la sociedad local, Doña Mercedes Corbo de Moreira, y a eso de las dos de la tarde, la noticia cae como un rayo en la población: ¡había fallecido el Gral. Florencio Pacheco!
Producido el previsible desenlace, algunas horas después, se presentó en el Juzgado su hermano, Isidoro Pacheco con otro testigo, Zoilo Rodríguez, los cuales munidos del respectivo certificado de defunción, procedieron con el Juez de Paz Manuel Rivero (ya no estaba Carduz, suspendido en sus funciones presumiblemente por lo que fue el cuestionado matrimonio in extremis), a labrar la Partida correspondiente.
Comenzaría entonces, un largo periplo de cabildeos, marchas y contramarchas, respecto al destino a dar al cadáver del Gral Pacheco.
Por lo pronto sus familiares, encabezados por su hermano Demetrio y otros, tenían muy claro cual había sido la voluntad expresada hacía ya un tiempo por el extinto: deseaba ser sepultado en Rocha, entre los suyos, sin grandes pompas y vestido de civil. Incluso días atrás se había mandado a confeccionar un traje en la sastrería de Benito Colombo para ello.
Pero otras eran las intenciones y propósitos de sus correligionarios políticos.
Al otro día, varios vecinos notaron algo en la ciudad que les llamó la atención: tanto en la Jefatura como en la Comisaría y la Administración de Rentas, el pabellón nacional lucía a media asta; mientras en los demás edificios públicos, lucía a tope. Patente contradicción que reflejaba una forma autoritaria de manejar la cosa pública, cuando recién al otro día tendría lugar el cambio de autoridades en la Jefatura local.
Llegada la noticia del fallecimiento del General a Montevideo, se decidió, conjuntamente con algunos partidarios locales, que el mismo, fuera trasladado a la capital, para ser sepultado en el Panteón de los Servidores de la Patria.
Para dicho traslado se hará venir al Puerto de La Paloma a la cañonera “Rivera”. En estas circunstancias, el Gral. Florencio Pacheco debió ser embalsamado y vestido de riguroso uniforme militar.
Mientras en Rocha llovía y llovía, fue velado durante cuatro días y sus respectivas noches.
Repasemos una de la varias semblanzas del desaparecido, publicadas en la prensa de entonces:
“El General Florencio Pacheco ya no existe
Era una entidad y un carácter. La Parca inexorable lo arrebató no en temprana edad, y sí, en la que la experiencia había hecho de él una personalidad necesaria para la unión del Partido en el Departamento.
La concordancia cívica perdió un gran factor.
Cuando la tea de la Guerra Civil inflamaba las lomas y valles de nuestra Patria, cuando, en uno y otro bando los ánimos exaltados tocaban ´a deguello´, el viejo paisano, el caudillo colorado de Rocha, generoso, humano, magnánimo, siempre devolvía a los hogares al padre, al esposo, al hijo, al hermano, esperado con ansiedad indescriptible.
Gral Pacheco: paz en vuestra tumba, y allí en las regiones desconocidas, aceptad esta humilde ofrenda de un correligionario.
Athos”

6. La cañonera “Rivera”

La cañonera “Gral Rivera” atraviesa la Plaza Independencia

La cañonera “Gral Rivera” atraviesa la Plaza Independencia

La importancia simbólica de esta nave, que vendría a buscar los restos del Gral. Pacheco, así como todo lo anecdótico que rodeó la misma desde su botadura, quince años atrás, hace imprescindible decir algo al respecto.
Buque insignia de la Armada de Guerra Nacional, integrante de una trilogía famosa con las cañoneras “Artigas” y “Suárez”, que buscaban representar todo el poderío del Partido Colorado en el mar, había sido botada en 1884.
Construida íntegramente en los Talleres de la Escuela de Artes y Oficios, su casco era de acero, con una eslora de 35 mts. Pesaba más de 100 toneladas.
Se decidió trasladarla sobre tablas y una doble fila de durmientes, por todo 18 de Julio en la capital nacional.
En principio fue sacada a la avenida desde la vieja ubicación de la Escuela, (actual edificio central de la Universidad de la República), teniendo, para ello que echar abajo parte de las paredes del viejo galpón.
Se hizo el trabajo a tracción humana, colaborando en la tarea diversos batallones del Ejército.
Tal como era de imaginar, el Presidente Santos, dispuso que el primer turno fuera cubierto por el 5to.de Cazadores, su cuerpo predilecto, y de esta forma comenzó la travesía, de la Cañonera “navegando” por la avenida principal de la ciudad.
El día 11 de marzo llegó a Gaboto y el 12 a Magallanes. El día 15 llegó a Médanos y al pasar por la casa del ex Presidente Francisco Vidal, fue izado el Pabellón Nacional en la nave, saliendo a recibirlos el citado Vidal y ofreciendo un brindis a todos los intervinientes, “corriendo abundantemente la cerveza entre la Tropa”.
Mayor será el acontecimiento cuando se llegue el día 18 a la altura de la casa de Santos, en Cuareim (actual Cancillería). Allí hubo un gran festejo, siendo recibida en los balcones por el propio Presidente, quien invitó a la oficialidad a compartir con él un almuerzo, y proseguir la marcha en la tarde.
Eran días de tremenda sequía y muchísima temperatura, debiéndose en algunas jornadas suspender la marcha por el enorme y sofocante calor.
La novedad corrió por toda la población siendo ese mes la más grande atracción, concurriendo a presenciar el espectáculo gente de los rincones más alejados.
La llegada a la Plaza Independencia fue celebrada con una especial retreta. Todo debió replantearse para sortear la Ciudadela y enfocar en la estrecha calle Sarandí. Múltiples perjuicios sufrió la ciudad, con los tranvías por ejemplo, debiéndose retirar instalaciones de cableado y prohibiéndose a los comercios desplegar sus marquesinas y lonas.
Se llegó con grandes celebraciones a la escollera Sarandí, donde fue puesto en el agua.
En su vida útil, la cañonera “Rivera” fue la primera nave oriental en cruzar el Estrecho de Magallanes. Terminó sus días en 1903, cuando, fondeada en la Bahía, se fue a pique, por causa de una enorme explosión en los pañoles de municiones.
Esa era la nave que, 15 años después de su botadura, y en otro mes de marzo, esperaban con ansiedad los rochenses en el puerto de la Paloma, mientras velaban al Gral Pacheco.

La cañonera “Gral Rivera” surta en el puerto de Montevideo

La cañonera “Gral Rivera” surta en el puerto de Montevideo

7. A la espera de la nave

Mientras tanto en Rocha el mal tiempo no cesaba y las pocas noticias que venían de Montevideo no generaban certidumbres: “…tampoco se sabe nada de la Cañonera, ni cuando podrá embarcar los restos del Gral Pacheco.”
Y a los dos días: “… recién hoy a las once sale de Montevideo la Cañonera Rivera. Circula una invitación de la Comisión Directiva Colorada para acompañar los restos del Gral. Pacheco, con lo que se partirá a las 8.00 am. hacia el Puerto. Una Comisión de Honor irá con el féretro a bordo de la Cañonera.”

8. La partida del General

Con una mejora del tiempo en la mañana del 23 de marzo fueron trasladados hacia La Paloma los restos del General, previa cierta ceremonia con discurso de su camarada Vigliola y posterior procesión.
Veamos la crónica: “Con lucido cortejo formado por unas trescientas personas aproximadamente hasta las orillas del Pueblo, fueron trasportados hoy los restos del Gral. Pacheco.”
“Como a las dos de la tarde habrán llegado a La Paloma donde los esperaba desde anoche la Cañonera Rivera. Una Comisión de Honor acompañaba el féretro hasta la Capital.”
“Del numeroso acompañamiento,muchos fueron en carruaje, unos; a caballos otros, hasta el Puerto.”
Con “buena agua” en la bahía y ayudado por una lancha para embicar en el canal, partió la nave de guerra, con el Pabellón Nacional a media asta.
No pocos, desde la orilla, con sus cabezas descubiertas, respiraron con alivio.
Los diarios “El Siglo” y “El Día” dedicaron abundantes espacios en varias ediciones al respecto. Se fueron publicando los discursos hechos en oportunidad de las exequias, como los de Espalter, Lenzi y Marzol. Todos ellos enfocados a resaltar de manera elocuente las virtudes y hazañas del extinto.

9. “Un buen paisano”

En los próximos días las repercusiones surgidas en la capital rochense tuvieron que ver precisamente con el contenido de los citados discursos.
Existía un consenso generalizado de que todos ellos contenían una sobrecarga de grandilocuencias y pasiones partidarias y era lógico que así fuera. Pero lo que más se comentaba eran gruesos errores de carácter histórico que tendían a fantasear la propia carrera del militar malogrado.
Resultaba increíble que se ubicara a Pacheco peleando al lado del Gral. Rivera y en los episodios de la Guerra Grande, cuando en realidad en esa época el militar rochense era apenas un niño.
De esta forma, revisando la foja de servicios del mismo, se afirmaba en la prensa local: “…habiéndole Latorre reintegrado en el Ejército, fue luego nombrado Sub Delegado de Policía de Rocha, y así, SIN GUERRA, fue obteniendo los grados de Sargento Mayor, Teniente Coronel y Coronel bajo el gobierno de Santos. Con este último grado, fue Inspector de Policía, bajo el gobierno de Tajes.
En 1894 fue hecho General por parte del Pres. Julio Herrera y Obes.
De esta forma, ésta es su historia militar, habiendo sido en la Policía donde obtuvo sus ascensos.
Se hizo Caudillo, sirviendo en tal carácter, a los gobiernos que se han sucedido, para todo lo que ellos quisieron hacerlo servir, hasta llevarlo, últimamente a presidir un Congreso colorado en la Capital, y nombrarlo luego Consejero de Estado, sin que supiera leer ni escribir.-” (“La Democracia”, 28 de marzo de 1899) (mayúsculas nuestras).
Así entonces se cierra el capítulo del General Florencio Pacheco, que “…no fue tan malo como otros, habiéndolo podido ser”
Algunos opinaban que esta era una buena oportunidad para “…las nuevas generaciones conozcan a quien, probablemente pudiera haber sido un buen paisano, sí hubiera tenido la suerte de verse mejor acompañado de lo que lo estuvo,en su actuación política, y si otro hubiera sido el ambiente del que le tocó respirar.” (negritas nuestras).
Cabe decir que estas son cosas muy difíciles de conseguir, y menos de elegir.

Algunos días después algunos acompañantes regresaban a Rocha, unos en la diligencia del Sr. Velázquez y otros en el vapor “Tabaré”.
Estos últimos, muy tempranito, trotaban por la “llanada” rumbo a su pueblo. Por el Este, las primeras luces denunciaban un rojo amanecer. Señal cierta de que se estaba en presencia de otro maravilloso día de otoño.

 

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